Читать книгу Un verano en Glassmooth - M.R. Marttin - Страница 6
TRES
ОглавлениеCuando Brook entró a lo que sería su habitación durante el verano, quedó tan maravillada que no pudo pronunciar ni una palabra.
Glassmooth en sí era impresionante. Una extensión de riqueza y tierra virgen que mantuvieron a la joven pegada en el asiento del camino de entrada.
Varias hectáreas de campo abierto, con prados verdes y vergeles delimitados con filas de árboles en posición de defensa. Una senda de grava atravesaba todo el verde desde la entrada hasta la casa, conduciendo la calesa a unos enormes muros de color crema con una gran puerta abierta.
Más allá, un largo y ancho jardín se extendía a ambos lados del camino. Todo alrededor de Glassmooth estaba delimitado por verde. Y justo antes de llegar a la puerta de la casa, una gran fuente estaba colocada en medio de una glorieta que obligaba a los vehículos a moverse en medio círculo antes de aparcarse ante la gran puerta de la mansión.
Inevitablemente, Brook envidió a las personas que vivían en aquella casa.
Aunque nunca había vivido en un lugar con aquellas características, hasta el viento le recordaba a su hogar de nacimiento. Tal vez fuera porque su antigua casa no estaba muy lejos de allí, o tal vez era el aspecto del campo, o el campo en sí, pero su corazón la embriagó con un sentimiento de paz.
Cada paso que daba hacia el interior de la mansión la dejaba más sorprendida, pues no había visto tanto lujo junto en su vida.
Y, obviamente, su habitación no era para menos. Las paredes crema, todos los detalles azul cielo y blanco. Una gran cama en medio, un tocador, un asiento mullido y un gran ventanal con vistas al jardín este de la casa. Pues, Evangeline Benworth, al ver a aquella hermosa joven, le dio instrucciones a Julius para que la hospedara en el ala este, a sabiendas de que estaba incumpliendo la única norma que Kenneth le había impuesto.
La joven se sentó a los pies de su nuevo lecho y observó los pájaros volar a través de la ventana hasta que su doncella llegó cargada como una mula. Entonces no perdió el tiempo y preguntó:
—¿Qué sabes de este lugar?
Simone arrastró el baúl de la señorita Daugherty y lo abrió con un pesar exagerado, solo para inquietar a la joven. Empezó a sacar vestidos y a colgarlos en su lugar con una parsimonia extrema. Luego sonrió al escucharla resoplar, como tanto odiaba su tía.
—Pues bien —se sentía tan ansiosa por contarle todo lo que ya había averiguado en el rato que llevaban allí, como Brook por saberlo—, la señora Benworth es viuda desde hace tres o cuatro años.
—Eso dijo Gillian —asintió.
—No han invitado a nadie a la finca desde entonces. Los señores Dwight solían venir cada año. Antes de tenerte. —La miró y asintió—. Su tía y la señora de la casa son muy buenas amigas.
Simone tenía cuatro años más que Brook, y era lo más parecido a una amiga.
La joven encontraba un gran consuelo pasando sus horas junto a aquella doncella desvergonzada, y a Simone le encantaba que la señorita la tratara como a una persona más, como parte de la familia.
Los ratos juntas se resumían a una haciendo tareas y la otra observando mientras escuchaba miles de cotilleos. Pero, para ser honestos, no eran los cotilleos en sí lo que mantenían a la señorita allí sentada viendo trabajar a Simone; era su compañía.
En más de una ocasión, Brook se había ofrecido a ayudarla, pero ella se negaba fieramente a que moviera un dedo. Así que no le quedaba más remedio que sentarse a escuchar.
—He escuchado que en el último año han hecho arreglos en la casa para prepararlo todo para este verano. Todo el mundo está muy emocionado por lo que pueda pasar aquí estos tres meses.
—¿A qué te refieres? —dijo la joven curiosa.
—¡Ay, señorita! —Simone dejó de colgar vestidos, se sentó a su lado y cogió sus manos. Gesto que hacía cuando iba a soltarle algo increíblemente emocionante—. ¿No se lo dijo la señora Dwight?
—No. —Brook frunció el ceño—. ¿Qué va a suceder?
—Cuando murió el conde, todo el peso de la familia cayó sobre su primogénito. —Los ojos de la doncella brillaban como estrellas en la noche. Brook sonrió al verla tan maravillada—. La condesa ha dejado que su hijo mayor se acostumbre y se prepare para el trabajo que es llevar un lugar como este y todas las tierras que tienen en Surrey, Bath y Londres.
—Cuánta riqueza —dijo sin sorprenderse.
—No se lo puede usted imaginar, señorita —respondió apretando sus manos—. El caso es que el señor Benworth debe encontrar una esposa —continuó—. Ha hecho temporada en Londres las últimas primaveras, pero se ve que, aunque ha bailado en más de una ocasión con la misma chica, no le ha convencido.
—¿Eso quién lo dice? —dijo Brook con una risotada fresca y alegre—. ¿Él o tú? —Simone rio con ella. Pocas eran las veces que a alguien que estuviera alrededor de Brook no se le escapara una sonrisa. Ella en sí, transmitía esa alegría y esa despreocupación.
Cualquiera diría que era una niña huérfana.
—Yo, obviamente, señorita. —Su pecho se hinchó con orgullo, Brook mordió su labio inferior para no volver a reírse—. Si no se ha casado con ella, después de verla tantas veces y bailar otras tantas, dígame, ¿qué es lo que pasa? —La joven iba a contestar, pero estaba claro que Simone no estaba realmente esperando su opinión—. ¡Pues que no le convence!
—O que no ha tenido tiempo todavía. —Rodó los ojos. Gillian se hubiera vuelto loca—. Tal vez está esperando el momento adecuado.
—No —dijo Simone rotunda, soltando sus manos—. No es usted nada fantasiosa, señorita. —Brook enarcó una ceja divertida—. Lo que se debe pensar en estos casos es que no le ha convencido, así usted tiene una oportunidad.
—¿Yo? —exclamó al borde de un nuevo ataque de risa—. ¿Una oportunidad para qué, Simone? —Estuvo a punto de volver a rodar los ojos.
—¡Para convertirse en su esposa! ¡Pues claro! —saltó la otra haciendo que el colchón rebotase.
—¡Simone! —Brook cogió a Simone de las mejillas con delicadeza—. ¿Eres consciente de que hablamos de un hombre al que no he visto en mi vida? Estás dando por hecho que me va a agradar. O que yo le agradaré a él. Además —le soltó—, ya sabes que yo no me siento preparada. —Simone sonrió abiertamente—. Ni siquiera pertenezco a este tipo de vida. Ni siquiera he hecho temporada en Londres. Entre las demás damas de esta casa y yo, hay un abismo.
—No crea eso —dijo con su pecho de nuevo hinchado—. Está usted totalmente bien educada y es culta. Además, todo en usted irradia elegancia y educación. —Besó la frente de su amiga, cosa que la sorprendió—. El abismo está, solamente, en que es la muchacha más hermosa de todo Glassmooth. —Brook hizo una mueca que desde fuera se vio divertida y Simone se echó a reír. De modo resolutivo, Simone se puso en pie y siguió sacando vestidos del baúl—. Además, cuenta con la ventaja de que es una cara nueva. Va a causar mucho interés entre los invitados. —La joven bufó. Gillian se hubiera vuelto doblemente loca—. La señora Benworth —siguió Simone como si no lo hubiera escuchado— también tiene una hija, de su edad más o menos y otro hijo.
—¿Cuáles son sus nombres? —Eso sí le interesó.
—Ella se llama Sarah —dijo—. Pero le llaman Sally. El nombre de los barones aún no lo he averiguado. —Brook negó con la cabeza simulando decepción—. Llevo aquí apenas media hora, señorita. No esperaba usted que lo supiera todo, ¿no?
—El nombre del conde, al menos, sí. —Encogió los hombros.
—¿No le interesa ni un poquito? —Simone la miró por encima del hombro.
—¿El conde? —preguntó la joven sentándose, ahora, delante del tocador.
—Sí, el señor Benworth.
—Me interesa verle, sí —dijo—. Después de todo lo interesada que te has mostrado tú, no te voy a mentir, tengo curiosidad.
—Eso es un buen comienzo. Cuando vea lo apuesto que es, aun le interesará más.
—¿Le has visto ya? —Brook no estaba realmente sorprendida de aquello. Todos los hombres que vistieran chaleco y chaqueta le parecían apuestos a su doncella.
—No. Pero es muy muy muy apuesto. O eso dice la doncella de la señorita Lambert. —Ella, desde el espejo levantó una ceja—. Emma Lambert, la dama con la que el señor Benworth ha bailado en repetidas ocasiones.
—¿Está aquí? Entonces, tal vez, verás que lo que necesitaba el señor Benworth era tiempo para proponerle matrimonio, y no todas las demás fantasías que tú sola inventas. —Brook sonrió amablemente ante la seriedad de Simone.
La doncella se puso a farfullar sobre lo poco soñadora que era su querida señorita.
—Bien —dijo Brook cuando ya estaba el baúl vacío—. ¿Vienes conmigo a pasear por los jardines?
Brook y Simone bajaron a los jardines de la zona este por la escalera de servicio. Después de meditarlo mucho, pensaron que sería mejor, para la primera, pasar desapercibida hasta ser presentada formalmente.
Caminaron entre arbustos perfectamente bien tallados, pasaron por zonas repletas de flores de diferentes colores y cuando llegaron a los rosales, Brook quedó ensimismada.
—¡Qué hermosas flores! —dijo Simone excitada.
Fue en ese momento cuando, desde la ventana de su habitación, Kenneth Benworth, vio a una joven delicada y elegante oliendo las rosas de su madre.
Mucho era el tiempo que pasaba encerrado entre aquellas cuatro paredes aprendiendo todo lo que debía aprender el heredero de un condado como el de los Benworth.
Sus días de joven rebelde y desenfadado se terminaron en cuanto enterraron a su padre.
Él solía viajar, conocer gente y disfrutar de la vida. William Morris era su acompañante en las mil aventuras adolescentes. Y siempre disfrutó, con su carácter amable y juguetón, de todos los lujos que su apellido le proporcionó.
Supuso que debía casarse desde el mismo momento en que el peso de las circunstancias cayó sobre él. Pero se prometió que esperaría todo el tiempo posible, pues no albergaba ni una pizca de entusiasmo en cumplir ese cometido.
Estaba más que cansado de ver mujeres bellas, con cuerpos espectaculares o modales inmejorables. Y le aburrían sobremanera. Enseguida que escuchaban su nombre, sus intereses en él se triplicaban y sus comportamientos exageradamente cariñosos y vulgares le abrumaban. Si iba a estar condenado a casarse con una de esas mujeres, iba a ser más tarde que pronto.
Por todas esas circunstancias, pues, fue que su carácter pasó a ser serio e introvertido.
Todo hombre, dama o niño que miraba a Kenneth Benworth, veía al elegante señor de riquezas exquisitas, tan apuesto como inalcanzable. Inalcanzable física y emocionalmente, claro.
Volvió a mirar a la dama. Otra entre tantas, fue lo que pensó.
Desde allí arriba no pudo diferenciar sus rasgos, si era bella o no. Aunque eso no le interesaba. Cuando fue a darse la vuelta para seguir con sus tareas, se percató de la imagen completa.
Ante él tenía a una joven que disfrutaba de unas simples flores en el jardín, acompañada de su doncella, con la que jugueteaba y reía sin reparar en nada más. Le sorprendió que no estuviera en el salón con las otras invitadas, intentando caerle en gracia a Sally o a su madre para ganarse su apoyo a la hora de cazarle.
En cambio, estaba allí abajo, dejando que la suave brisa le despeinara el cabello. Toda ella irradiaba despreocupación y seguridad.
Y solo la había visto de espaldas. Eso sí que era curioso e inigualable.
Algo en su manera de andar, el modo en el que inclinaba la cabeza o acariciaba las flores con las puntas de los dedos, llamó inexplicablemente la atención de Kenneth de un modo singular.
La doncella le dio un toque juguetón en el hombro y la joven soltó una risotada cargada de frescura. Aunque no pudo escuchar el sonido de su voz, Kenneth se mordió el labio curioso.
Estaba allí plantado sin disimulo, mirando a través del ventanal, todos y cada uno de los movimientos que ella hacía, parecía estar hipnotizado. Y a medida que Brook iba moviéndose por el jardín, y más lejos de su vista quedaba, más se acercaba él al cristal.
Sin saber en qué momento había tomado aquella decisión, se vio en los establos, colocados en lo alto del jardín este, desde donde podía ver, sentado en uno de los bancos de madera, todo lo que la joven hacía.
Kenneth se dijo a sí mismo que estaba haciendo aquello porque necesitaba un descanso. Un soplo de aire fresco.
Y contemplarla era entretenido.
Pero en realidad, lo que todavía no era capaz de apreciar era que aquel soplo de aire fresco era la propia joven ajena a él.
—Tal vez sea fea —su hermano dijo desde algún punto del establo mientras cepillaba a su caballo.
—Estoy mirando el paisaje. No a la joven —dijo Kenneth seriamente.
—Ya, claro. —Rio James.
La relación que tenían siempre había sido cercana y aunque sí era verdad que la muerte de su padre y todas las responsabilidades habían hecho mella en el carácter de Kenneth, James seguía siendo con la persona que más a gusto se encontraba. Y quien más se parecía a su antiguo yo.
En el momento que la joven y su doncella llegaron debajo del gran roble donde sus padres se prometieron, un sirviente de la cocina corrió hasta ellas. Estuvo contándoles algo y a continuación, la doncella se fue con él, dejando a su señorita totalmente sola.
—Qué insensato dejar a una joven sola en medio del jardín. —James había llegado al lado de su hermano y estaba sentado mirando la escena. Tenía el perro de Sally cogido del collar, entre sus piernas.
La chica, para su sorpresa, no solo se quedó allí sola y se sentó en el banco bajo el roble, sino que además se quitó el sombrero y dejó que el sol tocara su rostro. Rostro que seguían sin ver.
—¿De dónde habrá salido esa criatura? —James rio divertido. Kenneth estaba tan sorprendido como su hermano, pero no dijo absolutamente nada—. ¿Vas a ir a presentarte? ¿O voy yo? Muero de curiosidad.
Kenneth sonrió ligeramente, sin que James lo viera, pero no apartó la vista de la joven, que ahora inclinó su cabeza hacia atrás y una brisa suave acarició su pelo castaño casi rubio.
—¿Y romper el encanto? —Kenneth miró a su hermano—. Mejor no interrumpirla.
Muy a su pesar, Kenneth se levantó del banco y se encaminó hacia dentro de los establos para fingir desinterés. Pero a medida que se alejaba, la intriga crecía en su pecho. Apretó los puños y no se permitió volver a mirarla una vez más.
—Kenneth —dijo James a su espalda. Él no paró de caminar cuando su hermano añadió—: Creo que Rik va a atacarla.
Kenneth se giró de golpe, para ver una sonrisa radiante en el semblante de James, que había soltado al perro y ahora corría como un loco en dirección a la joven.
Y en ese momento, Brook, que estaba ensimismada en sus pensamientos, escuchó una voz gritando a lo lejos. Abrió los ojos, se incorporó para ver cómo un chico corría detrás de un enorme perro blanco que iba hacia ella.
—¡Rik! ¡Detente! —gritó nuevamente.