Читать книгу Aprender a ser feliz - Mechi Puiggrós de Mayer - Страница 9

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Hoy amaneciste un poco más temprano y con menos dolor, lo cual representa, para mí, la mejor manera de empezar el día. Te alcanzo los remedios, el agua. El desayuno me cuesta un poco más. Viste cómo soy, un poco despistado. Bajo, preparo la bandeja, subo y resulta que falta el jugo. Bajo de nuevo, busco el jugo, pero olvido la sacarina. Bajo por tercera vez, olvido las servilletas.

A veces duermo a tu lado, como hoy; otras no, tengo que ir al otro cuarto porque está la enfermera, atenta a cualquier cosa. Hoy despierto junto a vos. La mejor manera de empezar el día.

Me pedís que encienda el televisor. Querés ver las noticias de la mañana, supongo. No. Querés hacer zapping. Un poco de zapping. El noticiero transmite las noticias de siempre: el dólar, el plan económico, los resultados del fútbol. Cambio de canal. De pronto, aparece el músico César “Banana” Pueyrredón, autor de “Conociéndote”, la canción que bailábamos cuando éramos novios.

¿Te acordás?, preguntás.

Como si fuera ahora mismo: la voz de César Driollet, hermano de Rogelio, un gran amigo mío, en el teléfono:

—Ponete lindo, Ale, este jueves salimos.

—Con quién.

—Tere tiene una amiga para presentarte.

Tere es la novia de César. Somos compañeros de fútbol, César y yo, jugamos todas las semanas, mientras estudio Economía en la Universidad de Buenos Aires.

—¿No me decís todo el tiempo que la gente te pregunta “para cuándo una novia”? —presiona César en tono de reproche—. Bueno, tenés que empezar por salir. Si no, imposible. Las mujeres no caen de los árboles. Mirá: nos encontramos en Esmeralda y Juncal y vamos a buscar a Mechi, ¿estamos?

—¿A quién?

—A Mechi. Mercedes se llama. La amiga que te queremos presentar. De ahí nos vamos a Mau Mau. Bailamos un poco, charlamos, nos divertimos. No me podés decir que no.

—¡Ni siquiera la conozco!

—Confiá en mí. Te aseguro que no la vas a olvidar. En tu vida, mirá.

Tenía razón: te vi aparecer en la planta baja del edificio de tus padres y mis ojos se iluminaron. Estabas lindísima: pelo largo, hasta la cintura, ojos brillantes, que habías maquillado con esmero. En ese momento supe que quería estar a tu lado. Todo el tiempo. Pero no dije nada.

No te rías, es la verdad. ¿Cómo explicás, entonces, que te haya llevado, como segunda salida, al casamiento de mi hermano? Hablé con María, quien pronto sería mi cuñada: ¿te molesta si llevo a una amiga?

—¿Una amiga… o algo más? —preguntó, con una mirada entre burlona y sospechosa.

—Mercedes —dije.

—No hay problema.

Fuimos juntos a la Quinta Los Ombúes, ¿te acordás?

Me acuerdo, decís ahora. Sábado al mediodía. Abril de 1976. Me acuerdo de cómo nos miraban. Entré con el pecho hinchado de orgullo. ¡Qué linda tu amiga, Alejandro!, me decían todos. ¿De dónde la sacaste?, preguntaban mis amigos. ¡Te pasaste!

Hago una pausa y confieso: nunca te dije lo que pensé esa primera noche, apenas te vi.

¿Qué pensaste, Gordo?

Que eras demasiado para mí.

¿Yo? ¿Demasiado para vos? ¡No lo puedo creer!

En serio, lo pensé. Es demasiado para mí. Una mujer así. Tan linda. Con tanta presencia. Tu voz me encantaba, me encantaba verte sonreír. Cada vez que sonreías, tus pómulos se convertían en el trazo de dos sonrisas, era como una sonrisa triple.

No tenías idea de la que se te venía, Gordo.

(Me gusta cómo sonreís al llamarme así, cómo pronunciás la palabra “Gordo”, la seguridad que me transmiten tus palabras. Sí, estoy gordo, rebosante de esta vida juntos, pero tampoco digo nada. Disimulo.)

A los pocos segundos, como resignada, te escucho decir: Nadie podía imaginar lo que se venía. Ni vos, ni yo.

Me quedo en silencio, pero después digo:

¿Sabés qué? Lo haría todo de nuevo.

Aprender a ser feliz

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