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1. 2. 1. El vecindario s egún los ecólogos de Chicago

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La idea de la unidad vecinal como elemento de organización aparece a principios del siglo XX en Estados Unidos «como solución propuesta por los reformadores municipalistas norteamericanos, que consideraban que la ciudad debía conformarse como una federación de unidades vecinales, para obtener un mayor logro de autogobierno ciudadano»31. Esta idea irá unida a otras teorías sociales surgidas también en Estados Unidos, en particular por la psicología social y la naciente sociología urbana, que enfatizaban que el equilibrio de la personalidad dependía de una adecuada socialización al interior de la familia y el vecindario. En este sentido George Simmel recupera la conocida dicotomía toennesiana (comunidad-sociedad), para definir el problema de la socialización del individuo en el contexto metropolitano. Para él la contraposición ya no se sitúa entre comunidad rural y colectividad urbana, sino entre comunidad rural y pequeña ciudad por un lado y metrópoli, por el otro.

A estos dos polos, modelos de las formas de organización social existentes en el país, corresponden dos vidas psíquicas divergentes. La primera está dominada por la costumbre, por el ritmo lento y uniforme de las sensaciones, por la insistencia sobre la emotividad y el sentimiento, mientras que la segunda se caracteriza por la mutación constante, por el ritmo febril de las sensaciones e insiste en el conocimiento racional como elemento que determina de forma esencial la personalidad32.

Por su parte, distinguidos exponentes de la escuela de ecología de Chicago, bajo una evidente influencia de la sociología de Durkheim, plantean que la mutación de la organización social de la ciudad moderna, dice relación con la sustitución de las relaciones primarias por las secundarias en los espacios relacionales metropolitanos. En palabras de propio Robert Park33 «bajo las influencias disgregantes de la vida metropolitana, la mayor parte de nuestras instituciones tradicionales –familia, iglesia, escuela– se modificaron de forma notable»34.

Para Park, conjuntamente con la disolución progresiva de estas formas de socialización y de las instituciones fundamentales, asistimos a la debilitación y desaparición gradual de aquel orden tradicional que se basa en relaciones primarias y comunitarias. La relajación de aquellos vínculos que unían al individuo con un determinado espacio donde se agotaba su vida de ser social y la disminución de la influencia de los grupos primarios favorecen en gran medida, según Park, el aumento de la desorganización social, de la confusión y del crimen en la gran ciudad, ya que se han alterado ciertas preexistencias que garantizaban el control social, generando un aumento de comportamientos anómicos.

Gran parte de los habitantes de la ciudad, incluidos aquellos que viven en viviendas populares y en apartamentos (…) se cruzan, pero no se conocen entre ellos (…) esto permite a los individuos pasar rápidamente y fácilmente de un ambiente moral a otro, y alienta el fascinante, aunque peligroso experimento de vivir al mismo tiempo en mundos diversos contiguos y sin embargo completamente separados. Todo ello tiende a conferir a la vida ciudadana un carácter superficial y casual, a complicar las relaciones sociales y a producir nuevos y divergentes tipos de individuos35.

Sin embargo, esta disolución de las viejas normas de agregación social herederas de la sociedad preindustrial, aloja en los espacios locales la necesidad de fortalecer los vínculos de vecindad, de forma de anteponer ciertos lazos de solidaridad en medio de la vorágine metropolitana. Estas formas comunitarias, si bien presentaban una tendencia a disolverse con la expansión de la ciudad, también se reformulaban producto de la movilidad urbana, generando nuevas solidaridades en las comunidades étnicas y colectividades de inmigrantes. Un ejemplo cierto de aquello es, para Park, el gueto36 en la gran ciudad.

Pero no sólo eso. Park sostiene que con el paso del tiempo

cada zona o cada barrio de la ciudad asumen algo del carácter de sus habitantes; cada parte de la ciudad se colorea inevitablemente de los sentimientos particulares de su población. En consecuencia, aquello que al principio era una simple expresión geográfica se transforma en una vecindad, esto es en una localidad caracterizada por unos sentimientos propios, por unas tradiciones propias y por una historia propia.

Park plantea que los intereses y las asociaciones locales generan sentimientos locales y que en un sistema donde la residencia constituye la base de la participación en el gobierno, el vecindario se convierte en la base del control político.

Bajo esta perspectiva, la vecindad emerge como el espacio donde es posible revitalizar los viejos lazos del tejido social desgarrado en el proceso metropolitano y a su vez, garantizar la gobernabilidad de la población en el territorio.

Será otro sociólogo de la Escuela de Chicago, quien desarrollará más ampliamente una teoría sobre el vecindario. Para Roderick McKenzie, al igual que para la mayoría de los ecólogos de Chicago, el vecindario tenía una función importante, en cuanto representaba una prevalencia de formas de solidaridad social preindustriales en la caótica gran ciudad. La movilidad de población al interior de la metrópolis, genera áreas centrales densamente pobladas, pero con poca presencia de sujetos en edad escolar, «los adultos mas móviles y con menos responsabilidad se amontonan en la zona de los hoteles y de las viviendas próximas al corazón de la comunidad». Los suburbios, por su parte, «se pueblan con tipos de población más estables, es decir, las parejas casadas con hijos (…). Los vecindarios donde reside el tipo de población más estable, donde prevalecen mujeres y niños, son los guardianes de las costumbres que tienen una función estabilizadora y represiva»37.

MacKenzie sostiene que para el desarrollo del vecindario son necesarias tanto la homogeneidad como la estabilidad de la población, acompañadas de un alto porcentaje de propietarios de vivienda. Es evidente que este «tipo ideal» hace referencia a una tipología muy particular de vecindario que sobrevive gracias a la función estabilizadora de la propiedad inmobiliaria, la cual se opondría con éxito a la movilidad metropolitana. Otros aspectos como el número de familias o el diseño urbano del área contribuyen, según Mackenzie, a la participación de los individuos en la comunidad local, «pero no hay que hacerse ilusiones –advierte el propio Mackenzie– esta participación no es un hecho espontáneo y natural como muchos creen». En realidad, el interés por los asuntos locales «es casi siempre el resultado, más o menos artificial, de un esfuerzo de promoción de unos pocos elementos dotados de capacidad y entusiasmo»38.

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