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1. PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

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Podemos decir que la primera revolución industrial, conocida simplemente como “revolución industrial”, se inicia aproximadamente alrededor del año 1770 en Gran Bretaña y finaliza unas seis décadas después. Fue el economista francés Jérôme Adolphe Blanqui uno de los primeros autores en utilizar sistemáticamente el término en el sentido actual vinculado a los cambios tecnológicos. En particular, Blanqui se interesaba especialmente por las consecuencias sociales de las innovaciones técnicas de finales del siglo XVII que, según él, habían dado lugar, en Inglaterra, a una “revolución industrial”17.

De manera originaria, esta primera etapa industrial18 se identificó con los fenómenos de naturaleza tecnológica y económica, es decir, con la industrialización (en este sentido, debemos destacar la introducción de la máquina de vapor de Boulton y Watt –vid. la imagen 2–, del telar mecanizado y de la locomotora de vapor en las diferentes industrias), que estaban dando lugar cambios decisivos en el sector productivo de carácter artesanal y en las relaciones de distribución comercial19. Esta visión economicista fue favorecida por el desarrollo paralelo de la ciencia económica, a partir de la obra de Adam Smith titulada “Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones”20, y establecía una relación causal automática entre la industrialización, el crecimiento de la riqueza y el desarrollo de los países, que ha perdurado bajo diversas formulaciones hasta las teorías desarrollistas de la década de los 50 en el siglo XX21.

Imagen 2: Máquina de vapor de Boulton & Watt, construida en 1785 y desmantelada en 1887*


*Esta fotografía se ha extraído de Wikimedia Commons y fue realizada por el autor David Maciulaitis en el Museo Powerhouse.

Sin duda, la primera revolución industrial requiere como uno de sus fundamentos los cambios tecnológicos y económicos que determinan la industrialización. No obstante, necesita también la concurrencia de unos fenómenos de naturaleza estrictamente sociológica, como el crecimiento demográfico acelerado; otros de carácter socio-económico, como las migraciones internas del campo a las industrias de las grandes ciudades; también de índole política, como el creciente protagonismo político de la burguesía y del proletariado obrero, y, por último, de fenómenos estrictamente culturales, como la progresiva universalización de la alfabetización, enseñanza primaria o el desarrollo de nuevas disciplinas científicas22.

En relación con lo expuesto en el párrafo inmediatamente anterior, se puede decir, tal y como han señalado algunos autores,23 que el desarrollo de esta primera revolución industrial fue impulsado en cierto modo por un cambio en la percepción del desarrollo tecnológico: un cambio de actitudes sociales no ajeno a dos fenómenos. Por una parte, la clase media trabajadora había ido adquiriendo gradualmente un mayor poder político frente a la nobleza y, por otra parte, los trabajadores no cualificados venían a ser los grandes beneficiarios de los avances en la mecanización frente a los artesanos.

La cuarta revolución industrial y su impacto sobre la productividad, el empleo y las relaciones jurídico-laborales: desafíos tecnológicos del siglo XXI

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