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¿En qué consiste la socialización?

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Por “socialización” se entienden dos cosas: en primer lugar, la adaptación positiva del cachorro a diversos aspectos de su vida, entre los que se incluyen otros perros, gente, lugares y objetos; en segundo lugar, lo que hacemos para promover este proceso. El cachorro es extremadamente sensible a las experiencias de socialización cuando tiene entre tres y doce semanas, período durante el cual los efectos, para bien o para mal, son permanentes. Antes, el cachorro permanecía psicológicamente aislado del entorno, protegido por la falta de desarrollo sensorial. Ahora, esto ha cambiado. Es vulnerable de otro modo.

Naturalmente, los perritos no son conscientes de ello. Al inicio de esta etapa, su orientación básica es la apertura. Sus sentidos reciben abundantes estímulos que les posibilitan la percepción inmediata del entorno. Todo es nuevo e interesante, y empiezan a desarrollar verdadera curiosidad. Están preparados para forjar sus primeras relaciones sociales auténticas con su madre y el resto de la camada.

Dada su confianza positiva respecto a la vida y el crecimiento, mantendremos el entorno de los cachorros estable e incidiremos en esta curiosidad natural con una serie adecuada de experiencias nuevas. La madre debe seguir pasando la mayor parte del tiempo junto a las crías. Puesto que se encuentran en pleno proceso de ajuste de los sentidos recién descubiertos, no vamos a abrumarlos excediéndonos con la estimulación y el ruido durante la primera semana y media. En estos momentos, a pesar de su inclinación natural a investigar su pequeño mundo, una estimulación excesiva podría provocarles miedos. El miedo y la tendencia a evitar nuevas experiencias aparecen de forma natural y normal en fases más avanzadas del período, cuando el cerebro y el sistema nervioso central han madurado al nivel de los adultos. Este período suele conocerse como el de miedo/desconfianza.

En la vida silvestre, este ritmo natural de vínculo y desconfianza estrecha al principio los vínculos del cachorro con la manada y, después, le hace sospechar de animales desconocidos y nuevos como elementos potencialmente peligrosos. Es un mecanismo de supervivencia que por instinto mantiene a los cachorros alejados de los depredadores. Durante sus primeras doce semanas de vida, el único contacto social que mantie ne un cachorro de lobo es con su madre, su camada y los miembros más cercanos de la manada. Así, el cachorro está seguro y se refuerzan los vínculos con la manada, lo que repercute en una mayor solidaridad y seguridad dentro de la propia manada. En los perros domésticos, el patrón es el mismo: primero el vínculo y después la desconfianza.


La camada se deleita muy pronto corriendo en manada por la nieve del campo de ejercicio.

Lo ideal es criar al cachorro con diversos tipos positivos de experiencias sociales, primero con la madre y la camada, y luego con el mundo que le rodea. Puesto que se espera de los perros domésticos un comportamiento en sintonía con lo socialmente aceptable por los humanos, el cachorro necesita mucho contacto con las personas y exponerse a toda clase de situaciones cotidianas comunes. Así se establecerá la base de una actitud positiva hacia personas y experiencias nuevas, y el cachorro aprenderá que los seres humanos y su mundo son parte de su manada. Si se priva al perrito de este contacto, desarrollará reacciones de miedo a la gente y crecerá con un desajuste emocional y social. Llegados a ese punto, reajustar la conducta es sumamente difícil (y muy caro), en caso de que sea posible.

Esto explica por qué es casi imposible domesticar a un lobo adulto. Si bien se han dado muchos casos de lobatos criados y socializados por humanos que se han convertido en sus fieles compañeros, los lobos adultos muestran una resistencia extrema a la domesticación. Como no se expusieron al contacto con humanos durante el período crítico de socialización, no tienen base para establecer la conexión. Como es comprensible, cuando un adulto se enfrenta a la perspectiva de encontrarse con un humano, su tendencia será huir o, si se encuentra arrinconado, reaccionar con agresividad.

En Understanding Your Dog [Comprender a su perro], Eberhard Trumler, conocido etólogo de Alemania, relata que deliberadamente crió a una camada de dingos (perros salvajes australianos) de modo que no tuvieran ningún tipo de contacto con seres humanos entre la tercera y la séptima semana de vida. Excepto por la presencia de otros miembros de la manada, los cacharros crecieron con sus padres tal como lo habrían hecho en libertad. Los resultados eran predecibles. Evolucionaron como perros salvajes tímidos que evitaban el contacto con los humanos y se escondían cada vez que Trumler entraba en el patio. Puesto que uno de los objetivos de Trumler era observar el comportamiento de los dingos en un escenario esencialmente natural, el hecho de que estuvieran recluidos no era relevante. Los animales actuaban como lo habrían hecho en libertad. Sin embargo, una reclusión similar practicada en perros domésticos tiene consecuencias más importantes.

Al criar a varias camadas en campos grandes y abiertos, Scott y Fuller constataron que los cachorros que crecían sin contacto humano reaccionaban con temor al ser expuestos a los humanos a las cinco semanas de vida, aunque mediante la exposición frecuente podía reajustarse el comportamiento en cuestión de dos semanas. Sin embargo, los cachorros expuestos al contacto humano a las doce semanas reaccionaban de inmediato con pavor y huían. Básicamente se comportaban como animales salvajes socialmente irrecuperables. No habían tenido ese contacto vital durante el período más crítico.

Durante los años cincuenta y sesenta, Clarence Pfaffenberger, de Guide Dogs for the Blind (San Rafael, California), llevó a cabo una aplicación práctica de este descubrimiento. Al mando de un programa de cría especialmente diseñado para producir perros guía cualificados y en estrecha colaboración con John Paul Scout, confirmó la necesidad de una socialización regular para que existiera alguna esperanza de que los cachorros se convirtieran en buenos perros guía. Los perros necesitaban un contacto humano repetido para adquirir la estabilidad emocional necesaria para el trabajo. Sin ella, los animales no sólo resultaban inadecuados para el trabajo de guía, sino que también se revelaban como pobres compañeros. Las implicaciones para todos los criadores hablaban por sí solas.

Pfaffenberger también constató que los beneficios iniciales de la socialización pueden llegar a perderse si los cachorros permanecen demasiado tiempo en el criadero después de concluir las pruebas de personalidad a las doce semanas. Si un cachorro adecuadamente socializado pasaba tres semanas más en el criadero sin socializarlo de manera deliberada y, acto seguido, era introducido en un hogar nuevo, era muy alta (70%) la probabilidad de que fuera incapaz de responsabilizarse como perro guía adulto de su amo ciego. Los cachorros instalados en hogares nuevos inmediatamente después de las pruebas tenían un índice de éxito del 90%.

Estos ejemplos subrayan la importancia de lo que ocurre en la vida del cachorro antes de que el dueño lo adquiera, así como la importancia de socializarlo durante toda su vida. La socialización le acostumbra a enfrentarse a una gran variedad de nuevas situaciones que en potencia pueden producirle miedo. En este período, el ritmo de sentirse asustado y después recuperarse y acostumbrarse a la nueva experiencia es una de las lecciones más valiosas que puede aprender un cachorrillo. El perro se recupera y refuerza su capacidad para enfrentarse en el futuro a situaciones potencialmente desconcertantes.

Creemos que podemos utilizar esta información para distinguir dos fases dentro del mismo período. La primera se produce entre las cuatro y las seis semanas, y se centra en la interacción del cachorro con otros perros. Durante este tiempo, si bien no debe privársele del contacto humano, no será tampoco su principal objetivo. Los cambios más importantes en la conducta se producen como consecuencia de la interacción de los cachorros con su madre y el resto de la camada. Esta fase desemboca en la segunda, en la que los cachorros empiezan a centrarse en la socialización con personas. Este intervalo va de la semana quinta a la duodécima, lo que deja una semana en la que los animales necesitan exponerse a ambas formas de contacto. Estas dos fases inciden en los ajustes sociales básicos que la mayoría de los cachorros deben experimentar para poder llevar una vida feliz y equilibrada.

El arte de criar un cachorro

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