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EL CAMBIO CLIMÁTICO

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Desde el punto de vista climático, el dióxido de carbono es activo, pero es químicamente inerte. Tal condición es lo que le da su larga vida atmosférica y le permite contribuir de forma tan importante al prolongado cambio climático. Gran parte del dióxido de carbono que hoy vertemos en la atmósfera seguirá en ella dentro de cien años. Esta larga vida es una mala noticia para el tratamiento de los efectos que nuestras actuaciones tienen en el clima global. Y también significa que el dióxido de carbono es otra sustancia químicamente estable de escasa incidencia en los aspectos más dinámicos de la atmósfera.

El problema no es que se haya prestado poca atención a la ciencia de la atmósfera. Desde hace más de veinte años, el papel de la atmósfera en el cambio climático es el principal tema medioambiental. Tanto que nosotros, los humildes profesionales de la calidad del aire, hemos batallado para que se escuche nuestra voz en las grandes inversiones en la ciencia climática, el control y el desarrollo de políticas. El propósito final es comprender el papel que los gases de efecto invernadero y otros aspectos de la atmósfera desempeñan en el cambio climático global (y, evidentemente, hacer algo al respecto).

Por ejemplo, desde 1993 hasta 2013, Estados Unidos invirtió más de 165.000 millones de dólares en el cambio climático.14 Es muchísimo dinero. Resulta reconfortante pensar lo eficaz que puede ser tal inversión en la reducción del dióxido de carbono atmosférico a 350 partes por millón (ppm, equivalente a 0,035%), siguiendo el consejo del profesor James Hansen de la NASA y de la Universidad de Columbia: «Si la humanidad quiere preservar un planeta similar a aquel en que se desarrolló la civilización y al que se ha adaptado la vida de la Tierra, la prueba paleoclimática y el actual cambio climático indican que habrá que reducir [los actuales niveles] de CO2 a un máximo de 350 ppm».15 El problema, sin embargo, es que las cuantiosas y continuas inversiones en investigación y mecanismos que mitiguen el impacto no han conseguido frenar el aumento de los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera. En 2016, el nivel global medio de dióxido de carbono superó las 400 ppm, y sigue aumentando 2 ppm cada año. Pese a las grandes inversiones en investigación y mecanismos de control llevadas a cabo durante varias décadas, el aumento de los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera no muestra signo de que vaya a disminuir.

En algunos sentidos, es mucho más sencillo ocuparse de cómo influimos en el clima global que de los efectos de la contaminación del aire. El impacto climático está relacionado, en gran medida, con la presencia de gases de efecto invernadero en la atmósfera. El principal culpable es el dióxido de carbono, responsable de unas tres cuartas partes de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero, con aportaciones más pequeñas pero importantes del metano (16 % de las emisiones totales), el óxido de nitrógeno (6 %) y los gases refrigerantes que contienen flúor (2 %).16 Cuanto mayor es la presencia de sustancias de este tipo en la atmósfera, más probable es que esta retenga el calor y, por ello, que suban las temperaturas y se produzcan efectos imprevisibles en el clima y las condiciones meteorológicas. Desde esta perspectiva, el objetivo de la ciencia climática y de la política de mitigación debe ser la gestión de las emisiones. Una vez que un gas de efecto invernadero ha pasado a la atmósfera, es relativamente irrelevante en qué parte de ella se encuentra. La vida atmosférica de los principales gases de efecto invernadero es suficientemente larga como para que se mezclen de forma eficaz por toda la atmósfera, cualquiera que sea el punto en que se liberaron, de modo que lo único que nos interesa es la cantidad emitida (o la tasa de emisión) y la concentración global media resultante. Así de sencillo.

En cambio, la contaminación del aire es, en muchos sentidos, más difícil de tratar conceptualmente. Como ocurre con los gases de efecto invernadero, nos interesan, evidentemente, la cantidad de emisiones y la tasa de emisión, así como las consiguientes concentraciones en la atmósfera. En algunos casos, nos basta con esta información para ocuparnos del problema. (Por ejemplo, el Convenio sobre la Contaminación Atmosférica Transfronteriza a Gran Distancia de Naciones Unidas establece los límites de emisiones de contaminantes importantes para cada país signatario. El objetivo del convenio es: «Mejorar la calidad del aire local, nacional y regionalmente».17 Y para conseguirlo se fijan los límites de las emisiones anuales en todo el país. Así de sencillo).

No obstante, para gestionar la calidad del aire en un entorno complejo, debemos observar con mayor detenimiento el patrón de las emisiones, su dispersión en la atmósfera, los procesos físicos y químicos de conversión y las consiguientes concentraciones en suspensión. Este tipo localizado de análisis proporciona la información necesaria para comprender y gestionar los efectos de la contaminación del aire. Sin este detalle espacial, no tenemos forma de saber si los límites de emisiones como los establecidos en el Convenio sobre la Contaminación Atmosférica Transfronteriza a Gran Distancia bastarán para garantizar que alcanzamos los estándares de calidad del aire, y para evitar impactos excesivos debidos a los altos niveles de polución. O, al revés, tal vez los límites sean excesivos y más de los necesarios para impedir que afecten a la calidad del aire.

Evidentemente, estoy simplificando de forma sustancial la ciencia del clima, donde hay que investigar y comprender las interacciones entre la atmósfera, los océanos, la tierra, los ecosistemas y los seres humanos. Sin embargo, la idea que quiero transmitir es que la evaluación de la calidad del aire exige considerar los detalles de las emisiones a la atmósfera —localización, temperatura, velocidad y tasa de liberación—, algo que no hace la evaluación de los efectos de los gases de efecto invernadero. Nuestro trabajo consiste en estudiar las condiciones climáticas, así como los lugares en los que es posible que la gente esté expuesta a las sustancias liberadas. Quizá debamos entender los niveles de fondo de cualquier contaminante, cuyas fuentes relevantes tal vez no incluyamos por completo en la evaluación. Estos factores no son directamente reveladores para el tratamiento de los gases de efecto invernadero. Eso no quiere decir que ocuparse de estos gases no sea ya una tarea compleja. Las complejidades de los gases de efecto invernadero se deben a la necesidad de establecer inventarios claros y precisos de las emisiones, y, quizá más importante, la imperiosa necesidad de actuar en la gestión (es decir, la reducción) de las emisiones de gases de efecto invernadero.

El aire que respiras

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