Читать книгу Un verano en Glassmooth - M.R. Marttin - Страница 13

DIEZ

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Kenneth, que había pasado la noche preguntándose si Brook asistiría o le dejaría plantado —cosa que no le sorprendería, teniendo en cuenta lo distinta que era del resto de mujeres que conocía—, llegó a los establos cuando aún no había salido el sol.

Tampoco estaba seguro, al cien por cien que su extravagante plan fuera buena idea, ni para él mismo. Debería estar preocupándose de los asuntos de la herencia y las tierras Benworth. Pero allí estaba, sentando en el banco en el que la observó dos días atrás junto a su hermano. Dios, ni siquiera sabía qué estaba haciendo.

Había dado un breve paseo a caballo, pues quería estar allí por si ella llegaba antes. ¿No era eso lamentable? Cambiar los hábitos por una mujer que ni conocía, ¡si le viera su madre!

Por otro lado, con tanto rato que llevaba despierto tuvo tiempo más que suficiente para pensar dónde la llevaría.

Habían atravesado todo el jardín este en dirección a los vergeles que delimitaban el terreno.

Iban andando uno al lado del otro, una distancia prudente les separaba. Kenneth le había ofrecido el brazo y ahora podía sentir el ligero calor de los dedos de ella en su antebrazo. Aun así, Brook se preocupaba de no hacer más contacto físico que ese.

—Cruzaremos el vergel, y encontraremos un pequeño bosque —anunció él después de carraspear. Ella le miró atenta—. Espero que no le asuste. —La observó de reojo con una sonrisa burlona.

—Un bosque no puede asustarme —dijo elevando el mentón tres metros.

—Claro, olvidaba que es usted una dama de campo —contraatacó Kenneth ensanchando los labios.

—Muy gracioso. —Brook le dedicó una mirada mordaz que le gustó de un modo especial—. ¿De dónde es usted?

—No se lo va a creer —dijo él escondiendo una sonrisa y alborotando su cabello con la mano—, pero también soy de campo.

—¿Sí? —dijo ella con humor alegre—. ¿Y se atreve a reírse de mí? —Se sostuvieron las miradas, con sonrisas despreocupadas.

Todas las dudas que ambos pudieran haber tenido sobre el encuentro acordado, se habían difuminado ya, a escasos cinco minutos de estar juntos. Pues, aunque ninguno de los dos pudiera explicarlo, había algo más allí. Algo que no entendían, claro.

Un silencio se había instalado, mientras se miraban fijamente. Estudiando, memorizándose el uno al otro.

—¿Y dónde está ese campo del que usted es? —la voz de Brook sonó como un susurro.

—Aquí, en Surrey. —Kenneth ni siquiera pensó en lo imprudente que sería darle aquella información, casi se le había olvidado que ella no sabía quién era él.

—¿Por eso conoce a los Benworth? —dijo con una sonrisa tierna.

—¿Sigue intentando adivinar quién soy, señorita Daugherty? —preguntó él con picardía.

—En absoluto. —Brook hizo un gesto de desdén con su mano libre—. He aceptado esperar hasta el sábado. —Se miraron, se sonrieron—. De todos modos, quedan apenas cuatro días.

—Sí, he pasado largos ratos por estas tierras —contestó a su primera pregunta.

Llegaron al bosque, el joven se alejó de ella dejando que sus brazos se separaran. Se plantó en la entrada y echó un vistazo antes de mirarla de nuevo y hacerle un gesto con la cabeza.

Luego aguardó a que Brook recogiera su falda para pasar por encima de un gran tronco.

Le sorprendió que no lo rodeara. Le sorprendió que saltara con destreza.

—Vaya —murmuró cuando ella pasó por su lado y se adentró orgullosa.

Brook se encaró hacia el bosque, dándole la espalda al joven para ocultar sus mejillas ligeramente ruborizadas, pues no todos los días un hombre como él le decía algo así. O para ser justos, no uno del cual ella le gustara escucharlo.

—Saltar un tronco es fácil. Apuesto que hasta usted puede hacerlo —dijo queriendo sonar desafiante para que él no viera lo nerviosa que se sentía de repente.

—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó un Kenneth más que divertido. Llegó a su lado, cogió sin reparo su delicada mano y la apoyó en el antebrazo. A ella le tembló todo—. ¿Duda de mis habilidades?

—¡En absoluto! —exclamó Brook llevándose la mano libre al pecho en un fingido gesto dramático—. Solo dudo de que alguien de su porte, que mantiene tanto las apariencias, quiera saltar un árbol.

Kenneth la miró, en aquella posición de fingido refinamiento.

—Tiene usted razón, —Kenneth se llevó las manos al botón más alto de su camisa y fingió recolocarse el nudo de una corbata invisible. Brook rio abiertamente, cosa que le provocó una extraña punzada en el pecho—, el próximo día me vestiré para escalar árboles. —Sus ojos se miraron, brillando.

Dentro del bosque, el espesor de las ramas colgaba sobre sus cabezas dejando el terreno en un estado permanente de sombra. Brook miró alrededor y tomó una honda bocanada de aire.

—Me encantaría escalar árboles con usted. —Kenneth la observó apreciar el entorno y se sintió extrañamente tranquilo. Sin siquiera darse cuenta, apretó ligeramente su brazo dejando la mano de ella atrapada entre este y sus dorsales.

—Pero —Brook se inclinó hacia Kenneth de repente, y susurró—: Vamos a tener que venir solos. —Kenneth no pudo evitar tragar con dificultades ante su aroma, su voz y su cercanía. No sabía de qué hablaba, había perdido el hilo de la conversación, pero se sentía abrumado por ella—. Simone enloquecería si me viera subir un árbol.

—Mañana le diré a Benjamin que venga con nosotros —dijo saliendo del lapsus—. Es un mozo de cuadras muy divertido. —Elevó una ceja con complicidad. Brook mordió su labio y asintió, cosa que le desconcentró una vez más, antes de decir—: Tal vez mantenga a tu doncella entretenida.

Kenneth giró levemente la cabeza para mirar a la doncella de Brook. Que estaba con los brazos cruzados mirando con recelo a su señorita, para luego volver a mirar el perfil de esta. Tan cerca de él.

Si se inclinaba un poco, podía acariciar su sien con la nariz. Pero de pronto Brook, que también miraba a Simone, giró los ojos. Y para cuando se dio cuenta del gesto rudo, ya era demasiado tarde.

—¿Acaba de rodar los ojos? —dijo Kenneth divertido.

Ella le miró fijamente, con una máscara impasible decorándole el cincelado rostro.

—Por supuesto que no —contestó sin titubear.

Para su sorpresa, Kenneth estalló en una risotada.

—¡Oh, por el amor de Dios! —dijo ella—. Rodar los ojos no es un pecado. Es un modo de expresarse. —Liberó su mano y cruzó los brazos sobre el pecho.

Kenneth aún rio más alto.

Un rato más tarde llegaron a un claro en medio del bosque y se sentaron a tomarse un almuerzo que Kenneth sacó de la nada.

—Quiero saber algo de usted. —Ya estaban sentados, Simone ligeramente apartada. Un par de sándwiches en una modesta bandeja—. No es necesario que me diga su nombre, solo... algo de usted.

Podía parecer típico o poco probable, pero cada vez que Kenneth miraba a Brook se sentía como si la hubiera estado viendo toda su vida. Como si desde niños, cuando iba al claro a almorzar, ella hubiera estado allí, invisible y callada, pero en algún lugar.

No desentonaba en aquel escenario, al contrario, era la joven más hermosa que había estado allí con él, en su bosque, y sin embargo no se sentía extraña. ¿Era una locura? Probablemente.

Por otro lado, sus ingeniosos comentarios y su comportamiento finamente despreocupado mantenían al joven en un estado alegre y risueño. No entendía qué estaba pasando con el huraño y serio Kenneth Benworth.

Estaba más que claro que eso no podía ser obra de ella. ¿Verdad? Se dijo que había pasado demasiado tiempo trabajando, sin hacer vida social, y que ella le estaba entreteniendo de un modo demasiado necesario, a esas alturas.

Probablemente, con cualquier otra mujer ingeniosa —aunque fuera una misión imposible encontrar otra que no supiera quién era él— se estaría sintiendo igual. Pero, casualidades de la vida: había resultado ser Brook con quien se había topado.

Sí, seguro. Eso debía ser. De hecho, también se había sentido muy bien aquella mañana hablando con Will.

Un verano en Glassmooth

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