Читать книгу EN LA ZONA 303(MUN2) - Marcelo Nicolás Ubici - Страница 16
Diluyente
ОглавлениеÉl nadaba por un carril y ella por otro. Y yo iba por el del medio entre ambos. Los rasgos del señor eran orientales, cercanos a los japoneses. Los de ella no. Eran occidentales.
El oriental era entrado ya en años, bajo de altura, con ancha espalda y cintura afinada, con cara más bien cuadrada, pelo negro grueso con puntas firmes, cejas tupidas también negras. Nadaba bien pero muy estructurado, siguiendo todas las reglas teóricas que marcan los libros, lo que indicaba lo férrea de su formación. Su malla era de natación, con estampado atigrado, como logrando por fin evadirse de lo clásico, y mostrando que nada del qué dirán ya le importaba. Llevaba un gran reloj negro. Seguro que completo y preciso. Testigo de su paso por el tiempo.
Ella era muy joven, con curvas atrayentes, levemente excedida de peso, pero todo la hacía más hermosa. Muchas veces la perfección del cuerpo no siempre juega a favor. Tenía una sugerente malla roja pasión, y su nadar era suave, tranquilo, grácil.
Dicen que cada uno nada como se es en la vida.
El hecho de respirar yo cada tres brazadas, y para ambos lados, me permitía observarlo todo. Y estos ocasionales compañeros me daban motivo de pensar en algo, de disparar psicológicos análisis. Pensamientos que permiten acelerar las agujas de un tiempo que parece ralentizarse bajo el agua.
Cuando ella terminó su rutina lo esperó sentada. Lo miraba atenta. Como se mira a alguien al que se admira y respeta. Cuando él concluyó, fue a la ducha seguido por la dama, y ambos se ducharon al pie de la pileta y, para mi sorpresa, se fueron abrazados al vestuario.
Los encontré nuevamente en el sauna. «¡Qué buena oportunidad!», pensé, para saber más de ellos. Cada uno sentado en su silla, pero enfrentados. Mirándose atentos las caras. Sus piernas descansaban en alto, a los costados de la silla de su oponente, podría decirse que estaban entrelazados.
Ambos conversaban bajo y reían. Pero era para mí un murmullo que no descifraba del todo, aun agudizando mi audición. Y esa dificultad de saberlo más, me inquietaba.
Ya en el vestuario de caballeros le pregunté al asiático la hora, para saber si comprendía bien el castellano, y sí, comprobé que lo hablaba perfecto.
Al día siguiente los encuentro en la playa del club, compartiendo charlas con otros socios. Le vi a ambos, mis intrigantes desconocidos, algo más, un dato nuevo e importante. Brillar en uno de sus dedos, copiando la luz del sol, sus anillos de casamiento. Mostraban ser una pareja feliz, a pesar de las diferencias que tanto a mí me preocupaban.
Más tarde lo cruzo a él nuevamente en la confitería. Hablaba con otra persona allí presente, sobre una hermana que vivía en Tokio, y que a pesar de ser ella nativa de allí, se perdía en semejante urbe. Decía que había trenes que pasan por un mismo lugar, pero que no siempre el destino era el mismo, por lo que subirse a uno, podía tener un final no esperado.
Agregó que todo estaba escrito en japonés, que recién después de los juegos olímpicos, hay carteles en inglés, pero que la mayoría de la gente no lo habla, y que su señora esposa, que maneja a la perfección el inglés, estando allí de visita junto a él, sufría por no poder comunicarse.
Me saludó sonriente, atento, compasivo. Quizás identificándome a mí, por mi comportamiento algo desorientado, como otro visitante en Tokio. Perdonándome el seguramente saber, por mi inquisidora mirada, que mi lógica no comprendía ni aprobaba su éxito con tan bella y joven mujer.
Al día siguiente los vi a ambos partir, desde el amarradero del club, en un hermoso velero hacia nuevos, apacibles y desconocidos destinos.
Yo seguía aferrado a mi seguridad en tierra firme. Físicamente subido a un tren que me conduce al mismo, rutinario y certero destino, y mi mente subida a otro que me lleva a lugares equivocados.
Los despedía como quien despide a amigos, aunque no me haya animado a preguntar siquiera sus nombres.
Entre ellos y yo había otra vez agua. Pero esta vez allí, en ese líquido elemento, se diluyeron finalmente mis juicios y mis preconceptos. Y sobre ese fluido, sobre ese mar, ellos mostraron experiencia en saber navegar.