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La muerte ajena
ОглавлениеA partir del siglo XVI, el hombre ya no se preocupa tanto por su propia muerte y la muerte es ante todo la muerte ajena. “Se trata de la ausencia del otro cuya añoranza y recuerdo inspiran durante los siglos XIX y XX el nuevo culto de tumbas y cementerios” (Aries, p. 43). Sobre el otro se dibuja la muerte y se la colma tanto de romanticismo como de lo macabro. La muerte queda asociada al amor; la agonía, al trance amoroso. Sexo y muerte se alían intensamente. El duelo adquiere un carácter ostentoso.
Se hace del morir un culto y se lo adorna de atributos magníficos. Cuenta Aries (p. 45): «Dos novios de esta familia que no llegan a veinte años, se pasean por los maravillosos jardines romanos de Villa Pamphili. “Nos pasamos una hora hablando -comenta el muchacho en su diario- de religión, de inmortalidad y de qué dulce sería morir, decíamos, en estos jardines tan hermosos”. Y añadía: “Morir joven, siempre lo deseé”. Se cumplirían sus deseos. Unos meses después de su boda, el mal del siglo, la tuberculosis, lo llevaría a la tumba. Su mujer, una alemana protestante, cuenta así su último suspiro: “Sus ojos, ya fijos, se habían vuelto hacia mí... y yo, su mujer, sentí lo que nunca hubiese creído, sentí que la muerte era la felicidad”“. Y comenta enseguida Aries: “¿Quién se atrevería a leer semejante texto en la América actual?”.
El culto a los muertos les confiere una suerte de inmortalidad en el recuerdo. Abundan los monumentos conmemorativos que indican la idea de perennidad.