Читать книгу Un verano en Glassmooth - M.R. Marttin - Страница 11
OCHO
Оглавление—Buenos días, señorita. —Un mozo de cuadras se acercó a ellas con una sonrisa radiante. Era un señor mayor—. ¿Puedo servirla en algo?
—Buenos días. La señora Benworth me ha dado permiso para visitar los establos. ¿Le importa si damos una vuelta?
—En absoluto —dijo el hombre con una dulce sonrisa—. Si necesita algo, hágamelo saber.
—Por un momento creí que le iba a pedir al mozo de cuadras que la dejara montar una de las yeguas —dijo Simone a su lado, cuando el hombre se había marchado.
—E iba a hacerlo —contestó divertida—. Pero supuse que irme sola a montar a caballo, no sería lo que se espera de mí. Tal vez deba invitar a la señorita Benworth.
—¿Desde cuándo le importa lo que se espere de usted? —la pregunta de Simone quedó en el aire.
Jamás le había importado eso. Ni a ella, ni por más que le preocupara, a los Dwight.
En realidad, sus planes y aventuras no eran descabelladas ni muy atrevidas. Simplemente le era más gratificante ir de paseo por el jardín que sentarse en una sala a ver a un par de damitas tocar el pianoforte. Ojalá pudiera ser más intrépida, pero jamás se le había presentado la oportunidad.
Pero desde que ayer conoció a aquel caballero bajo el roble y se dio cuenta de cuán difícil le había resultado comportarse como alguien sofisticado e inteligente, se había propuesto intentar acostumbrarse a la vida que se esperaba que tuviera.
Obviamente, no lo estaba haciendo por él, pero a menos que pudiera, no dejaría que nadie más la descubriera siendo descortés, o demasiado curiosa, o poco considerada.
No pretendía pasar demasiado tiempo en las veladas o los tés, por el amor de Dios, eso no podría aguantarlo mucho tiempo. Solo se proponía ser una joven ejemplar cuando no le quedara más remedio que asistir.
Por su parte, Kenneth la vio entrar en el establo antes siquiera que Roger saliera a atenderla.
Iba acompañada de su doncella y la sonrisa que le dedicó al mozo de cuadras fue tan arrebatadora que tuvo que sostenerse a los barrotes de la puerta de su semental, para no acercarse a ella. Para no provocar, por cuantos medios le fueran posible, que ella le viera.
—Estás siendo ridículo —se dijo.
Después de que James se largara de su habitación, se acostó. Pero el sueño fue intranquilo y movido. Hasta tal punto que bien temprano pidió que le subieran el desayuno y se marchó a cabalgar.
En ningún momento se permitió pensar en la señorita Daugherty. Ya se había dicho que no le interesaba. Ni ella a él, ni a él ella. Era interesante, sí. Era hermosa y difícil de sacar de la cabeza, también. Pero cada vez que una imagen de ella llegaba a sus pensamientos, cambiaba la posición en la cama y se obligaba a pensar en las cartas que debía contestar al día siguiente.
Pero el día siguiente llegó y en todo lo que pudo pensar Kenneth fue en huir al campo a despejarse con la brisa matinal. Lo que no esperaba era que aquella misma brisa le traería la razón de su mala noche. Y ya no se sentía tan poco interesado en ella como se había obligado a creer.
—Simone —dijo Brook con los ojos fijos en la espalda del alto hombre que se encontraba al final del pasillo—, sígueme.
Su doncella miró en la dirección a la que iba Brook y la siguió dejando distancia mientras se acercaba con paso firme. Si sus sospechas eran ciertas, aquella espalda solo podía pertenecerle a él, y entonces podría conseguir las respuestas que anhelaba.
—No estuvo en la cena. —Lo último que Kenneth esperaba era que Brook se presentara allí para hablar con él. Le había dado la espalda para no verla y no sentirse tentado. Y de pronto la tenía allí delante.
No sabía de dónde salía aquello, pero no pudo evitar sonreír con satisfacción.
Se giró a verla. Apreció sus labios carnosos ligeramente apretados mientras le escrutaba el rostro vivamente. Un par de mechones platinos acariciaban su mejilla derecha de un modo casi íntimo. La miró, erguida ante él con una osadía poco propia de cualquier señorita de Londres.
La imagen que tenía delante tuvo que reconocer a regañadientes, que le gustaba.
Señor, era más bella de lo que recordaba.
—Buenos días a usted también, señorita Daugherty.
—Podría desearle un feliz día si supiera su nombre, señor —dijo ella muy hábil.
—¿Se le ha olvidado? —Kenneth sonrió amablemente.
—Déjese de juegos —murmuró ella mientras él se volvía, escondiendo su diversión, y quitaba la silla del lomo del caballo negro que tenían enfrente—. ¿Ha salido a cabalgar?
—Así es —contestó despreocupado.
—¿Solo?
—Efectivamente. —Un silencio.
—¿Se ha levantado temprano? —Una arruga se formó en la frente de ella. Frustración.
—Sí.
—¿No va a hablar conmigo? —casi bufó y Kenneth se giró de pronto dejándola sin aliento.
Ella se sintió atrapada de inmediato. Los ojos verdes de él parecían volverse más y más oscuros. Sintió como si el mundo a su alrededor se hubiera detenido, y no existiera nada más que ellos dos en aquel gran establo. Un hormigueo subió desde lo más profundo de sus entrañas hasta su cuello, y mordió su labio inferior antes de que fuera demasiado tarde y el apuesto caballero lo viera temblar.
Kenneth no vio eso, pero fue mucho peor lo que apreció en su lugar. Los dientes de ella clavados con fuerza en su boca eran una tentación demasiado grande. Retuvo el aire en el pecho en un intento de mantener su semblante seguro y estable. Y como para remarcar ese punto, se permitió el descaro de bajar sus ojos por su delicado mentón, su cuello, su pecho apretado en aquel corsé turquesa, la cintura bien marcada, sus caderas. Luego, deteniéndose en cada punto y recreándose más de lo debidamente necesario, volvió por el camino hecho, hasta la boca de Brook, abierta sin disimulo en una encantadora «o», y vio cómo, después de sacudir la cabeza y el asombro, le miró algo así como molesta.
La sonrisa burlona que curvó su gesto no la pudo evitar.
—¿Qué está mirando? —gruñó ella. Sí, Brook gruñó, ¡al diablo con los modales!
Kenneth, que no podía sentirse más triunfal, y más maleducado dio un paso hacia ella y señaló sus caderas. Brook bajó la vista hasta allí y abrió la boca para reprenderle cuando él la cortó.
—Está en medio. —Y con un paso más la rodeó y cogió un cepillo rojo reposado en la repisa que quedaba justo detrás de la joven.
Mientras se volvía hacia el caballo pensando en lo inevitable que le había resultado ser un completo cretino con la chica —pues no estaba de humor, no había dormido nada por su culpa— , se perdió por completo las mejillas rosadas que delataban la poca experiencia de Brook con los hombres.
—¿Tiene alguna pregunta más? —No esperaba que el engreído hombre ante ella le hablara más. De hecho, estaba planteándose muy seriamente renunciar a su curiosidad y escapar de allí. ¡Si estaba haciendo un ridículo espantoso!
De pronto se sintió desconcertada por como él se estaba comportando, pues el día anterior había sido todo un caballero. Fue amable y cortés. Y le había gustado. Mucho. Y ahora... ¿a quién quería engañar? Seguía creyendo que era muy apuesto.
Ante el silencio de ella, que miraba sus anchas espaldas ataviadas en una camisa blanca arremangada hasta los codos y un chaleco azul de un material duro, volvió a hablarle temiendo que se hubiera ido.
—¿Se le ha comido la lengua el gato?
Brook tuvo que aguantar el aire para no resoplar. Después intentó ignorarle y recordar su cometido.
—¿Tanto trato tiene con los Benworth que no precisa de su compañía para hacer uso de su caballo o sus instalaciones? —Kenneth dejó de cepillar aquel amplio lomo y miró divertido a la joven, que ahora alzaba una ceja de un modo irresistiblemente desafiante.
—Veo que su curiosidad no tiene límites.
—Dado que me ha demostrado que puede ser tan descarado intentando intimidarme, como yo lo soy preguntando, he decidido rendirme en mi cometido de parecer una dama sofisticada. —Hasta a ella misma le sorprendieron esas palabras.
Y Kenneth sonrió abiertamente antes de decir:
—Tengo mucho trato con los Benworth, señorita Daugherty. No preciso su compañía.
Los dos se miraron a los ojos, esta vez estableciendo una tregua silenciosa. Él la había aceptado tal y como era: curiosa y descortés. Bien. Mejor. Porque se había frustrado en su intento de cambiar su actitud por él. Era agotador.
—Así pues, James Benworth debe conocerle. —El ceño de Kenneth se apretó ligeramente intentando entender qué se proponía Brook. Ante ese mínimo estimulo de desconcierto una sonrisa pícara apareció en sus labios. Una sonrisa que captó toda la atención del caballero.
—Sí —dijo Kenneth lentamente—. Nos conocemos. Y usted, ¿le conoce ya? —Se descubrió a sí mismo queriendo saber qué pensaría ella de su apuesto hermano.
—Podría ir ahora mismo a buscarle y preguntarle por usted, ¿sabe? —Eso le dejó sorprendido. La osadía de aquella chica no tenía límite—. Podría volver a la casa, encontrarle y preguntarle quién es usted.
—¿En serio? ¿De eso se trata todo este interrogatorio? —dijo Kenneth divertido y medio aliviado.
—Así es. —Brook hinchó el pecho—. Quiero saber quién es. —Él se impidió a sí mismo sentirse halagado.
—¿Y cómo se lo preguntará? Ni siquiera puede darle un nombre de referencia. —Brook pasó por alto lo mucho que parecía divertirse el apuesto chico. Pero Kenneth no se burlaba, ya no. Sino que se sentía realmente intrigado.
—Cosa que debería darme —murmuró en un nuevo intento—, ya que es la principal regla de cortesía.
—¿Intenta hacerme creer que le importa la cortesía? —Kenneth retuvo el aire mientras observaba su rostro esperando no haberla ofendido. Era lo último que pretendía, pero se había dejado llevar. Ella miró el suelo—. No pretendía ofen… —empezó, pero Brook le miró de repente, con un brillo en aquellos arrebatadores ojos azules y respondió:
—Le describiré. —Sin previo aviso, Kenneth inclinó la cabeza hacia atrás y rio despreocupado—. O le arrastraré hasta Glassmooth y le presentaré ante James Benworth. —Y Kenneth rio más alto—. ¿Se ríe usted de mí, señor?
—No —dijo, aún sonriendo—. Me río con usted, Brook Daugherty. Resulta refrescante mantener una conversación con alguien de su ingenio. Me encantaría ver cómo me arrastra.
Brook le miró con los ojos bien estrechos sin confiar ni un poco en aquella sonrisa arrebatadora.
—Se ríe de mí —murmuró.
—Dígame. —En ese instante Kenneth dio un paso lejos del caballo y más cerca de ella—. ¿Qué hace por aquí?
—Vine a ver los caballos.
El joven llenó sus pulmones de aire, y el dulce aroma de ella le envolvió dejándole aturdido. Olía a camomila.
Luego miró aquellos grandes ojos azules, expectantes, aguardando su próxima estocada y dejó que todas las preguntas y dudas que le habían asaltado aquella noche salieran a la luz en aquel instante. Se permitiría indagar en ella todo lo que pudiera, para sanar su sed de saber, y luego podría seguir con sus asuntos sin más distracción.
—¿Prefiere visitar a los caballos antes que hablar con las demás damas? —Brook le miró, esperando ver en sus rasgos reprobación o mofa. Pero parecía realmente interesado.
—Puedo mantener conversaciones civilizadas, si eso es lo que se está preguntando —dijo con una sonrisa torcida. Se acabó fingir. Él no lo hacía, ¿para qué iba a intentar ser como las demás? ¿Para gustarle? A estas alturas ya estaría más que desencantado con ella.
—¿Prefiere los animales y el aire libre que las flores y las fiestas? —insistió él.
—Supongo —murmuró.
—¿Quién la corteja? —Aquello fue tan espontáneo que no pudo evitar sorprenderse.
—¿Qué? —Brook apretó sus labios para no reír.
—¿Quién le hace la corte, señorita Daugherty?
—Nadie.
—Insisto en saberlo —dijo sin más, dejando el cepillo en la repisa y saliendo del establo. Esperó a que ella y su doncella le siguieran.
—Le digo la verdad. —Salió detrás de él y Kenneth cerró la puerta del semental después de darle un azucarillo. Luego volvió a mirarla.
—Eso es difícil de creer. —Se miraron a los ojos, con la distancia entre ellos y otro silencio les rodeó pareciendo dejarles a solas, flotando.
El pecho de Brook se desbocó mientras Kenneth apretaba los puños a ambos lados de su cuerpo para no estirar la mano y tocarle el rostro. ¿Qué era aquello? ¿Qué les pasaba?
—¿En qué momento ha pasado a interrogarme usted a mí? —dijo Brook mirando hacia donde Simone estaba. Sus ojos brillaban con emoción. Se alegraba de no estar sola.
—Ni siquiera me he dado cuenta. Pero admito que entiendo sus ganas de hacer preguntas, se vuelve adictivo. —Una sonrisa sincera y ancha jugó en los rasgos de él, y para su sorpresa, Brook que no pudo aguantarse, se la devolvió.
Permanecieron así unos segundos.
—Y bien —siguió antes de que ella lo hiciera—, ¿qué le han parecido los Benworth?
—Desconcertantes.
Y allí estaba Brook Daugherty de nuevo dejándole sin habla.
¿Desconcertantes? ¿Hablando de los Benworth? Aunque sí era verdad que esa descripción les quedaba como anillo al dedo, nadie, jamás se habría atrevido a decirle al mismísimo Kenneth algo así de sus hermanos. Pero, bien, no debía olvidar que la chica que hora tocaba uno de sus mechones de cabello rebelde procedentes de su nuca, no sabía quién era él.
—¿Por qué me mira así? —le dijo Brook preocupándose por su silencio. Pues él la miraba fijamente con algo así como satisfacción.
—Me fascina, sencillamente. —Se encogió de hombros como si aquello que acababa de decir no fuera el halago más bien camuflado que jamás le habían dicho. Y se lo había dicho él, y, y, ¡y! Por el amor de Dios, no se había sentido incómoda... simplemente... pletórica—. Dígame quién le hace la corte, señorita.
—Señor Desconocido —dijo Brook elevando una ceja, Kenneth rio—, por más que no me crea, le digo la verdad. No hay nadie.
—¿Es eso posible? —dijo mirándola a los ojos con una serenidad que le provocó temblores de piernas.
Instintivamente empezó a andar a paso extraordinariamente sosegado, teniendo en cuenta su corazón bombeando a mil por hora, hacia su doncella.
—Lo es —dijo—. Le dije que no he sido presentada en sociedad. No hay mucha gente que me conozca todavía —dijo aquello con un encogimiento de hombros tan débil que Kenneth dejó de insistir. Pues entendió que no le gustaba hablar del tema.
Aun así pensó: Tarde o temprano me lo contarás, Brook.
—Bien —dijo al llegar cerca de su doncella—. Supongo que puedo decir que, aunque sigo sin saber quién es, ha sido una conversación interesante.
Los dos se miraron y ella sonrió de un modo íntimo, seguro. Y las siguientes palabras de Kenneth no las pudo remediar. Ya se arrepentiría cuando estuviera a solas en su despacho, lo sabía, pero en aquel momento no podía verla partir sin decir aquello:
—Le diré quién soy. —Los ojos de la joven se pusieron en los suyos con interés—. En el baile, el sábado. —Una arruga se aposentó entre las rubias cejas de ella—. Pero con una condición.
—Temo preguntar. —Y se aguantó con fuerza para no rodar los ojos.
—Veámonos todos los días. Traiga una carabina, o a su doncella si es necesario.
—¿Disculpe? —La sonrisa que adornó su cara fue increíble. ¿Él quería volver a verla? Era ridículo sentirse así, pero no podía evitarlo.
—Quiero verla, de hoy hasta el sábado. —Por si quedaba alguna duda—. Y el sábado en el baile le diré quién soy.
—Es más fácil, para mí, ir a preguntarle al señor Benworth quién es y acabar con todo esto de una vez —contestó ella en un último intento.
—Pero sabe que será mucho más divertido acceder a mi plan. Y teniendo en cuenta que va a estar un verano entero rodeada de señoritas que acabaran atrapándola para que hable de tediosos temas —Una sonrisa divertida apareció en el apuesto rostro de Kenneth—. Le conviene un poco de tiempo conmigo, se lo aseguro.
—¿Cómo sé que aparecerá en el baile? —La sonrisa de Kenneth se agrandó al ver lo fácil que la había convencido—. Hasta donde sé, puede ser usted otro mozo de cuadras.
—Tiene mi palabra —dijo extendiendo una fuerte mano en su dirección. Ella la miró recelosa—. Y si no aparezco en el baile, le daré libertad para no volver a hablarme nunca más.
—Muy gracioso —musitó. Pero después de un silencio, le cogió la mano.
Sí, los dos quedaron paralizados. Sí, fue intenso. Y sí, ninguno de ellos entendió qué estaba pasando en su interior para que su cuerpo reaccionara de ese modo tan ridículamente irracional.
Pero fue increíble.