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Inmadurez

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Con independencia de cómo interprete cada uno la actitud infantil y qué constituye el verdadero aprendizaje, lo cierto es que durante este período las aptitudes cerebrales, motrices y sensoriales del cachorro son inmaduras. Los cachorros se encuentran en un entorno naturalmente protegido en el que tan sólo poseen las habilidades básicas para sobrevivir. No se aprecia en ellos ninguno de los rasgos que solemos asociar a los perros: ni ladran, ni mueven la cola, ni caminan, ni juegan. De hecho, la impresión que con más intensidad nos transmiten los cachorros recién nacidos es su necesidad de dormir. Durante el período neonatal los cachorros pasan aproximadamente el 90% de su tiempo durmiendo, y sólo despiertan para amamantarse o para que su madre los limpie.

El sueño abundante es una absoluta necesidad. Resulta vital para el desarrollo del sistema nervioso central y del cerebro. Al medir con un electroencefalógrafo las ondas cerebrales de un cachorro durante las primeras tres semanas de vida, se detecta que son iguales esté despierto o dormido. Ello indica que el cerebro es muy inmaduro en este período. En concreto, la formación reticular —la parte del cerebro que controla el sueño y la vigilia— no se ha desarrollado lo suficiente para que el cachorro se mantenga despierto durante un tiempo significativo. El electroencefalógrafo no comienza a detectar un cambio destacable hasta la tercera semana, momento en que muestra una clara diferenciación entre la vigilia y el sueño, y sólo a partir de la cuarta semana los cachorros pueden permanecer despiertos durante períodos prolongados. Al principio de esta fase temprana, la tranquilidad del sueño, sumada a la nutrición frecuente, el calor y el movimiento básico, generan un clima adecuado para que maduren el cerebro y el sistema nervioso central.

La imagen que nos transmiten los cachorros podría describirse como una “inmadurez cruda”; tienen una apariencia completamente confinada a este período de sus vidas. Los cachorros de pastor que Anka ha dado a luz no se parecen en absoluto a la imagen habitual que tenemos de un noble pastor alemán. Miden entre 15 y 20 centímetros desde el hocico respingón a la punta de la cola, tienen la cabeza redonda y desproporcionada, el pecho fuerte y grueso y las patas cortas y achaparradas. Sus orejas son bastante pequeñas y parecen pegadas a los lados de la cabeza. Sus ojos permanecen cerrados con fuerza. Sin otra información, ¡uno podría confundirlos con facilidad con miembros de otra especie!


Sosteniendo un cachorro de cuatro días de edad.

Incluso la habilidad de evacuar excrementos es un acto reflejo controlado por la madre, dado que son incapaces de orinar o defecar por ellos mismos. Durante las tres primeras semanas de vida, requieren que su madre estimule con la lengua sus zonas anales y genitales para eliminar los residuos corporales, que la madre lame de inmediato. Así conserva el nido completamente limpio y lo protege del serio riesgo para la salud que entraña la acumulación de residuos. Este comportamiento podría cumplir otra función importante. En su estudio del lobo, el ecobiólogo David Mech apunta que esta actividad podría también establecer los principios psicológicos y posturales de la sumisión en los cachorros. Aunque Mech se refiere específicamente al lobo, hemos observado la importancia que tiene en nuestros pastores. Al vivir en un entorno de semimanada, a menudo los perros más jóvenes y sumisos asumen exactamente la misma postura que un cachorro al someterse a un miembro mayor y más dominante de la manada. Se tumban bocarriba y exponen la parte inferior del cuerpo mientras el otro perro procede a investigar y oler la zona anal-genital. Esta postura desactiva la amenaza que percibe el perro sumiso y establece la jerarquía en la manada.

El arte de criar un cachorro

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