Читать книгу Un verano en Glassmooth - M.R. Marttin - Страница 10
SIETE
ОглавлениеBrook bajó a tomar el desayuno bien temprano en la mañana. Había un par de mujeres hablando en un rincón, algunos hombres aquí y allí y la señora Benworth con sus hijos entró en el momento en el que la joven miró la puerta. Iban acompañados de Gillian.
—Buenos días, señorita Daugherty —dijo Evangeline Benworth con una sonrisa radiante—. Veo que es usted mañanera.
—Buenos días, señora Benworth, así es. —La joven los obsequió con otra sonrisa.
—Hola, querida. —Gillian besó su mejilla—. Te presento a los hijos de Evangeline. Ella es la señorita Sarah Benworth. —Las dos chicas se miraron. Sally pintó una gran sonrisa en su rostro.
—Encantada —dijo—. Soy Brook Daugherty.
—Encantada, señorita Daugherty. —Sally, sin poder apartar los ojos de aquella joven, entendió por qué James no dejaba de mirarla anoche.
—Y yo soy James Benworth. —El chico dio un paso hacia delante, cogió su mano y la besó—. Un placer conocerla.
—El placer es mío —dijo sencillamente. Pero no pudo evitar ver el brillo juguetón en los ojos del joven.
En ese momento, otro hombre saludó a James. Las mujeres se dirigieron a buscar el desayuno y a acomodarse en una de las mesas.
Sally Benworth lucía el mismo pelo negro y brillante que su madre. Para su sorpresa, no era rizado como el de todas las chicas allí. Al contrario, lo llevaba liso y le llegaba a la cintura.
Sus ojos eran oscuros, y sus rasgos cincelados. Su piel era muy blanca y sus labios gruesos se veían rojo carmín, al natural. Y aunque todavía no poseía unos rasgos maduros, sino que más bien lucía aniñada e inocente, eso no le jugaba en contra, pensó Brook. Era muy bonita. Parecía un ángel.
James, en cambio, era rubio fresa, con pecas en el rostro y unos ojos tan verdes e intensos que no pudo evitar pensar en el chico de la tarde anterior. Aquel pelo, más bien largo y alborotado, le daba un aspecto juguetón.
Pensó que debía salir parecido a su padre, teniendo en cuenta lo distinto que era de su hermana y su madre.
Apartó la mirada del joven y volvió de inmediato la atención a la mesa, donde su tía y la condesa hablaban de cuál sería la decoración floral perfecta para el baile del sábado. Así que enseguida, la joven desconectó.
Durante la larga noche que había pasado en Glassmooth, llegó a la conclusión de que debía limpiar su nombre. Así que a la que viera una vía de escape a aquella reunión, saldría a buscar al hombre del jardín para hablar con él y asegurarse de que esta vez no quedaba como una tonta inexperta.
Y no, para ella tampoco pasó desapercibido el tono salvaje y aventurero que tomaban sus pensamientos.
Si Gillian pudiera oírlo... Simon estaba eufórica.
—¿Cómo ha pasado su primera noche en la casa? —Sally había escuchado con detalle la historia de la vida de aquella muchacha la noche antes. Su doncella había hecho buenas migas con la de la señorita Daugherty, y teniéndola allí delante, ensimismada en sus pensamientos, no pudo evitar sentir curiosidad por ella.
—Perfectamente. —Brook levantó la vista del plato, sorprendida por haberse olvidado por completo de donde estaba—. Mi habitación es hermosa.
En ese momento, James llegó a la mesa y se sentó al lado de su hermana, con una sonrisa radiante, digna de desconfianza.
—Me alegra oírlo —siguió Sally amablemente sin dejar de mirarla—. ¿Dónde está situada?
—En el ala este, al final del corredor. —Brook pinchó un pedazo de fruta—. Mi ventana da al patio trasero.
—¡Oh! —Sally no pudo evitar la sorpresa.
—¡Cómo no! —exclamó James antes de ponerse a reír.
Y seguidamente, ambos miraron a su madre. Evangeline, que se había enterado de todo y ya se estaba lamentando, fingió indiferencia.
—¿Ocurre algo? —preguntó Brook insegura.
—Nada en absoluto. —James la miró detenidamente, y luego empezó a desayunar.
—Estás en una de las mejores habitaciones del ala este. —Sally siguió estrechando los ojos hacia su madre. Brook miró a Evangeline buscando lo que fuera que mirara—. En la mejor, ciertamente.
—¿Sí? Qué honor. —Se llevó la fruta a la boca—. Todavía no sé llegar sin que Julius o mi doncella me orienten. —Sally volvió su atención a ella y sonrió divertida.
—Hay alguien más que podría orientarla —murmuró James para que su madre lo escuchara.
—No me extraña —Sally alzó la voz por encima de la de su hermano—. Está muy apartada del resto de habitaciones. —Se encogió de hombros, Evangeline la fulminó con la mirada.
—Es por el tema de privacidad, ¿sabes? —intervino James. Brook asintió débilmente sin entender nada. Vaya pareja de extraños—. Nadie va a molestarte en el ala este.
—¿Nadie más se hospeda allí? —Brook se inclinó débilmente en la mesa. James sonrió aún más grande ante el interés de ella.
—Sí —murmuró inclinándose también—. Hay alguien más allí. —En ese momento Sally, que consideraba que su hermano había hablado suficiente, puso una mano en su hombro y le incorporó en un gesto poco dócil.
—Conociste a Emma Lambert, ¿no es así?
Miró a los dos hermanos detenidamente, ambos con sonrisas en el rostro y ojos brillantes. Más culpables no podían parecer.
El lujo y el dinero les debían permitir comportarse de ese modo tan espontáneo. Modo que Gillian miraba asombrada, intentando que su extrañeza no se le reflejara en el rostro, pues siempre le había dicho a Brook que retuviera su curiosidad y sus palabras ante la gente.
Lo de aquellos dos era digno de ver. Evangeline parecía haberse rendido con ellos.
Entonces se preguntó cómo sería el mayor de los hermanos.
Volvió a recordar la pregunta de Sally, que la miraba absorta en todos los gestos delicados que hacía al pensar.
—Así es. —Ambas guardaron silencio. Una esperando escuchar una respuesta que le agradara mientras la otra se devanaba los sesos pensando en cuál sería esa respuesta—. Estábamos cerca en la mesa —se limitó a decir.
—Señoritas —dijo entonces James con un plato vacío entre las manos—, me temo que me despido. —Se levantó grácilmente y le hizo un gesto con la cabeza a Gillian y a Brook—. Un placer compartir el desayuno con ustedes.
Sally ni siquiera esperó a que su hermano se hubiera ido cuando siguió con el hilo de la conversación:
—¿Hicieron buenas migas? —Y ese interés y aquella sonrisa tensa con la que la miraba hicieron que Brook adivinara al instante que a Sally no le agradaba Emma Lambert.
—No tuvimos ocasión de hablar —dijo meditando bien en sus palabras—. Ella estaba absorta en otras conversaciones. —No era del todo mentira.
—Se trae algún asunto con mi hermano. —Sally se inclinó débilmente sobre la mesa—. A mamá le encanta la idea. —Brook solo asintió sin saber si eso es lo que suelen hacer las damas: hablar sin reparos de cotilleos en la mesa del desayuno—. Me sorprende que no le diera a ella la habitación privilegiada —murmuró para sí misma, pero con toda la intención de que la señorita Daugherty lo escuchara—. Al fin y al cabo, se van a casar al terminar el verano.
—¿Sí? —dijo ella cortésmente—. Me alegro por ellos.
—¿Te alegras? —La sonrisa no desapareció, pero una arruga se formó en la frente de la joven.
—Claro —dijo Brook despreocupada—, debéis estar todos muy contentos por el enlace.
—Claro... —musitó Sally limitándose a comer.
Cualquiera que atendiera a la conversación hubiera entendido lo que Sally Benworth se proponía. Pero la inocencia de Brook le mantenía desconcertada, violenta incluso.
La pequeña de los Benworth estaba midiendo el nivel de interés que tenía su acompañante por la herencia, título y riquezas de su casa, sin saber, que aquella muchacha sentada delante suyo, no tenía ni la más mínima intención de acercarse al supuesto señor Benworth con esa finalidad.
—¿Cuáles son sus aficiones, señorita Daugherty? —dijo la señora Benworth rompiendo el momento tenso—. ¿Le gusta montar a caballo?
—Sí —dijo con una sonrisa agradecida.
—Me lo imaginaba, después de todo lo que Gillian me ha contado sobre usted. —Le sonrió a su amiga—. Pues tiene más que permitido visitar los establos de Glassmooth. —Y se llevó un pedazo de jamón a la boca—. Siéntase libre de hacer lo que le plazca.
—Muchas gracias, señora condesa.
Y no hizo falta que se lo dijera dos veces. Cuando el desayuno hubo terminado, Brook se disculpó de los presentes y se largó por las escaleras, dando grandes zancadas por los pasillos hasta entrar a trompicones a su aislada habitación.
Simone se giró asustada.
—Quiero ir a los establos, ¿vienes? —dijo sin aliento con la sonrisa más grande que su doncella le hubiera visto lucir jamás.
—Claro —contestó entusiasmada.