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¿Un adulto en miniatura?

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Hace poco hablamos con un señor que acudió a nosotros para pedirnos ayuda con su revoltoso cachorro golden retriever de tres meses y medio. Mientras hablábamos de sus dificultades de adaptación a su nuevo cachorro, la conversación regresaba una y otra vez a su antigua golden, una perra bien adiestrada y tranquila que había fallecido unos meses antes, a los doce años. Al hombre se le llenaban los ojos de lágrimas al recordar a su perra, y nos explicó que la recogió a los siete meses de edad y la velocidad a la que había aprendido a no ensuciar en casa, había asimilado los ejercicios de obediencia y se había adaptado al ritmo de su rutina diaria. A continuación señaló a su nuevo cachorro, Argus, que saltaba enérgicamente junto a él reclamando su atención y mordisqueándole las manos. Sin tratar de disimular su frustración, empezó a detallar las penurias vividas durante el primer mes y medio con él, la decepción e irritación que había experimentado y su temor creciente a que Argus fuese simplemente un ejemplar deficiente de su raza. Estaba a punto de arrojar la toalla.

Al escucharlo, quedaba claro que el hombre estaba pasando por alto un punto muy importante. Estaba comparando todos los problemas que experimentaba con Argus con la estabilidad y madurez de su primera perra, que había obtenido después de que hubiera pasado por buena parte de su proceso de desarrollo. De hecho, a nosotros el cachorrito que le ocasionaba tantos problemas nos parecía un perro normal y dinámico que sencillamente estaba siendo incomprendido y mal dirigido. Al preguntarle acerca de cómo obtuvo su primer perro, contestó que se lo vendió un hombre que tuvo que mudarse a Europa junto a su familia debido a un repentino traslado por cuestiones de negocios. Desafortunadamente, no podían llevarse al cachorro con ellos. Sin embargo, según las explicaciones que nos dio el cliente, estaba claro que la familia había criado al cachorro con mucha responsabilidad, y le había proporcionado una base sólida sobre la que construir la relación que luego desarrolló con su nuevo dueño. Cuando enfatizamos este punto, se sorprendió. Había supuesto que era simplemente “una buena perra”. Como no había compartido con su primera perra los primeros meses, cruciales para determinar su comportamiento, no comprendía el dinamismo extremo de un organismo como un cachorro joven. El resultado era que estaba transfiriendo una serie de expectativas erróneas a Argus basándose en lo que sería normal para un perro mayor y mejor socializado. Trataba a Argus como a un adulto en miniatura, en vez de como a un cachorro de catorce semanas de edad.

El arte de criar un cachorro

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