Читать книгу Un verano en Glassmooth - M.R. Marttin - Страница 8
CINCO
ОглавлениеUna vez dentro de la casa, Brook corrió escaleras arriba, pasando pasillos y más pasillos hasta dar con un Julius totalmente sorprendido que le indicó el camino correcto a su habitación.
No fue de extrañar que la joven fuera en la dirección contraria, pues una horas antes, al llegar a la casa, el mayordomo la había guiado por corredores y escaleras que la alejaban cada vez más del ala oeste, donde se hospedaban sus tíos, y de todos los salones y corredores principales. En un primer momento le pareció inquietante estar alejada de todos los demás, pero al ver lo espectacular que era su habitación, y lo libremente que podía entrar y salir sin ser vista e interrogada, cambió de idea.
Se sentó en el sillón azul delante del ventanal mientras recuperaba el aliento. En algún momento entró Simone y empezó a parlotear sobre cosas que había oído en la cocina, mientras guiaba a Brook hasta el tocador y deshacía su moño deshecho. Pero esta no le prestó la más mínima atención. Su mente seguía en las puertas traseras del jardín, donde dejó al caballero que había insistido en acompañarla. Pensó una y otra vez si había sido indecorosa o mal educada con él en algún momento, y se repetía a sí misma que los apretones en el pecho eran debidos a los nervios por no saber qué hacer o qué decir. Y luego estaban sus repentinos cambios. De sonrisas radiantes a la más íntima seriedad, a quedarse profundamente ensimismado en sus pensamientos.
Brook miró su pelo suelto ante el espejo. Era largo y rizado. Con ondas grandes y graciosas. Lo acarició con su mano derecha mientras Simone empezó a cepillarlo con los dedos. Y después de un largo silencio, se atrevió a decir:
—Si un hombre encuentra a una chica a la que acaba de conocer en medio del jardín y le propone acompañarla hasta la casa, ¿ella debe dejarse? —Miró a su doncella a través del espejo. Sus ojos se estrecharon—. Solo estaba pensando en cómo ser una dama educada. —La joven se encogió de hombros para quitarle importancia—. ¿Qué debería hacer ella?
—Bien —dijo Simone recelosa—, si no se conocen, deben presentarse antes que nada. —Brook asintió. Primer punto mal hecho—. Es lo más cortés; hola, soy la señorita Brook Daugherty —dijo poniendo voz de pito. Y la otra giró los ojos en un gesto cómico—. Encantado, señorita, yo soy el señor Benworth. —Giró los ojos de nuevo.
Claro que sí, pensó Brook, su ejemplo tenía que ser con el supuestamente apuesto conde.
—Lo más cortés es que él la acompañe hasta la casa, sí. —Simone paró un momento de peinarla y soltó una risotada—. Yo no tengo ni idea, señorita, pero diría que no es nada indecoroso que se deje acompañar por un hombre. Eso es lo que hacen los caballeros, ser serviciales.
Brook respiró aliviada, y una media sonrisa, nada disimulada, se asomó en sus carnosos labios. Con un poco de suerte, sus gestos poco femeninos, como el encogimiento de hombros, habrían pasado desapercibido para aquel caballero, y no la habría tachado de completo desastre. Un poco animada miró nuevamente a Simone, que ya estaba aguardando curiosa por la siguiente pregunta de su señorita.
—¿Es indecoroso mirar a alguien fijamente? ¿O los caballeros suelen hacerlo? —preguntó con seguridad—. ¿Miran a una chica, a la que acaban de conocer de un modo directo e intenso? —Sus mejillas se sonrosaron, gesto que no pasó desapercibido por su acompañante.
—Puede ser que crea que es usted una fresca si le mira tan directo o tan descaradamente. O una niña inocente y sin experiencia. Eso puede ser poco atractivo —dijo Simone llevándose una aguja de pelo a la boca. La colocó en la cabeza de Brook sujetando un tirabuzón más rubio que el resto—. Lo mismo se aplica a los hombres. Pero —se miraron, una creando suspense y la otra del todo a la espera—, si es caballeroso y de vez en cuando la mira intensamente, se podría decir que es lo normal —la joven asintió rápido, como queriendo parecer despreocupada. Pero ese gesto, desde fuera, falló miserablemente—. Yo, si fuera un hombre, también la miraría intensamente. Es usted hermosa. —Los hombros de su señorita se tensaron bajo sus manos—. ¿Quién era?
—¿Disculpa? —contestó demasiado fuerte.
—El hombre que la ha asaltado en el jardín. ¿Quién era? —Brook tragó audiblemente.
—Nadie. No me ha asaltado nadie ¡Era un ejemplo, Simone! —Sus mejillas cada vez más rojas y sus ojos enfocados en cualquier lado menos en los de Simone, no dijeron lo mismo.
—Claro, qué osado por mi parte. —Exageró su reacción con una sonrisa torcida—. Está lista. —Apretó los hombros de su señorita.
Brook miró su reflejo en el espejo. Llevaba un vestido verde con detalles blancos en el escote y los bajos de la falda. Su cabello perfectamente peinado, de un modo más elegante que aquella tarde, y cuando vio el color de sus mejillas, se reprendió mentalmente por tener tan poco autocontrol.
—De todos modos, debe llevar una carabina para que nada de lo que pase entre la chica del jardín y el hombre sea malinterpretado —Simone murmuró de espaldas, intentando darle una pista a su querida Brook que no pusiera en riesgo su reputación—. Deme el sombrero, señorita, lo pondré con el resto. —Entonces, Brook recordó dónde estaba el sombrero.
—Me temo que me lo he dejado en el banco del roble. —Hizo un puchero de disculpas. Simone negó con la cabeza y puso los ojos en blanco.
Su señorita no era consciente de lo hermosa que llegaba a ser. Tanto que cuando se ponía a hacer pucheros no había nadie que se pudiera resistir a complacerla. Es justo decir, también, que Brook parecía no ser consciente de ello.
—Ni siquiera voy a preguntar por qué se ha quitado el sombrero —musitó con diversión ante la expresión de ella.
—No deberías poner los ojos en blanco, Simone. Me resulta muy difícil corregirme en público si tú y yo lo tenemos como costumbre. —Ambas rieron. Luego la doncella acompañó a la joven hasta la puerta del salón principal, antes de salir corriendo a por el sombrero.
Julius abrió las puertas y todas las cabezas giraron en su dirección. Brook Daugherty fue la última en llegar. Como mínimo veinte pares de ojos, pertenecientes a hombres y mujeres de edades y apariencias distintas, la miraban fijamente. Jamás habían visto a una mujer tan hermosa.
Quiso que la tierra se la tragara, o haber llegado la primera para estar en el lugar de ellos. Pero lo mejor que podía hacer era sonreír y fingir seguridad.
Gillian Dwight sintió el silencio repentino de la sala y supo al instante que se trataba de su sobrina. Nadie más causaba esa reacción. Dejó de hablar con la hija de su queridísima amiga Evangeline, y fue en su busca. Brook la miró con tal alivio que pudo ponerse a reír.
—¿Cómo lo llevas? —susurró.
—Mal. Muy mal.
Pero si creyó que la cosa no podía ser más incómoda, se equivocaba. Gillian paseó a su hija adoptiva por todas las pequeñas reuniones de invitados y la presentó con orgullo. Los invitados la recibieron encantados. Obviamente, algunos más encantados que otros.
Si se trataba de un hombre, fuera joven o viejo, se mostraba interesado por las pocas palabras que Brook le regalaba o por sus sonrisas tímidas.
Si, en cambio, era una mujer con sus hijas casaderas, no tardaban en criticar su pelo o sus pocos dotes de comunicación, en cuanto ella y Gillian se alejaban. Aquellos que no buscaban una esposa o un esposo, no dudaron en calificarla como a una joven encantadora. Y no por coincidencia, Brook decidió acercarse más a este último grupo que a las chicas de su edad. Para cuando la condesa de Glassmooth pidió un minuto de atención, Brook le dio las gracias a Dios, pues un apuesto joven llamado Christopher Saint Clair, llevaba más de diez minutos intentando llamar la atención de la joven con su incesante parloteo sobre cosas que a ella, sintiéndolo mucho, no le interesaban.
—Podemos seguir hablando en otra ocasión, señorita Daugherty. —Se llevó la mano de Brook a su boca y la besó. Ella quedó totalmente traspuesta.
—Claro. —Forzó una sonrisa.
—Muchas gracias por haber venido a nuestra casa. —La señora Benworth estaba delante de las puertas de la sala, con un vestido burdeos—. Mis hijos y yo estamos encantados de tenerles aquí para el verano. —A ambos lados de ella, James y Sally miraban a los invitados risueños.
«Cada cual más apuesto», pensó Brook.
—A finales de semana celebraremos un baile para darle la bienvenida al señor Benworth. El conde.—La gente cuchicheó. Gillian les frunció el ceño a todos. Brook sonrió por la reacción de su tía—. Entretanto, la cena esta lista. Pasen al comedor.
Uno a uno pasaron al nuevo espacio, y se sentaron como se les asignó. En uno de los extremos de la larga mesa, estaba la señora Benworth con James y Sally, uno a cada lado.
Nuestra joven se sentía curiosa por ellos, pero en ningún momento consiguió una vista completa, ya que los demás invitados iban detrás de sus atenciones como polillas.
James señaló sutilmente a la joven sentada casi al otro extremo de la mesa. Sally miró a la chica de pelo dorado y grandes ojos azules, y asintió.
—¿La habías visto antes? —susurró James. Su hermana negó—. Me pregunto de dónde ha salido. —Los dos la miraban en silencio.
—¿Con quién habla? —susurró ella también, sin que su madre, preocupada por lo lejos que el señor Saint Clair estaba de su hija, los escuchara.
—Es su tío, creo.
—No sabía que Thomas Dwight tuviera una sobrina —murmuró Sally mientras James siguió mirándola, como la había mirado escondido entre las puertas de la mansión aquella tarde.
La verdad, no costaba imaginar por qué su hermano se había comportado como un chiquillo de quince años ante ella. De cerca era aún más radiante, y si tenías la suerte de que sus ojos reparaban en ti, el aire dejaba de fluir.
—Pobre Kenneth —murmuró James intentando no sonreír abiertamente—, ya no va a ser el centro de atención.
—Madre. —Sally dijo desde su sitio—. No nos has presentado a la dama que va con los Dwight.
—Es cierto, querida —dijo su madre emocionada por el interés de su hija—. En cuanto tenga un momento, os presento.
—¿De dónde ha salido? —preguntó Sally—. Creí que los Dwight no tenían hermanos.
—Y no los tienen. Vive con ellos, pero no son familia. Te lo contaré en otro momento. —Evangeline apretó los mofletes de Sally con los dedos para que su tez pálida se sonrosara.
—¿La has traído para Kenneth? —James interrumpió con lo que a su madre le pareció la insolencia del siglo.
—¿No preferías a Emma Lambert? —Sally remató. Los dos hermanos se miraron apretando los labios para no reír.
—Sois un par de…
—En cuanto Kenneth lo sepa —la interrumpió de nuevo—, huirá bien lejos de ella.
—No lo va a saber —sentenció Evangeline atravesando con la mirada a su hijo. Advirtiéndoles silenciosamente para que mantuvieran la boca cerrada.
—Deberías dejar que siguiera su camino. —Sally se llevó un minúsculo trozo de comida a la boca—. Es un hombre, no esperes que se enamore de quien a ti te guste.
—No estoy esperando eso. —Su madre se defendió.
—O que se case con quien tú quieras —murmuró James. Su madre no hablaba de amor.
—No espero eso —repitió Evangeline obligándose a respirar y a no perder la sonrisa.
—Lo haces. Y ¿sabes? No va a funcionar —dijo Sally—. A Kenneth no le interesa ese tipo de mujer. —Con un gesto de su barbilla señaló a la señorita Daugherty—. Esa chica será la más hermosa que hay entre estas paredes ahora mismo, pero no es diferente del resto. Deberías esperar que tu hijo se casara con alguien que le amara, no con una cazafortunas.
—Seguiremos esta conversación en otro momento y en otro lugar. —Evangeline fue tajante. No quería que sus hijos empezaran con el espectáculo.
Sally buscó la complicidad de James, pero este tenía los ojos fijos en una Brook totalmente ajena a ellos. Pues, en esta ocasión no estaba del todo seguro de si los planes de su madre iban a fallar.
—¿Has visto a Will? —dijo él. Sally le buscó con la mirada y apretó los dientes al ver a quién tenía sentada al lado.