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Las emociones reflejadas en el tono muscular

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Los sentimientos son nuestros amigos.

Carl Rogers

En segundo lugar, hablaremos sobre el tono en la expresión de las emociones. Las manifestaciones emocionales, que implican la problemática de la emoción, pertenecen a un orden del que desde hace mucho tiempo se ocupó la psicología clásica. “Desde Descartes –para quien la pasión es una irrupción de la vida corporal en el plano del alma, que debe dominarla– a W. James, que hace de la emoción el único ingreso en la conciencia de un desorden orgánico («no lloramos porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos»), muchos pensadores han intentado explicar este fenómeno particular, que muchas veces se presenta como una sucesión de reacciones sin orden ni coherencia y que pareciera que no es posible sistematizar” (Coste, 1978).

H. Wallon (1949) plantea claramente el problema:

“O bien la emoción es esencialmente una perturbación, una gradación de la actividad, y el lugar que ocupa en el plano las reacciones biológicas es el de la enfermedad, o a lo sumo, de los defectos que contrarían el normal juego de las funciones, o bien tiene, entre las funciones, su razón de ser, pero hay que explicar las manifestaciones perjudiciales o molestas que siempre la acompañan”.

Nos limitaremos ahora sólo a las manifestaciones emocionales que se vinculan con el tono.

Para desarrollar esta idea Wallon (1949) toma el ejemplo de la risa: una excitación periférica como el cosquilleo desencadena una elevación del tono que, al acumularse, encuentra una salida en la risa. Tal es la fuente de toda emoción: ésta viene a resolver la tensión que crea una acumulación de hipertonía.

Esa elevación de la tensión dará lugar a manifestaciones emocionales paroxísticas si la excitación produce una cantidad tal de tono que no puede liberarse en una reacción del organismo, o cuya creciente tensión éste no puede soportar. La hipertonía es causa de malestar si no logra resolverse en actividad equivalente: si nos obstinamos en hacer cosquillas a un chico que ríe, el tono acumulado por la excitación, después de la risa, desembocará en los espasmos del sollozo, manifestándose de tal modo el malestar del niño.

Hay que tener en cuenta, como señala Wallon, que “las relaciones que pueden existir entre la emoción y las circunstancias exteriores son de tipo condicional” (ibid.), es decir que habiéndose ligado con ciertos estímulos exteriores, como una imagen, una actitud o un marco (oscuridad, soledad…), la excitación que originariamente desencadenó la emoción ya no es necesaria. Basta el estímulo que la acompañaba, el cual desempeña entonces el papel de estímulo condicional. Ese es el origen de muchas supersticiones: si en una situación dada, un incidente ha suscitado una emoción fuerte, esta emoción resurgirá cada vez que el incidente se repita, sea cual fuere la situación y por distinta que sea. El ladrido de un perro en el momento de una ansiosa expectativa que nos provoca temor, basta para hacer del ladrido una causa persistente de temor que reactiva la hipertonía originariamente debida, sin embargo, a la expectativa.

Además, cualquier expectativa produce un estado de tensión tónica que se incrementa y puede transformarse en angustia, de acuerdo con mecanismos al mismo tiempo nerviosos y humorales (que involucran la intervención de glándulas endócrinas, en particular las suprarrenales –superproducción de glucosa, aumento de las oxidaciones, aceleración cardíaca, contracción vascular, inhibición del aparato digestivo–) bajo la acción particular de la adrenalina (Cannon, 1929, citado por Coste, 1978).

Subrayemos, dice Coste (1978), que la relajación produce los efectos contrarios: dilatación vascular, regulación de los ritmos cardíaco y respiratorio, disminución de las oxidaciones.

“En resumen, hay que insistir en el lazo estrecho y necesario que existe entre el comportamiento tónico y la emoción: toda emoción tiene origen en el dominio postural, es decir, según Sherrington, en toda actividad tónica. Si en el niño, la sensibilidad de relación (que Head llama protopática) es sustituida por la sensibilidad orgánica (epicrítica), inmediatamente conquistará su autonomía. Así, la mirada del otro, o su simple presencia, una palabra que él pronuncie, serán para el niño de seis años, lo mismo que para el adulto, excitación suficiente para desencadenar un aumento de la tensión y, con ello, reacciones emocionales que traducirán el malestar o la alegría que producen. Esta sensibilidad frente otro, o ante la presencia del otro, que ya se manifiesta en la nutrición, es muy marcada en el plano emotivo. La disminución del tono en algunos (introvertidos, autocontemplativos), la hipertonía en otros, ponen de manifiesto la influencia que sobre ellos ejercen las exigencias del otro. El miedo es el mejor ejemplo de ello. Muchos giros lingüísticos lo revelan: «me tiemblan las piernas» por el golpe de una fuerte emoción, o «no puedo ni mover un brazo»; si tengo miedo, «se me seca la boca» y «se me hace un nudo en el estómago»” (Coste, 1978).

Ello se debe a que el tono participa en todos los comportamientos comunicativos del individuo.

Cuerpo, función tónica y movimiento en Psicomotricidad

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