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c. La muerte en la actualidad: una mirada desde el psicoanálisis

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Resuenan en mi pensamiento la diversidad de muertes en este breve e intenso recorrido a través de la historia y sus costumbres.

En el fenómeno muerte se entrecruzan niveles: somático, psicológico, social, cultural.

Reflexiono acerca de la muerte desde mi praxis. Si bien es cierto que la muerte prohibida impera, las tabicaciones no son rígidas. También hoy día alguien muere en forma domesticada. La muerte del ser humano del siglo XX ha sido atravesada por esta profusa legión de tipologías. Las formas se imbrican y los movimientos de englobamiento y de discriminación entre unas y otras se suceden. Encontramos así sujetos que mueren de muerte propia (individual) domesticada en una conjunción sincrónica y diacrónica correspondiente a estas dos formas. Están solos (como el timonel al frente de su barco) y se despiden con adecuados rituales no necesariamente religiosos. En todo caso, son muertes dignas y singulares para ese sujeto y nadie más.

La consideración de los fenómenos del inconciente amplía el abanico conceptual de las maneras de morir. El psicoanálisis presenta así su contribución a la investigación de los fenómenos psíquicos a la hora de morir.

En cuanto a la muerte ajena, siempre constituyó un espejo donde uno miraba la muerte del otro y en ese espejo aprehendía vivencialmente en forma parcial que también era mortal aun en los casos de negación extrema. Lo perecedero (hombre, animal, árbol, casa, etc.) de la materia viviente e incluso de lo inanimado pone “ante los ojos” la realidad de la polaridad vivo-muerto.

La muerte ajena es muerte propia proyectada y provoca curiosidad. A veces una parte del propio cuerpo que muere (amputación, anestesia parcial, etc.) también es catalogada del lado de la muerte ajena.

En el imaginario se puede jugar fácilmente la fantasía de inmortalidad. Las religiones apuntalan el psiquismo y aportan aliviadoras respuestas. Aun así, al acercarse a morir el cuerpo, el sujeto al final se entrega pero no sin cierto escozor ante tanto desconocido acechante, tanta aventura de desintegración, de trasmigración, de viaje al más allá todavía por vivir. La muerte se convierte en el tiempo de otra vida, en el inicio de una temporada diferente donde se espera persistir en el “ser” y en el “estar” no importa cuáles sean las condiciones imperantes.

Al psicoanálisis le interesa prioritariamente esclarecer los efectos que la representación de la muerte ejerce en la vida.

Sobre todo en lo que respecta a las vicisitudes del narcisismo y a la perversidad humana (véase cap. 5). La “locura razonante” de los hombres en pugna por poseer bienes terrenales en desmesura como si fueran eternos o como si esta posesión calmase las ansiedades de muerte da cuenta de numerosos estragos sociales.

La omnipotencia narcisista interviene en las patologías del racismo y de los nacionalismos destructivos. En la cresta del furor narcisista, mato al enemigo por poder. El individuo experimenta la omnipotencia en el aparente dominio de la muerte.

La muerte en sí es un momento mítico (Aulagnier, 1979). Nadie sabe a ciencia cierta de antemano cómo habrá de atravesar la última jugada. El cuerpo entero somete a veces al psiquismo a estados de confusión o de dolor que impregnan los últimos instantes tornando imposible toda buena despedida. Otras veces, el psiquismo desobedece, por así decir, al dolor y al deterioro y el sujeto extrema los actos de la partida.

Al pie del lecho del muriente caen todas las tipologías de la muerte y en esa experiencia única, definitiva, se plasma un mosaico de conductas, emociones y palabras singulares.

Clínica con la muerte

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