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DOS NÚMEROS

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Como el clásico 1066 And All That, de Seller y Yeatman,* este libro contiene dos cifras memorables: quédate con ellas si olvidas todo lo demás. La primera, como quizá ya haya mencionado, es que la contaminación del aire es responsable del 14 % del precio de tu casa. Y la segunda es que la contaminación del aire es la causa directa de siete millones de muertes prematuras cada año. No estoy seguro de cuál de estas conviene recordar más, pero sí cuál es la más estremecedora. Porque hoy, al cabo de años de vivir a la sombra de aquel nuevo vecino, el cambio climático, la contaminación del aire por fin está recibiendo la atención que merece, después de habernos hecho una buena idea de la magnitud de esos millones de muertes innecesarias.

Tal vez te preguntes qué es una muerte prematura. Buena pregunta. Una respuesta corta es que no lo sabemos con exactitud. Adelantemos la información: todos acabamos por morir, por lo que la consecuencia de los efectos medioambientales, como la contaminación del aire, en la salud no es que aumente el porcentaje de fallecimientos por persona (que ya es del cien por cien), sino que acorta la esperanza de vida. Lo podemos explicar de diversas formas. Una es calcular el número de muertes prematuras que supuestamente se producen cada año —aquí, en el Reino Unido, son unas cuarenta mil, y en todo el mundo, unos siete millones—. Otra forma es observar el efecto general sobre la esperanza de vida: en el Reino Unido, la polución del aire reduce una media de seis meses la esperanza de vida de todos. Lo que no sabemos es si esa media afecta a todos por igual o si los efectos son mayores en un determinado número de personas. Y desde luego desconocemos qué personas son las que mueren prematuramente debido a la contaminación del aire todos los años. Hay razones para pensar que la contaminación ha afectado a algún miembro de muestra familia, pero ningún médico habrá certificado que su muerte se debió a la «contaminación del aire». En honor a la verdad, hay que decir que la principal razón de que así sea es que los certificados de defunción registran las circunstancias que afectan a los individuos, sin especular sobre posibles causas externas. Sin embargo, aunque se especulara, sería imposible determinar qué fallecimientos respondieron directamente a la mala calidad del aire. Es algo que, posiblemente, cambie muy pronto, pero, de momento, lo único que sabemos es que la contaminación suele provocar que muramos un poco antes.

Y eso no es poca cosa. Todos los años, la contaminación del aire provoca más muertes prematuras que el tabaquismo pasivo, la obesidad y la contaminación del agua. Juntos. Tal vez la obesidad y el tabaquismo pasivo son más llamativos porque son más visibles y se pueden evitar más fácilmente. Las patatas fritas del puesto de la esquina y el paquete de cigarrillos del quiosco de al lado son reales, objetos físicos, y podemos decidir consumirlos o evitar sus prolongados efectos sobre nuestras arterias y nuestra familia. En cambio, la contaminación del agua y el aire no es tan fácil de ver. Y lo que como individuos podemos hacer para mitigarla o impedirla tiene un límite. Es lo que ocurre con los problemas medioambientales: en general, es otra gente la que los provoca; además, suelen manifestarse como un pequeño riesgo o un pequeño efecto para la población. Individualmente no se percibe. Sin embargo, la contaminación del aire es más importante aún que la obesidad, el tabaquismo pasivo y otras causas importantes de muerte prematura. Cada pocos segundos, hemos de inspirar aire. Y no tenemos muchas opciones sobre lo que respiramos; el aire penetra hasta lo más profundo de nuestro cuerpo. Lo necesitamos para seguir vivos, pero, al mismo tiempo, nos puede causar algún daño.

El aire que respiras

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