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La muerte amaestrada
ОглавлениеEsta muerte es difícil de representar hoy día. Así tuvo lugar la muerte durante un milenio, vale decir que es la forma de vivir con la muerte que más tiempo ha ocupado. Puede llamársela también “la muerte avisada” dado que los seres humanos están “avisados” de antemano de que van a morir.
Escribe Aries (1977): “La antigua actitud para quien la muerte es a la vez algo familiar, cercano y atenuado, indiferente, se opone sobremanera a la nuestra, temerosa de la muerte hasta el punto de que no nos atrevemos a pronunciar su nombre. Por eso, esta muerte familiar recibe aquí el título de muerte amaestrada. No quiero decir con ello que antes la muerte se hallara en estado salvaje, por haber dejado de serlo. Quiero decir, al contrario, que hoy se ha vuelto salvaje”.
Acerquémonos a ella: el caballero se apresta a morir. Estamos en el siglo de los romances medievales, de las canciones de gesta. La muerte amaestrada es una muerte noble en la mejor acepción del término.
Aprestarse a morir constituye un acto fundamental en la vida de un hombre de aquellos tiempos. Toda su vida se le ha enseñado que “su ser en el mundo”, “su esencia misma de ser viviente”, “su dignidad” dependen de la grandeza con que lleve a cabo las ceremonias de la despedida. Se ansía ser: protagonista de la propia muerte. Nada más triste y torpe que morir abruptamente sin haber asistido a los rituales de la antesala de la muerte. De la muerte súbita (pestes, accidentes, etc.) no hay nada que decir. Está signada por un criterio desvalorizante. El muerto se ha perdido su muerte y eso es lamentable. Todos ansían protagonizar el momento de pasaje de vivo a muerto, conmemorar los rituales de la despedida y ser recordados por los sobrevivientes en la grandeza de esta gesta máxima que se denomina “morir”.
Tratábase de una muerte sencilla, de un tranquilo movimiento final. Esta es la muerte de Rolando de la canción de gesta, la del Quijote, de Tristán, de Lanzarote. Uno muere “atento a sí mismo”, familiarmente.
Cuando Aries cita a Rolando, describe los pasos tragicómicos con que prepara su muerte. La primera parte de la ceremonia consiste en lamentar la vida ya pasada, evocando los logros alcanzados y la travesía realizada (las tierras conquistadas, la dulce Francia, Carlomagno que lo crió, etc.). El personaje llora con intensidad pero muy brevemente pues, como bien precisa Aries, “el momento pertenece al ritual” y debe pasar de inmediato a la segunda parte: trátase del perdón de los compañeros que rodean al moribundo por cualquier pesar que le hubieran podido causar en vida. El agonizante encomienda a Dios a los que sobreviven. El cuarto del “por morir” está repleto de visitas que asisten a las pompas finales. No es cuestión de defraudar al público. Nunca faltan niños en esas habitaciones. La muerte amaestrada es una muerte en compañía, es una muerte-ejemplo, socialmente valorizada. Es una muerte-nacimiento. Tanto el “por morir” como el “recién nacido” gozan de prerrogativas narcisistas.
Saldadas las cuentas con la vida, llega luego la hora de pensar en Dios. El “por morir” inicia sus plegarias. Primero un mea culpa, el gesto de los penitentes, y luego la plegaria por la salvación del alma. Acto seguido, el sacerdote le concede la absolución.
Escribe Aries (1977): «Después de la última plegaria, ya sólo queda esperar la muerte que ha de venir sin tardanza. Y así Oliveros: “El corazón le falla, su cuerpo entero se desploma. El conde ha muerto, no le alcanzó más demora”. Si ocurre que la muerte tarda algo en venir, el moribundo la espera callado: “Dijo (su última oración) y luego ya no soltó prenda”».
El silencio no habrá de ser llenado con palabra vana. No es cuestión de romper la estructura ritual de los actos de la partida.
¿Dónde quedaba el miedo, la angustia ante lo desconocido? El propio nombre de muerte domesticada remite a la contención de las ansiedades de muerte en aras de un bien mayor: morir como el superyó (la opinión pública) lo estipula. Si se siente miedo, se lo oculta. La angustia es dominada, lo que permite que el moribundo se retire en calma con la paz del deber cumplido (cumplir la vida).
La muerte amaestrada implica una “concepción colectiva del destino” (Aries, p. 32). El individualismo llegará más tarde para modificar el significado de la muerte y desvirtuar su naturalidad.