Читать книгу Un verano en Glassmooth - M.R. Marttin - Страница 7

CUATRO

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Kenneth no recordaba cuándo había tenido que correr tanto. Pero no podía simplemente dejar que Rik horrorizara a aquella joven —o eso se dijo a sí mismo—. Bien, la verdad es que había salido corriendo sin pensar muy bien qué diantres estaba haciendo, pero ya era tarde para arrepentirse.

Siendo honestos, lo que realmente no quería era que el encantador James se presentara delante de ella y la encandilara con cuatro halagos poco pensados. Aunque no era algo que él fuera a reconocer.

Rik estaba llegando a los pies de Brook.

Tal vez una mujercita elegante de Londres habría gritado y temido por sus ropas, subido de un salto al banco esquivando al animal.

Probablemente eso era lo que el hombre que se acercaba a ella esperaba que hiciera, pero Brook nunca se consideró una mujercita elegante de Londres, así que simplemente se agachó con los brazos bien abiertos y dejó que el perro saltara en su regazo, manchase su vestido y lamiese su rostro.

—Hola, bonito —dijo acariciando sus orejas. El animal se sentó delante de la chica y movió el rabo efusivamente mientras Kenneth, paralizado a medio camino entre el establo y el roble, miraba atónito lo que la muchacha acababa de hacer. Escuchó la risa estrepitosa de James a su espalda, tomó una bocanada de aire y se dirigió en busca del perro.

—Disculpe —dijo una vez estuvo suficientemente cerca para que ella le escuchara—. Espero que no le haya hecho daño.

Cuando Brook levantó la vista de Rik, el aire se quedó estancado en sus pulmones.

No era un chico. Era un hombre. Y nunca había visto a otro igual.

Se erguía delante de ella con un porte que la dejó maravillada. Serio, seguro de sí mismo.

Tenía el pelo castaño y corto, aunque ligeramente más largo por arriba, dejando que un par de mechones despeinados cayeran sobre su frente. Su piel había adquirido un tono suavemente bronceado que le daba un toque muy varonil.

Sus rasgos eran fuertes y con carácter, la mandíbula cuadrada, la nariz recta y ancha, los pómulos marcados, los labios cautivadores. Y entonces miró aquellos ojos que la estaban mirando con seriedad, para descubrir el más intenso color verde enmarcado por unas pestañas y unas cejas oscuras que ejercían el contraste perfecto.

En ese mismo instante, Brook supo que aquel era el hombre más apuesto que había visto en su vida, y que irremediablemente, a partir de aquel momento, ya no podría volver a decir que no sabía qué tipo de hombre le gustaba.

Miró de nuevo sus rasgos para ver que estaba aguardando algo, la comisura derecha de sus labios ligeramente elevada.

—Disculpe —sonó tan aturdida como se sentía—. ¿Ha dicho usted algo?

Kenneth mordió su labio inferior e intentó quitar sus ojos de ella para que no fuera evidente su propia reacción, estaba a punto de sonreír abiertamente, cosa que no recordaba desde cuando no había hecho, pues después de verla y quedar totalmente sin aliento por sus bellos rasgos, le gustó apreciar que ella parecía hallarse en su misma situación.

No debería sentirse de ese modo, pues había visto a cientos de mujeres hermosas, era verdad, pero aquella joven, delante de él, con aquella penetrante mirada y aquella actitud tan osada, despertó algo distinto en su interior.

Sí, había despertado en él una intriga innegable desde que la había visto desde la ventana, pero al tenerla delante, al oler su embriagador aroma a rosas, al verla con el perro, la falda sucia, sin la doncella y sin su sombrero, algo más se había removido dentro de su pecho.

—Preguntaba —carraspeó saliendo de sus pensamientos— si está usted bien, señorita.

—Sí —dijo ella con seguridad—. Sí. —Se puso de pie y dio un paso adelante, hacia Kenneth, reprimiéndose por sus modales—. Estoy perfectamente, gracias.

—Bien. —Una sonrisa se escapó de entre los labios de Kenneth. No pudo retenerla más. Si James estuviera viéndole algo más que la espalda, alucinaría—. ¿Puedo preguntarle qué hace usted aquí sola?

Brook miró a su alrededor, necesitando apartar la mirada de la intensidad de aquel hombre y fingió situarse. Él aprovechó para echarle otro vistazo a su hermoso rostro. Y sin poder evitarlo bajó por su cuello, miró su marcada clavícula, sus pechos apretados y su diminuta cintura. Y antes de que ella volviera su atención a él, se abofeteó mentalmente por ser tan descarado y perder el control de ese modo, y se centró con todas sus fuerzas en sus ojos azules, dando gracias porque ella no se percatara de su desliz.

—Estaba con mi doncella hasta hace un momento —dijo Brook—. Tuvo que marcharse. —Y sonrió ligeramente antes de ver sus ojos verdes clavados en los suyos y ponerse inusualmente nerviosa—. Yo también me iba.

Ella dio tres pasos hacia atrás, con una expresión comedida, mientras Kenneth reparaba en que pretendía escapar de allí como si fuera una presa en peligro. Ni siquiera iba a presentarse, ni siquiera estaba intentando seducir al señor de Glassmooth.

—¿Está hospedada en la casa? —intervino sonando despreocupado—. O tal vez, no sabe quién soy.

No era tan disparatada esa idea, ¿no? Al fin y al cabo, él nunca la había visto antes.

—Sí. He llegado hace un par de horas. —Dejó de retroceder al darse cuenta de lo poco educada que estaba siendo. Estaba quedando de torpe e indecorosa en su primera interacción con un desconocido.

—Puedo acompañarla, si me lo permite. —Brook frunció el ceño sin saber qué hacer. Tenía ante ella al hombre más atractivo que había visto en su vida, ofreciéndose a acompañarla y ella no era capaz de recordar ni una de las normas de cortesía y buenos modales de su madre o tía Gillian.

Se dijo que lo más sensato era huir de esa situación y buscar a Gillian para que le recordara cómo proceder. De ningún modo debía quedarse ante él y fastidiarla.

—No es necesario, puedo ir sola, pero es usted muy amable. —Plasmó una sonrisa en su rostro para que la réplica pareciera cortés. Él frunció el ceño ligeramente, como sorprendido.

¿Era apropiado que se dejara acompañar por aquel extraño? Simone no estaba, ella no debería estar allí.

Pero Kenneth Benworth, sin pensar en los motivos de por qué ella rechazaba su ofrecimiento, sin permitirse sentirse ofendido ni rechazado, pues su orgullo podía más que eso, no se rindió.

—Voy en su misma dirección. —Y le ofreció el brazo. Sí, iba a acompañarla por más que se negara. Algo en él se lo exigía.

Brook le miró con prudencia, seguía sin saber qué debía hacer exactamente.

Volvió a mirar a su alrededor y luego a aquellos penetrantes ojos verdes, con la esperanza de encontrar una chispa de algo a lo que aferrarse para poder confiar en él.

—Vamos —dijo, por último.

Brook inspiró hondo y se colgó del brazo de Kenneth, que retuvo el aire al sentir su proximidad.

Caminaron en silencio, muy conscientes el uno del otro. Ella se movía elegantemente. Nadie podría haberse creído que no sabía comportarse ante un caballero.

Él seguía preguntándose las posibilidades que había de que ella no supiera quién era, de que él nunca la hubiera visto antes, y de que además no pareciera morirse por sus huesos, como todas las cazafortunas de Londres. Y por primera vez no sabía si eso le aliviaba o le molestaba.

—¿Es usted un invitado también? —dijo Brook sacándole de sus pensamientos.

Kenneth Benworth se giró a verla detenidamente. Estudió sus hermosos rasgos, su mano delicada en su antebrazo. No parecía estar fingiendo. Realmente no sabía quién era él.

Ella, al sentir su mirada no pudo evitar devolvérsela con la cabeza bien alta y aquel desdén impropio de una dama casadera, así que de alguna parte de su interior crecieron unas ganas irrevocables de aprovecharse de la situación.

—Sí. Más o menos —contestó sin poder evitar la sonrisa torcida. Los ojos de Brook se estrecharon con sospecha—. Vengo por aquí a menudo.

—Eso es una respuesta bastante evasiva. —Se miraron fijamente—. No se ofenda. —Una media sonrisa apareció en el rostro de ella.

—No me ofende, pues podría muy bien ser una evasiva, señorita. —Otra sonrisa se asomó en los labios de Kenneth—. ¿No le asustan los perros? —Su intento de cambiar de tema fue poco sutil, y vio que ella pensaba lo mismo, pero no se atrevió a decir más.

—Crecí en Surrey, señor. —La miró con interés—. En casa teníamos todo tipo de animales. —Sonrió ligeramente y Kenneth se vio atrapado en sus dientes rectos y blancos. Ella dudó en aquel momento si debía estar diciéndole aquello a un completo desconocido, pero terminó—: Siempre he tenido perros, así que, definitivamente no me asustan. —Y por si aquella explicación no fuera suficiente, se descubrió a sí misma encogiendo los hombros, antes de reprenderse.

Pero el hombre a su lado no le dio la más mínima importancia a aquel gesto. Es más, le pareció una prueba más de su naturalidad y su seguridad. Ninguna dama de los círculos sociales se mostraría tan espontánea y transparente en cuanto a actos y comportamientos. Que ella lo hiciera, demostraba que debía recibir tantas propuestas de matrimonio, que no le importaba en lo más mínimo cómo la vieran desde fuera. Inmediatamente después de pensar eso, Kenneth miró su mano, desprovista de guante, en busca del anillo. Casi sonríe al no encontrarlo.

Ahora las altas puertas de Glassmooth se cernían sobre ellos.

—¿Creció por aquí? —Se pararon, la soltó y la colocó con delicadeza delante de él. Se miraron a los ojos, estableciendo una conexión que les sorprendió a ambos—. Con razón no la he visto por Londres esta temporada —murmuró absorto en sus ojos. Sintió su pecho hincharse con un aire distinto. Después de unos instantes, ella apartó la mirada.

—De hecho, vivo en Londres ahora. —Brook sonrió cortésmente observando sus manos, él frunció el ceño—. Pero no he sido presentada en sociedad.

—¿No ha sido presentada? —Kenneth no pudo esconder su sorpresa—. ¿Qué edad tiene?

—Diecinueve. —Él siguió con el ceño fruncido, mirando sus rasgos, esperando a que ella le aclarara el tema, pero entonces, Brook se percató de lo cerca que estaban el uno del otro, de que ni siquiera sabía su nombre y de que debería estar en su habitación, así que dio un paso atrás y se limitó a decir—: Mi doncella me espera.

Y ese gesto a Kenneth le puso nervioso, aunque no fuera a reconocérselo a nadie.

Ella se marchaba, y él no sabía nada, y bajo ningún concepto la buscaría una vez más para obligarla a pasar un rato con él. Estaba claro que ella no debía tener ni el más mínimo interés. Debía haber venido a Glassmooth para conocer al señor de la casa.

Una sonrisa cínica se asomó en sus labios. Él era el dueño de la casa.

—¿Cómo puedo dirigirme a usted? —dijo lentamente.

—Soy la señorita Brook Daugherty. —Le sorprendió encontrar sus ojos vagando por él. Hubo un silencio en el que ella aguardó sin inclinarse, ni estirar su mano para que se la besara.

Cualquiera hubiera pensado en ese gesto como un acto de soberbia, pero para Kenneth fue todo un desafío. Sus ojos verdes brillaron intensamente.

—Le deseo un buen día, señorita Daugherty. —El hombre ante ella hizo un pequeño gesto con la cabeza y dio un paso atrás.

—¿No va a presentarse? —preguntó Brook de pronto. Kenneth apretó los labios reprimiendo su satisfacción.

—No me lo ha pedido. —Se pasó la mano derecha por el pelo en un gesto que a Brook le anonadó.

—¿Sería tan amable de decirme su nombre, señor?

—Tal vez no me apetezca decirle mi nombre. —Una sonrisa pícara se pintó en sus labios—. ¿Qué opina?

—Creo —dijo al fin inclinándose hacia él con una expresión del todo inocente. Se sentía aliviada porque él no parecía molesto por su falta de modales. Kenneth sentía, ahora, una presión en el pecho poco común—, que debería presentarse. No creo que sea cortés marcharse sin decirme su nombre.

Y sin ser consciente de ello, Kenneth, inclinó la cabeza hacia atrás y rio abiertamente. La joven Daugherty había dicho aquello de un modo totalmente adorable.

Le frunció el ceño significativamente, sintiéndose insultada, luego dijo:

—¿Se está riendo de mí?

—No me atrevería a reírme de usted. —Ella siguió con el ceño apretado—. Es divertida, eso es todo. —Al ver el encogimiento de hombros de él, se relajó.

—Bien —murmuró.

—Señorita Daugherty, estoy encantado de haberla conocido —se dijo a sí mismo que solo estaba siendo cortés. Pero sí, le había encantado conocer a aquella mujer.

Hacía mucho tiempo que no se permitía a sí mismo ser quien solía ser. Reírse y mostrarse relajado, aunque, pensándolo bien, relajado no era precisamente como se sentía desde que había visto a Brook.

—Me gustaría poder decir lo mismo, señor, pero ni siquiera sé su nombre. —Él sonrió y ella le imitó—. Que tenga un buen día. —Inclinó la cabeza en una pequeña reverencia, y Kenneth no pudo evitar preguntarse si podría volver a hablar con ella alguna vez.

—Confío en volver a verla muy pronto —dijo con serenidad, intentando retrasar el momento de su partida, por patético que aquello fuera.

—Claro —contestó ella rápidamente—. Gracias por el paseo —asintieron ambos, ella se giró e intentó llegar hasta la puerta sin que el apuesto caballero viera su urgencia por salir de su escrutinio. Cuando la puerta se cerró, él se quedó mirando la madera oscura intentando no volver a sonreír.

—Y resulta, hermano —dijo James escondido en la esquina más cercana con una sonrisa pícara. Kenneth aguantó el aire y pintó una máscara impenetrable en su rostro antes de volverse para verle—, que Emma Lambert no es la mujer más bella de Londres.

—¿Cuánto rato llevas ahí? —musitó Kenneth revolviéndose el pelo en un intento de parecer despreocupado.

—El suficiente como para saber qué te interesa. —La sonrisa de su hermano fue tan grande que le asustó—. Hasta te ha hecho reír —murmuró—. Si se lo digo a mamá, os casará. —Una risotada escapó de sus labios.

—No tengo interés en ella, James —dijo Kenneth—. Estaba siendo cortés.

—Gracias a Dios —dijo él—, ya que, al resto de hombres de esta casa, les va a interesar. No quisiera ver a mi hermano ahogarse en celos.

Y James se largó divertido.

Un verano en Glassmooth

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