Читать книгу Aprender a ser feliz - Mechi Puiggrós de Mayer - Страница 16
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Оглавление¡El día que entró al San Juan el Precursor! ¿Te acordás? Janito ya había pasado por el jardín de infantes, por el primer grado, segundo, tercero. Cumplió hasta cuarto grado en el mismo colegio de los primos, pero ese colegio tenía escaleras. ¡Por Dios, esas escaleras! Peldaños gigantes que parecían infranqueables. Yo creo que ahí Janito empezó a tomar verdadera dimensión de lo que pasaba, porque para sus compañeros, para sus primos, eso no era más que una escalera. Para él, un esfuerzo supremo, a pesar de la ayuda y compañía de los amigos.
Nosotros teníamos el diagnóstico, sabíamos lo que se venía. No iba a poder con esa escalera, entonces salimos en la búsqueda de un nuevo colegio, uno que, además, estuviera más cerca de casa. Nos encantaba el San Juan, así le decían, “el San Juan”, muy conocido en San Isidro, ubicado junto a la catedral. A Janito le gustó mucho, pero no había vacantes; además, debía ingresar en pleno mes de agosto, no era lo habitual.
¿Qué hacemos, Mamá?
Pongamos esto en manos de la Virgen, le dije. Yo le rezaba mucho a la Virgen, me sentía acompañada y cada vez que surgía algo que no podía manejar, o que me superaba, acudía a ella, le rezaba.
Lo pusimos en manos de la Virgen, y dos días después, Santiago Castro Videla, que trabajaba en la administración del colegio, llamó a casa. Quería avisarles que hay una vacante. ¿Cómo? Que hay una vacante; si todavía están interesados en que Janito se sume al colegio, puede hacerlo en agosto.
Qué linda noticia me das, Santiago, le dije. Santiago, nombre de apóstol, pensé. De todas maneras, me ardía cierta incomodidad en el pecho. Solicité verlo en una entrevista y le dije la verdad:
—Hay algo que tienen que saber de Janito. Padece una enfermedad de los músculos, progresiva, que no tiene cura. Muy pronto va a estar en silla de ruedas.
Para una madre que tiene a un hijo con problemas motores, los escollos, las barreras, asoman a cada rato, y muchos de ellos parecen infranqueables.
—Está bien —dijo.
—¿Está bien? A ver, quizás no me expresé bien. Acá la primaria es toda en una planta, pero ¿cómo vamos a hacer cuando llegue en silla de ruedas?
Santiago me miró, sonriente, y pronunció unas palabras que nunca olvidaré:
—Ese es un problema nuestro, no de ustedes.
Era como si me dijera: tranquilos, ya tienen bastante, dejen que nosotros nos ocupemos de ayudar, de alivianarles la carga, de que Janito esté bien.
Volví a casa agradecida, le conté la noticia a Janito, que estaba exultante. Después supe que pusieron un ascensor. Hicieron una refacción, una ampliación al sector de la planta baja para que pudiera funcionar un ascensor, el que llevaría a Janito a sus clases en la planta alta.