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VII. La festividad de la muerte

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«No hay ninguna fiesta, aunque esta por definición sea triste, que no incluya al menos un principio de exceso y francachela; basta evocar los banquetes funerarios en el campo. Ayer y hoy, la fiesta se caracteriza por la danza, el canto, la agitación, el exceso de comida y de bebida. Hay que darse el gusto, hasta agotarse, hasta caer enfermo. Es la ley misma de la fiesta»

Roger Caillois (1939, p. 110).

La fiesta es una «apelación a lo sagrado» (Caillois, 1939). Son numerosos los ejemplos en distintas culturas en las cuales se festeja la muerte. Con ella irrumpe el exceso, la violencia, la trasgresión, el desborde.

En la palabra «fiesta» subsumo los elementos de transgresión y desborde así como un cierto afecto de alegría que contrabalancea el rigor doliente de la situación.

La categoría de lo frenético constituye una suerte de eco o de respuesta del hombre vivo frente a la violencia disruptiva de la muerte. A la violencia de la muerte se responde con la violencia de la vida. Al exceso puesto en acto en de muerte se contrapone el exceso maníaco festivo.

El baile del angelito en la Argentina es un ejemplo de fiesta a consecuencia de la muerte de un niño. Los entierros con música (jazz en el de L. Armstrong) también acercan la fiesta a la muerte. En las islas Sandwich, al conocerse la muerte del rey el pueblo se lanza a cometer todos los actos considerados criminales en tiempos de rutina: incendia, saquea, mata y obliga a las mujeres a prostituirse públicamente. Al exceso desorganizativo de la muerte se contrapone el exceso transgresivo de lo festivo. Lo frenético de la fiesta hace eco al frenesí impactante del paso vivo-muerto, a la sorpresa de la aparición brusca del cadáver.

El tiempo se suspende, el mundo se recrea, se vuelve a jugar al caos primigenio. El cese de la fiesta señala el retorno al orden.

Los opuestos se tocan: vida y muerte, como caras de una misma moneda.

Quiero detenerme a considerar al elemento festivo intrapsíquicamente en los tiempos de hacer la muerte con alguien. Hacer una fiesta de la propia muerte es un acto mítico que sirve como representación narcisista trófica. En vez de temerla, avanzar hacia ella con tranquila sonrisa exorcizando a los fantasmas agresivos de despedazamiento corporal y de aniquilamiento. Es retornar a la «muerte amaestrada» (véase p. 24) y constatar la propia elaboración de la muerte.

Kubler-Ross (1984) ha escrito que la muerte es un nuevo amanecer. Al recorrer las cortas páginas del libro pareciera que morir es una delicia y uno no quisiera por nada perder el acceso a ese maravilloso acontecer. La autora presenta a la muerte como un acto de trasformación, de creación hacia una forma nueva. Desde esta óptica, «se muere y no se muere cuando se muere». Cierta continuidad queda garantizada por esa otra forma prometida que espera después de la muerte: detritus de vida, descomposición para recomponer nueva materia, reencarnación, etcétera.

A la oportunidad de haber nacido, de haber «hecho la vida», se suma ahora la muerte como otra oportunidad (J. Ruggieri, 1980, comunicación personal). Al describirla como oportunidad queda ubicada en un sitial lúdico, como un acontecer trófico, como destino final a toda orquesta. He aquí resonancias de lo festivo. La despedida adquiere un tono lúdico. A la lágrima se mezcla la sonrisa y el adiós se expresa sin melancolía.

«Siempre oí que es necesario morir con alegría», dice Sócrates en el Fedón. ¿De qué alegría podría tratarse si uno vivencia que está muriendo y por ende perdiendo todo, perdiéndose uno mismo como ser viviente? No habría de qué reírse, qué festejar a menos que se considere la serena satisfacción por la vida realizada. La fiesta es la del cierre, la del acto trascendente por consumarse, la del gran ritual festivo de la despedida. Ahuyentada la melancolía, el muriente mismo dispone sus últimos saludos y consejos. Su muerte deja marca positiva en los sobrevivientes, sin propiciar duelos patológicos.

La muerte emerge como acontecimiento. En el espacio para morir que se constituye para cada sujeto, la retirada de la vida acaece con saludos finales, aplausos y hasta abucheos. La muerte es vivida creativamente y en su intimidad hay lugar para la sublimación y para desplegar el arte de morir.

Clínica con la muerte

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