Читать книгу EN LA ZONA 303(MUN2) - Marcelo Nicolás Ubici - Страница 14
La historia cuenta
(los datos históricos de este cuento son reales)
ОглавлениеCorría el año 2010. Luego de agotadores preparativos, me despedí de mi esposa que estaba embarazada del que sería mi primer y único hijo, e inicié un viaje en bus a la Capital. La fecha prevista de regreso recuerdo que era el 13 de diciembre. Había sido designado por ser funcionario aduanero y profesor de historia, para formar parte de un equipo de investigación que redacte un trabajo sobre historia de la Aduana. Los recientes festejos por el Bicentenario de la Revolución de Mayo habían despertado un renovado interés ciudadano por la historia.
Pronto de iniciado el viaje me entregué a un profundo sueño. Cuando desperté tenía un gran dolor en el cuerpo y mi sorpresa fue enorme al verme en un carruaje tirado por caballos. Mi primera reacción fue huir, pero me sujetaron de ambos brazos dos personas que viajaban junto a mí.
Al detenernos en una casa me bajaron gritando: «Don Manuel José de La Valle y Cortés, somos del cuerpo militar Blandengues de la Frontera. Aquí traemos a su hijo, a Juan Galo, cuya búsqueda nos había encomendado».
«Gracias por atender mi pedido señores», dijo Don Manuel, recordándoles que había estallado la revolución y que el cuerpo había pasado a denominarse: «Regimiento de Caballería de la Patria».
Por fin me soltaron y saludando se retiraron.
Al acercarse Don Manuel, le dije muy irritado que yo no era su hijo, y que mi apellido no era De La Valle sino Lavalle. Poniendo su mano sobre mi cabeza me dijo: «Entiendo que estés molesto a tal punto de no querer reconocerme como tu padre, todo por no dejarte cumplir tu deseo de ingresar como cadete en el Regimiento de Caballería. Seguramente han influido en tus deseos todas aquellas historias que te he contado desde chico sobre el Conquistador de México Hernán Cortés, de quien somos descendientes directos. Pero no vuelvas a huir de casa hijo sólo por pedirte que sigas mi tarea como contador general de las Rentas y el Tabaco del Virreinato y mi función de colector en la Aduana de Buenos Aires. A la Patria se la sirve no sólo en los campos de batalla, sino que también cuidando con honestidad los ingresos a las arcas, mejorando los servicios aduaneros, combatiendo el contrabando. Las rentas de Aduana serán la principal fuente de sostenimiento económico para el nuevo gobierno».
Y prosiguió a modo de concesión: «Con respecto al apellido, podrás cambiarlo cuando cumplas quince años, abandonando De La Valle por el de Lavalle para desprenderte de nuestro origen español, como sé que lo hacen muchos jóvenes patriotas».
Me acercó un espejo con la intención de que viera el estado deplorable en el que me encontraba, remarcando que, por mi estado, no era merecedor de pertenecer a una familia de la alta sociedad. El espejo me devolvía la imagen de un joven de trece años, de cabello rubio y cara alargada, con rasgos familiares, cercanos a los que hacía unos minutos eran los míos.
Sugirió luego que fuera a dormir, ya que al día siguiente nos esperaba Don José de Proyet, funcionario de la Real Hacienda y ahora devenido en el primer Administrador de Aduana de la Patria, quien permitiría mi ingreso a la institución que representaba.
Bien temprano ordenó Don Manuel alistar los mejores caballos para conducirnos a la Aduana de Santo Domingo, ubicada a espaldas del convento de Santo Domingo, sobre la calle del mismo nombre. Reconocí la importante puerta de doble hoja con cuarterones y arco escarzano. Era el edificio que yo había visto en libros de historia como la Aduana Vieja. Irónicamente debería ahora esperar, para ver la Aduana Nueva, o también llamada Aduana Taylor, hasta el año 1859, y recién en 1910 se inauguraría el palacio de la calle Azopardo 350, que era el destino del viaje que había iniciado el día anterior en bus.
Así comencé, o podría decir que retomé, mis tareas como funcionario de aduana, pero ahora en otro tiempo y en otro cuerpo. Mi función era anotar importaciones en un libro que se había habilitado con una primera operación el 1ro de junio de 1586, consistente en el desembarco de mercaderías arribadas en la carabela «Nuestra Señora del Rosario» al mando del Capitán Alonso de Vera y Aragón, con carga procedente de las costas del Brasil. También registraba exportaciones en el libro llevado a ese efecto, donde la primera operación databa del 2 de Setiembre de 1587, cuando zarpó con destino a los puertos del Brasil la carabela «San Antonio» conducida por el Capitán Antonio Pereyra transportando frazadas, sombreros, sobrecamas y otros artículos artesanales.
Luego del trabajo, en casa del Contador Don Manuel, ahora «mi padre», se hablaba sobre temas económicos. Se criticaba el desabastecimiento que produjo el monopolio comercial impuesto por la metrópoli y cómo los comerciantes lo habían burlado con el ingreso de productos ingleses mediante el contrabando. También se hablaba de la bondad del nuevo «Reglamento Provisorio» que establecía la libertad comercial. Se recordaba que el recientemente depuesto Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros debió soportar presiones, por un lado de los Hacendados que representados por Mariano Moreno solicitaban la apertura comercial para exportar cuero y derivados vacunos, y por otro lado, de los comerciantes y de los industriales que presionaban para que se mantuvieran las restricciones, ya que así los primeros podían cobrar por los productos ingleses precios superiores que si el mercado fuese legal, y los segundos para proteger las artesanías de las ciudades del interior.
Pujas y conflictos no resueltos aún después de doscientos años, reflexionaba yo, pero sin expresarlo.
Un día, en estas tertulias, un periodista que era autor de artículos sobre economía, política, educación, en el periódico «Correo de Comercio de Buenos Aires», contó cómo habían influido en él, las ideas de libertad, igualdad, bien público y la búsqueda del provecho general, transmitidas por autores como Campomanes, Jovellanos, Adam Smith y Quesnay. Movido por estos ideales había decidido aceptar los riesgos, abandonando las comodidades de la Capital, y comandar en breve campañas militares, cosa que de otra forma no hubiera hecho por estar enfermo y por considerar que no tenía grandes conocimientos para ello.
Esto me hizo comprender que el curso de la historia de una persona podía ser modificado. A veces mediante las ideas transmitidas por otros, como era el caso del periodista, y otras veces, cuando esto es insuficiente, como lo fueron todos los consejos que le diera Don Manuel de La Valle a su hijo, tomando otro su lugar, reemplazándolo, como parecía ser mi misión.
Yo debía ser un descendiente de Lavalle con la profesión que debió haber tenido mi antecesor, ya que la persona que ahora encarnaba finalmente no aceptó los consejos de su padre y fue militar en vez de funcionario en la Aduana, donde quizás hubiera aportado cambios de importancia a la institución. Si bien el militar fue figura destacada de la Guerra de la Independencia, también fue quien, instigado, ordenó fusilar en Navarro el 13 de diciembre de 1828, al entonces Gobernador de la Provincia de Buenos Aires Manuel Dorrego, uno de los principales referentes del federalismo rioplatense. Esta orden, que pesaría sobre su conciencia el resto de su vida, fue el comienzo de una cruenta guerra civil, y se convirtió en el primer golpe militar a un gobierno legítimamente elegido por el pueblo. Indignado por la guerra civil que Lavalle había provocado, San Martín prefirió volver al exilio, privándose la Patria y nuestra historia de más de sus valiosos aportes por estas tierras.
Mirándome el periodista, como intentando darme un mensaje, dijo que: «En la historia han merecido aprecio todos aquellos que han puesto el cimiento a alguna obra benéfica a la humanidad. El miedo sólo sirve para perderlo todo. Lo que no hagamos nosotros lo dejaremos como tarea a nuestros descendientes».
Y agregó: «Mis intenciones no son otras que el evitar la efusión de sangre entre hermanos.
» Me glorío de no haber engañado jamás a ningún hombre.
» Sé que en vano los hombres se empeñan en arrastrar a su opinión a los demás cuando ella no está cimentada en la razón.
» Pido ayuda. Quiero volar, pero mis alas son chicas para tanto peso.
» Yo no sé más que hablar la verdad y expresarme con franqueza. Esto me lo he propuesto desde el principio de la revolución y he seguido y seguiré así.
» Lo que creyere justo lo he de hacer, sin consideraciones ni respetos a nadie.
» Los hombres no entran en razón mientras no padecen.
» En mis principios no entra causar males sino cortarlos».
Intuí por sus consejos que sabía quién era yo. Quise entonces saber quién era él en la historia. Le pregunté cómo se llamaba. Me respondió que uno de sus apellidos paternos era Peri. No pude recordar ese dato, por lo que en ese momento no logré saber de quién se trataba, y quizás eso ayudó a que no le diera mayor crédito a sus máximas y pensamientos.
Llegó el 13 de diciembre, día previsto que yo debía partir de Buenos Aires, y no tuve la grandeza de quedarme para cambiar el curso de la historia. Tuve el egoísmo de dejar que otro aceptara el desafío.
Inicié en carruaje el viaje, siguiendo el mismo trazado por donde había llegado. Mientras avanzaba en el camino también lo hacía en la historia. Al llegar a Navarro pude verme dejando atrás el inocente joven de trece años. Sentí el fuerte ruido de la explosión de fusiles y vi caer a Manuel Dorrego en soledad. Cerré los ojos. Perdí el conocimiento. Cuando desperté estaba en un bus llegando de regreso a mi ciudad y al año 2010.
Han pasado muchos años ya de lo que relato y de que estoy aquí, en mi tiempo, pero como Juan Lavalle, con el cargo de conciencia por lo que para ambos significó pasar un 13 de diciembre por Navarro.
Ayer mi hijo, que es lo más preciado para mí, a quien pude ver nacer y crecer, y que ahora tiene dieciocho años, viajó a Buenos Aires para cumplir con su deseo y vocación largamente heredada de ingresar a la Aduana.
Le di un fuerte abrazo a sabiendas de los riesgos, como del riesgo que me persiguió estos dieciocho años de perderlo, sabiendo que a él también, por ser un Lavalle, podía reclamarlo la historia para intentar subsanar sus errores. «Lo que no hagamos nosotros lo dejaremos como tarea a nuestros descendientes», me habían querido anticipar.
Ahora con gran renunciación eran míos los principios de «no causar males sino cortarlos».
Le aconsejé que no tema, ya que «el miedo sólo sirve para perderlo todo», como alguna vez me dijo el periodista, político, abogado, militar y nuestro primer economista, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y Peri.
Era verdad, «los hombres no entran en razón mientras no padecen». Fueron sus palabras y pensamientos los que me permitieron con el tiempo revelar quién era Peri, reconocerlo. Palabras que, como ecos tardíos, volvían a mis oídos presagiantes de un inesquivo familiar destino.