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Las actitudes emocionales afectivas

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Por la emoción con que ha vibrado, el individuo se encuentra virtualmente unido a cualquier otro en el que se hayan producido las mismas reacciones.

H. Wallon

Wallon (1925) sostiene que las actitudes afectivas son las primeras en aparecer en el desarrollo del niño. Se elaboran a través de las emociones, bajo el efecto de las integraciones del tono y de las sensibilidades intero y propioceptivas, realizadas al nivel de los centros extrapiramidales mesencefalodiencefálicos cuya maduración comienza a partir del nacimiento y se acaba hacia el sexto o séptimo mes. Las reacciones emocionales, aisladas hasta este momento, van a organizarse en sistemas diferenciados: alegría, cólera, miedo, etc.

Las emociones son el resultado de la actividad postural. Su base reside en el tono de los músculos del esqueleto y de las vísceras. “La emoción, sea cual fuere su tipo, tiene siempre como condición fundamental las variaciones en el tono de los miembros y de la vida orgánica” (Wallon, 1949). La reacción emocional consiste en una especie de corriente tónica que se propaga por medio de olas sucesivas, que se relacionan entre ellas y que pueden cambiar de sentido, pasar del placer al sufrimiento, de la cólera ofensiva a la cólera sobre uno mismo. Wallon ha analizado minuciosamente todos los tipos de emociones que se pueden manifestar en el niño, y concluye: “todas las emociones: placer, alegría, cólera, miedo, timidez… pueden reducirse a la forma como se crea el tono, se consume o se conserva” (1949). Por ejemplo, la alegría se produce como consecuencia de un deslizamiento del tono que se encuentra en relación de equilibrio con su producción y eliminación en movimiento. La cólera, por el contrario, surge cuando el exceso de tono es mayor que la posibilidad de eliminación: el placer que manifiesta el lactante cuando se le acaricia se cambia por irritación y cólera cuando estas caricias duran demasiado tiempo. La risa y los llantos son una liquidación del hipertono, pero mientras que el hipertono de la risa se relaciona sobre todo con los músculos del esqueleto, el de los llantos se localiza en las vísceras (Trang-Thong, 1981).

Trang-Thong (1981) indica que las emociones presentan una orientación centrípeta. En lugar de responder a la excitación de forma refleja o de una forma automática limitada y apropiada, suscitan un “desencadenamiento que se propaga y difunde por todo el organismo” y engendran “una especie de indeterminación llena de virtualidades, cuya expresión es una actitud” (Wallon, 1925). Las actitudes emocionales son expresiones puras del organismo, de sus estados de tensión, de relajación, frustración, inhibición… que se traducen por malestar, bienestar, sufrimiento, inquietud. No son de un solo tipo, sino que se desarrollan en el tiempo como una onda tónica a la que modifican y varían las sensibilidades intero y propioceptivas. Es esta interocepción la que introduce en la conducta una forma primaria de conciencia, confusa y global, de la turbación y de las veleidades surgidas en el organismo, “es la conciencia, pero la conciencia subjetiva” (Wallon, 1925).

“Las actitudes emocionales y la conciencia subjetiva correspondiente constituyen un verdadero paso de lo fisiológico a lo psíquico. Su desarrollo en el niño va a esbozar un desdoblamiento que prepara para la representación e inicia la vida de relación con los progresos de la comprehensión y de la comunicación que representan un preludio del lenguaje” (Trang-Thong, 1981).

Las expresiones emocionales, escribe Wallon (1925), “forman un todo con lo que significan y pueden servir para evocar, sin diferenciarse. Son a la vez emoción y representación. Con la emoción aparece el mínimo de discriminación que es necesario para que el instante vivenciado, en lugar de ser simple, exclusivo, absoluto, admita unos términos con los que pueda ser virtualmente opuesta a otros y a sí mismo”.

Wallon comenta que se dan estas manifestaciones emocionales en sí, que se convierten luego en objeto de la conciencia, y que terminan por imponerse más o menos del mismo modo a su espectador, sea quien sea el sujeto o si las ve manifestarse en su igual.

“Por la emoción con que ha vibrado, el individuo se encuentra virtualmente unido a cualquier otro en el que se hayan producido las mismas reacciones. La simpatía nace de este contacto, muy precoz en el niño… es una introducción al concepto de los demás y no un resultado. De este modo la subjetividad de la conciencia se transforma en sociabilidad, a través de la expresión emotiva” (Wallon, 1925). El niño percibe a los otros en sí mismo y su yo en los otros. La representación que se esboza sigue siendo subjetiva. Es una puesta a punto de su organismo que responde a una determinada situación. “Consiste en una actitud apropiada y se resuelve por medio de estados diferenciados de tensión cuyas actitudes ya están formadas” (Wallon, 1949).

La actitud emocional se transforma así en actitud afectiva orientada hacia el mundo humano. Es ésta la que desarrolla la comunicación y la comprensión de las situaciones de intercambio interpersonal. No se trata más que de una comunicación mímica y gestual, pero ya están formadas las actitudes de escucha y emisión, que serán indispensables para el advenimiento del lenguaje. Como el lenguaje, la comunicación mímica y gestual se convierte muy rápidamente en el niño en un medio de acción específica para obtener la satisfacción de sus deseos y necesidades: “la acción sobre los demás a través de los demás” (Wallon, 1949).

“La actitud y la conciencia están íntimamente ligadas. Se confunden al principio con la expresión, que seguidamente se diferencia y da lugar a la conciencia y a la orientación: a la conciencia si consideramos el polo de las sensibilidades, a la orientación si consideramos el de las actitudes. Pero siguen siendo solidarias: la conciencia es la actitud en sí y la orientación es la actitud hacia los demás. Cualquier toma de conciencia solamente es posible partiendo de la actitud” (Trang-Thong, 1981).

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