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EL TRATAMIENTO DEL CAMBIO CLIMÁTICO Y DE LA CALIDAD DEL AIRE

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Nos encontramos en este punto con una correlación entre la gestión de los gases de efecto invernadero y la de la calidad del aire. El principal sistema para reducir los efectos del clima y de la calidad del aire es no liberar tanta polución a la atmósfera. Cualquier reducción de las emisiones de esos gases se traduce en unas concentraciones de ellos un tanto inferiores a las que de otro modo se producirían y, por lo tanto, un aumento ligeramente menor de la temperatura global. Asimismo, casi cualquier reducción de las emisiones de contaminantes del aire deriva en unos niveles de contaminantes en la atmósfera menores de los que habría sin esa reducción.

Todo lo cual está muy bien si se cumple. Pero, naturalmente, la principal razón de que contaminemos la atmósfera es ofrecer productos y servicios que nos benefician y añaden valor a nuestra vida. Las centrales eléctricas generan electricidad. Los coches, autobuses, trenes y aviones nos dan movilidad. La agricultura nos proporciona alimentos. Las calderas y el fuego domésticos nos dan calor, agua caliente y nos permiten cocinar. La lista es interminable. De modo que el problema no se resuelve simplemente diciendo «contaminemos menos» si esto significa decir «produzcamos menos electricidad» o «no viajemos tanto». La mejora de la calidad del aire debe situarse entre un amplio abanico de prioridades complementarias y, en algunas casos, opuestas.

Veamos con mayor detalle cómo podemos reducir la polución que provocamos. ¿Cómo podemos emitir menos contaminantes? Se puede conseguir haciendo menos, haciendo lo mismo de modo más eficiente o con apaños técnicos. En el caso de la contaminación del aire, además, en ocaciones podemos reducir los efectos mejorando las condiciones de la emisión, es decir, liberando los contaminantes a mayor velocidad, a una temperatura superior o desde un punto más elevado. Esto podría contribuir a la reducción de las exposiciones locales a fuentes cercanas de contaminantes del aire, pero no incidiría positivamente de modo particular en los gases de efecto invernadero.

Un ejemplo de reducción de las emisiones haciendo menos es el de la industria manufacturera del Reino Unido a lo largo de las últimas décadas. Tal disminución ha implicado una importante reducción de las emisiones de sustancias químicas asociadas a la actividad industrial —en particular, dióxido de azufre, como veremos en el siguiente capítulo— y ha planteado la pregunta de si se trata de una auténtica reducción o de la externalización de la polución a otros países (de la mano de la actividad industrial). A veces, cuando la mala calidad del aire lo exige, se imponen restricciones al tráfico o a la actividad industrial/ comercial para reducir el impacto durante un tiempo. Un ejemplo más positivo sería acabar con la necesidad de realizar una determinada actividad —por ejemplo, posibilitar que la gente trabaje desde su casa y no tenga que ir al trabajo y venir de él—. Pero, en general, limitar la actividad es un medio impopular de reducir los efectos. Exigir sin más a las personas o las empresas que hagan menos impone limitaciones a las oportunidades de unas y otras de actuar como deseen. A corto plazo, las limitaciones seguramente imprevisibles a la actividad producen un efecto disruptivo desproporcionado en la vida cotidiana y la productividad. En general, una economía normal fomenta la actividad productiva dentro de los límites establecidos, por ejemplo, los legales, éticos y medioambientales. Imponer restricciones a dicha actividad, aunque se pueda justificar por razones medioambientales o de otro tipo, exige inevitablemente un aparato de regulación e imposición.

Así pues, en principio, es mucho mejor conseguir mejorar la calidad del aire sin limitar lo que hacen las personas, y posibilitando que hagan de modo más eficiente lo que deseen hacer. Y la «eficiencia» incluye muchas opciones diversas. Posibilitar que la gente se desplace con otros medios que no sean el coche privado suele ser una forma eficaz de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y de contaminantes del aire —más aún porque este tipo de intervención se suele aplicar a enclaves urbanos, donde los niveles de contaminación ya pueden ser altos—. Algunas de las alternativas al vehículo privado son el transporte público o la mejora de las infraestructuras para poder circular en bicicleta. También una política que fomente compartir el coche puede ser positiva para la reducción de las emisiones de contaminantes y gases de efecto invernadero. En ciudades de todo el mundo se están acotando zonas de bajas emisiones, donde se penaliza a los vehículos más contaminantes, para mejorar la calidad del aire y reducir las emisiones de gases. Y las mejoras en eficiencia de procesos como las calderas domésticas, la calefacción y el equipamiento eléctrico de los espacios comerciales, suponen menos quema de combustibles y, con ello, menores emisiones de contaminantes del aire y gases de efecto invernadero.

Todo lo cual es fantástico. Con una mejor eficiencia, o una menor actividad, la mejora de la calidad del aire y la del clima pueden ir de la mano, y así potenciar las inversiones en mejores controles. Este tipo de cambio puede reportar también otra clase de beneficios, por ejemplo, un menor uso de materias no renovables, o niveles de ruido más bajos. Todo lo que puede generar múltiples beneficios suele ser una buena base para conseguir mejorar la calidad del aire.

El aire que respiras

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