Читать книгу Aprender a ser feliz - Mechi Puiggrós de Mayer - Страница 15

8

Оглавление

¿Sabés cuántas veces le recé a Dios preguntando por qué?

¿Por qué el médico se había expresado de esa manera? Tan directo, tan frío. No me gusta juzgar, yo sé que hizo lo que pudo, dijo lo que tenía que decir según su formación, su mirada de las cosas, pero el panorama que había detallado era sombrío.

Fue mucha información, de golpe. Sin filtros. Sin pruritos. Sin anestesia.

Pero después aparecía Janito, como si nada, con su mirada, con su aire tan inocente, tan infantil, y todo cambiaba, Gordo. Era como un milagro.

Lo veía sonreír y yo también sonreía. Aprendí el valor de esa sonrisa y pensé: la vida no es diferente.

A ver: vos te levantabas temprano para ir al trabajo, yo me ocupaba de la casa, de las compras, de organizar la semana con el auto para llevar a Janito al colegio. A veces, hasta cortaba el pasto y lavaba el auto, si hacía falta. En todo momento, los chicos estaban bien alimentados y felices.

¿Qué había cambiado? Si te ponés a pensar, no mucho. Nada, en realidad. Vos y yo sabíamos que Janito tenía lo que tenía, pero el resto seguía igual. Era, de alguna manera, lo de siempre.

Las cosas irían cambiando paulatinamente, eso era inevitable, pero lo mismo sucedía con otras familias. ¿No es, la vida, un constante cambio?

Qué me importa que la vida sea corta, si cualquier vida lo es. Había que ver qué hacíamos con esa vida. El tema estaba ahí.

No fue fácil, por supuesto que no, aceptar esa realidad, pero el tiempo y la oración hicieron su trabajo. Superado el impacto inicial, la vida diferente, la que no estaba en mis planes, comenzó a apropiarse de todo, hasta disipar aquella otra vida, la que imaginaba.

Así, lentamente, dejé ir esa vida proyectada, y acepté lo que estaba pasando, no sin resistencia, pero con paciencia y fe. El dolor es un misterio que duele, y cómo. El dolor demanda, al cuerpo y al alma, su propio espacio; esquivarlo, o hacer como que no existe, es peor, pero vivir encerrado en la pena tampoco es vida.

El dolor pasa, aunque sugiera un abismo sin retorno. Es fácil decirlo ahora, Gordo, pero es importante saberlo, poder expresarlo: la tempestad no es eterna. Una tiende a creer que nunca será feliz, que aquel dolor nunca se irá, pero pasará. Vos tenías una frase anotada en tu cuaderno, una frase de Shakespeare, ¿cómo decía? “No hay noche que no haya terminado en amanecer.”

Dios tiene caminos que, a veces, no coinciden con los nuestros, pero ¿cómo no iba a creer en Dios? ¡Me había hecho madre! ¡Nos había hecho padres! Fijate si no la felicidad que sentíamos por la llegada de Fran. Yo me acuerdo bien. Estábamos, los dos, rodeados de amor, envueltos de amor por nuestros hijos.

Los planes de Dios son un misterio, Mechi. Un misterio que sabemos que al final será revelado. ¿Qué dice San Pablo en sus Cartas Paulinas, en su carta a los Corintios? “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que lo aman.”

¿Te acordás de cuando llegabas a casa, sobre el final del día? Lo único que querías era estar con ellos, Gordo, levantarlos en el aire, hablarles, hacerles muecas. Te reías con tus hijos, y no sabés lo que contagiaba tu risa en mi alma y en la casa. Te confieso que, alguna vez, llegué a pensar que habías perdido la cabeza. ¿Este tipo se olvidó de la enfermedad de su hijo? Enfermo de padre, pensarías. Enloquecido con ser el padre de Janito y de Fran.

Entonces me dije: esto es así y no va a cambiar. Janito tiene una enfermedad que no tiene cura. No tengo alternativa: o aprendo a ser feliz con esta realidad o voy a ser una infeliz toda mi vida.

Aprender a ser feliz

Подняться наверх