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El desarrollo de la individualidad

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No es raro encontrar dueños de cachorros con ideas equivocadas acerca de las primeras fases del crecimiento. Como no poseen la experiencia de un criador, que observa el desarrollo de los cachorros jóvenes, normalmente no poseen más que una idea vaga de cómo ocurre el proceso, y ello puede llevar a malentendidos del tipo de los expuestos por el dueño de Argus. Para prepararse para recibir de manera adecuada y criar de forma inteligente a su nuevo cachorro, debe tomarse un tiempo para examinar al detalle el proceso de crecimiento y obtener así un enfoque preciso de un período que de otro modo resulta oscuro.

El nacimiento de una camada señala una nueva oportunidad para observar de forma todavía más profunda una serie de acontecimientos: aquellos momentos que marcan el tránsito de un cachorro completamente dependiente a un perro enteramente maduro, capaz de demostrar un auténtico compañerismo. Si tiene la suerte de alcanzar este grado de compañerismo, sin duda comprenderá cómo nos hace cambiar la vida a mejor. Sin embargo, es posible que no sea consciente de que las semillas de la capacidad para relacionarse de su perro deben plantarse muy temprano en su vida, mucho antes de que llegue a su casa. El desarrollo de un perro no es un proceso automático que ocurra de forma idéntica en cada animal. Más bien, se trata de un despliegue dinámico de vida, que aunque sigue los patrones generales refleja la interacción sutil y fundamentalmente misteriosa de tres factores: tipo de raza, composición genética e influencias ambientales. El resultado de esta mezcla produce una gran variedad de personalidades caninas. Ésa es la razón por la que la cría de cachorros supone un desafío a la rutina: cada perro es único; cada perro es un individuo.

Este conocimiento se halla en el corazón del que se ha convertido en uno de los estudios más autorizados sobre la conducta de los perros, Genetics and the Social Behavior of the Dog, de John L. Fuller y John Paul Scott. Cuando estos hombres iniciaron su investigación en Bar Harbor (Maine), abordando los efectos hereditarios en el comportamiento humano, escogieron al perro como objeto de estudio precisamente porque, al igual que los humanos, muestran un alto nivel de individualismo. Los investigadores consideraron que estudiando el desarrollo paralelo de los perros realizarían observaciones valiosas para la cría de los niños, lo cual contribuiría a convertirlos en miembros de la sociedad mejor adaptados y más sanos. Su estudio contribuyó a establecer las importantes relaciones existentes entre la genética, la experiencia temprana y el comportamiento adulto. En el proceso quedó patente cómo un perro se convierte en una criatura única e individual, al tiempo que proporcionó una perspectiva más exhaustiva y precisa de la conducta canina que la existente hasta entonces.

Los resultados finales del estudio, exhaustivos y bastante técnicos, van más allá de los objetivos de este libro. Aun así, es importante remarcar un hallazgo concreto por su profunda influencia en el entendimiento del desarrollo y en la forma en que los criadores responsables crían a sus cachorros. También proporciona un marco útil para entender cómo crece un cachorro. Durante el transcurso del estudio, de diecisiete años de duración, Scott y Fuller siguieron detalladamente el desarrollo de sucesivas camadas de cachorros. Al analizar los datos, descubrieron que antes de alcanzar su personalidad adulta los cachorros pasan por cuatro etapas claramente diferenciadas. Cada uno de estos períodos empieza con cambios en las relaciones sociales de los cachorros, distinguibles por el modo en que se relacionan con su entorno. Tomando en cuenta las pequeñas variaciones existentes de un individuo a otro, Scott y Fuller observaron las siguientes fases: el período neonatal, desde el nacimiento hasta la apertura de los ojos, aproximadamente a los trece días; el período transicional, desde la apertura de los ojos hasta la apertura de las orejas a los veinte días; el período de socialización, que se extiende aproximadamente entre tres y doce semanas, y el período juvenil, desde el fin del anterior hasta la madurez sexual, que puede ocurrir desde los seis meses hasta el año o más.

Además, al intentar determinar por qué algunos perros se convertían al madurar en mascotas contentas y sociables mientras otros no, los investigadores descubrieron que el momento en que viven sus primeras experiencias desempeña un papel vital en el desarrollo y la configuración de su comportamiento. Los sucesos acontecidos en una etapa concreta de la vida de un cachorro afectan su desarrollo en mayor medida que los mismos acontecimientos vividos en una etapa distinta. Esto sugirió a Scott y Fuller la presencia de períodos críticos: momentos especiales en los que “una pequeña cantidad de experiencia producirá un gran efecto en el comportamiento posterior”. Aunque en cierto modo fueron demasiado ambiguos a la hora de precisar cuántos períodos existen, los investigadores destacan como el más importante el período que abarca entre las tres y las doce semanas, el “período crítico de socialización”, cuando el cachorro sufre ciertas experiencias que ejercen la máxima influencia en su futura personalidad y su temperamento. Con una socialización correcta durante el período crítico, los cachorros pueden ser condicionados naturalmente a comportarse como mascotas amigables y orientadas a la gente.

Aunque la mayoría reconoce el valor global del estudio de Scott y Fuller, no todo el mundo se siente cómodo con el término “período crítico”. Los críticos argumentan que es demasiado absoluto y que parece descartar la posibilidad de rehabilitación del animal que, desafortunadamente, durante la infancia es víctima de maltratos y negligencias. En su lugar, prefieren el término “período sensible”, porque refleja la realidad con más claridad. Visto así, observamos que el momento en que se producen las experiencias y su calidad, aun siendo indudablemente factores importantes que influyen en el comportamiento, no son camisas de fuerza que frustran futuros intentos de modificar el comportamiento. El desarrollo del cachorro es algo mucho más complejo. Estos períodos sólo indican aproximadamente el momento en que los cachorros son más susceptibles de socializar las influencias de forma natural.


Esta camada de pelo de color sable exhibe su robusta vitalidad.


A los trece días, Kairos está a punto de abrir los ojos.


A la cuarta semana de vida, podemos convencer a los cachorros para que salgan del nido.


Mientras madura, el cachorro necesita experimentar el juego supervisado junto a un grupo de adultos.

Esto no cambia la idea principal: las primeras experiencias desempeñan un papel importante en el desarrollo de la personalidad. Así pues, si de veras desea adquirir un cachorro, debería tratar de hacerse una idea tan clara como sea posible acerca de su procedencia. Cuanto más sepa de las primeras experiencias del cachorro, su herencia genética y las características generales de su raza, más preparado estará para entender a su cachorro y ayudarlo a desarrollar su potencial. Aun así, no olvide que esta información no resuelve por completo el acertijo que plantea la individualidad de su perro. Hay límites en cuanto a lo que la ciencia puede enseñarnos sobre los perros. En última instancia, debemos reservar cierto espacio al misterio.

Al juzgar el desarrollo de un perro, debemos reconocer que nuestro conocimiento refleja patrones generales, no reglas absolutas. Nunca podremos entender por completo por qué un perro es como es. De hecho, “el perro” no existe, sólo existen perros individuales y el modo concreto en que se desarrolla cada uno de ellos. Por eso, en cada etapa, aunque el proceso de crecimiento es básicamente el mismo, el modo particular en que se manifiesta cambia de un cachorro a otro. Ése es el motivo por el que compañeros de camada criados bajo las mismas circunstancias se desarrollan de un modo diferente. La naturaleza y el propio caos de la vida los dispone a crecer y comportarse de forma individual.

La diversidad no carece de propósito. El perro, al igual que el lobo, su principal antepasado, es un animal de manada. Aunque cada perro desarrolla su propia personalidad, también posee una identidad de manada que se manifiesta a una edad muy temprana, cuando todavía permanece junto a la camada. Estas diferencias de personalidad son importantes, ya que resaltan el hecho de que para su supervivencia una manada depende de la cooperación mutua. Cada miembro desempeña su papel y tiene su importancia; todos merecen respeto.

Este punto se aprecia con mayor claridad en el caso de los lobos. Si una manada estuviera compuesta al completo por personalidades alfa, o dominantes, la capacidad de sus miembros para mantenerse unidos se vería sometida a presiones insoportables para la manada. Las constantes luchas internas y los continuos desafíos por el control harían imposible la unidad de la manada. De forma análoga, si todos los miembros fueran del tipo sumiso, les faltaría el liderazgo necesario para cazar de forma eficaz. En ambos casos, la supervivencia correría peligro. Lo que da fuerza a la manada son las distintas personalidades que coexisten en su interior. Estos rasgos individuales están ligados directamente a la experiencia adquirida durante su etapa de cachorros. Esta diversidad en el desarrollo de las personalidades en el seno de la camada es lo que sienta las bases de una manada eficiente y coordinada en la cual la fuerza y las habilidades de cada miembro se ponen al servicio de todos, al mismo tiempo que benefician a cada uno de ellos.

Esta perspectiva es vital para entender al perro doméstico. Volviendo a Anka y sus cachorros, ahora disponemos de un marco general para abordar el crecimiento de los cachorros y otros temas relacionados. En cualquier caso, es importante recordar que se trata de una camada de pastores alemanes. Además de la particularidad de cada perro, el tamaño y la raza de los cachorros puede afectar su grado de crecimiento físico y conductivo. Por ejemplo, las razas pequeñas, como el chihuahua, tienden a madurar sexualmente hacia los seis meses y alcanzan la edad adulta hacia el año de vida. En cambio, las razas más grandes y de desarrollo más lento, como el lobero irlandés o el dogo, no alcanzan la madurez sexual hasta el año y medio, aproximadamente, y la edad adulta entre los dos y los tres años. Cada raza tiene su grado natural de crecimiento, y usted debería ser consciente de esto al obtener su cachorro. Al iniciar el seguimiento de la camada de Anka no pretendíamos establecer un modelo general de crecimiento ni anotar cada pequeño detalle del mismo. Más bien apuntábamos a proporcionar una base sólida en la vida real para nuestro debate y ayudarle a comprender mejor el desarrollo temprano de su cachorro.

Por lo general, no damos nombres concretos a los cachorros, pero lo hemos hecho en este caso para una mayor claridad. Pusimos a los dos primeros machos los nombres de Sunny y Kairos, llamamos Oka y Yola a las dos hembras, y al último macho, el más pequeño de la camada al nacer, le pusimos Kipper.

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