Читать книгу Un verano en Glassmooth - M.R. Marttin - Страница 14

ONCE

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—Mi padre siempre ha salido a cazar —empezó Kenneth—, jamás me dejaba ir con él. Decía que era demasiado pequeño. —Una sonrisa tierna adornó el rostro del apuesto joven.

Estaban sentados en el suelo, encima de un manto verde. Ya habían terminado su comida, y disfrutaban de un momento de paz. Hasta Simone, sentada bajo el tronco del árbol contiguo, se sentía traspuesta por la magia del bosque.

Kenneth tenía la espalda apoyada en el enorme pino en el que se habían instalado.

Estiró las piernas y cruzó los tobillos en un gesto cómodo. Brook le miraba observar las copas de los árboles, a una distancia más que prudente, con las rodillas dobladas y apoyadas en el suelo, y el peso del cuerpo en el brazo derecho.

Probablemente toda aquella situación era extravagante de por sí. Probablemente, alguien con un considerable conocimiento de los modales, desaprobaría que dos desconocidos decidieran sentirse cómodos enfrente del otro hasta tal punto. Pero Brook decidió no juzgarse, ni juzgarle a él. Ya pensaría en qué estaba haciendo cuando se encontrara en su habitación.

Los ojos de Kenneth se veían de un verde tan claro, que podía confundirse con azul.

Estaba completamente absorto en sus pensamientos, y Brook apartó la vista de él, queriendo dejarle ese poco de intimidad.

Por eso, cuando él siguió hablando, la joven retuvo el aliento.

—Cuando cumplí los doce empecé a salir a hurtadillas de mi habitación para perseguirle por el bosque. Siempre creí que mis habilidades me permitían seguir escondiendo el secreto. —Sonrió abiertamente y miró a la joven a su lado.

—Pero él sabía que usted le seguía —terminó por él.

—Claro que lo sabía. —Arrugó la nariz en un gesto divertido y negó. Brook sonrió.

—Y ¿aun así le permitió seguir escapando?

—Hasta que cumplí los dieciocho. —Giró su cuerpo para encararla—. Entonces se presentó en mi habitación y me llevó con él.

—Y ¿cómo fue? —Los ojos de Brook puestos en él, absorta en su historia.

—Fatal. —Una risotada escapó de sus carnosos labios dejando a la vista aquellos blancos y rectos dientes—. En cuanto sostuve un arma entre las manos y me vi apuntando a un venado, decidí cambiar la caza por la monta.

—No es fácil matar a un animal —murmuró Brook volviendo su atención a un pajarito que atravesó bailarín los matorrales ante ellos.

—¿Sabe de qué sensación le hablo?

—¿Se está preguntando si yo también he salido a cazar? Porque entonces, temo decepcionarle. —Parecía divertida—. No soy tan salvaje como supongo debe creerme a estas alturas.

—En realidad —su voz sonó ronca y puso el cuerpo entero de Brook alerta. ¿Qué era ese cosquilleo?—. No creo que salvaje sea la palabra que usaría para describirla.

—¿No? —Le miró abiertamente—. No se ofenda si no quiero escuchar qué palabra usaría en su lugar. —Después de eso se le escapó una risotada tan espontánea que a Kenneth se le olvidó cualquiera que fuera esa palabra con la que la describiría.

—Veo que no me ha juzgado —murmuró él sin dejar de mirarla, un poco después.

—¿Por qué iba a juzgarle? —preguntó sin entender.

—Acabo de decirle que no me gusta cazar. —Se mordió el labio y siguió—: Un hombre que odia cazar. ¿Dónde se ha visto eso?

Brook le miró entretenida, comprendiendo que realmente parecía preocupado por lo que ella pudiera pensar.

—Yo estoy viéndolo ahora mismo —le soltó con una sonrisa pícara—. Y ¿sabe qué? Me parece fascinante.

—¿Fascinante? —preguntó Kenneth con una risotada tan fresca como la que acababa de soltar Brook. Había usado la misma palabra con la que él la describió el día antes.

—Efectivamente —musitó ella y se giró a ver otro pájaro—. Pocos son los que hablan abiertamente de lo que creen correcto, aunque diste de lo que marcan los protocolos.

—Me temo —Kenneth miró con una sonrisa su perfil—, que me defiende porque usted no es muy distinta a mí.

—Osada afirmación para haberme conocido apenas hace dos días.

Brook le miró sin girar el cuerpo. Él se había despegado del árbol y estaba ligeramente inclinado hacia ella. Aquellos ojos verdes queriendo dejarla sin aliento.

—Puede que tenga razón —murmuró él mirando sus labios—. Y puede —ahora llevó la atención a aquellos ojos profundamente azules—, que después de cuatro días la conozca mejor.

Ante eso, Brook solo ladeó la cabeza. Y entonces, aunque sabía que probablemente no debía hacerle aquella pregunta, dijo:

—Dígame, ¿qué saca usted de pasar tiempo conmigo? ¿No tiene nada más importante que hacer?

Y sí, se arrepintió sobremanera, ya que algo pareció cambiar en los ojos de él. La miró detenidamente con su cabeza funcionando a cien por hora y se incorporó de un salto. Brook también lo hizo, con el ceño fruncido y, por consiguiente, Simone también.

—¿Ocurre…? —empezó antes de ser cortada.

—Disculpe, señorita Daugherty. Creo que deberíamos volver.

Kenneth sopesó la idea de evitar mirarla, pues se arrepentiría al instante de acabar con aquello.

Pero lo hizo, como para demostrarle cuán serio y decidido era él. ¡Menuda estupidez!

Brook tenía el desconcierto grabado en el rostro. Pero seguía luciendo tan hermosa, que hasta la voluntad del hombre más fuerte podía haber flaqueado si ella se hubiera resistido a moverse de allí.

—Claro —dijo en cambio.

Se levantó con agilidad y le ayudó a recoger y dejar el manto escondido en la corteza de un árbol. Luego desandaron el camino andado en completo silencio.

—¿Qué ha pasado? —Simone dijo las palabras que ella estuvo preguntándose todo el camino de vuelta.

—No lo sé —murmuró con la sorpresa pintada en el rostro. Luego miró a Simone cerrar la puerta de su habitación—. Tal vez he sido demasiado maleducada hoy.

—No —contestó la doncella al instante—. Es usted distinta, pero no maleducada.

—Rodé los ojos, reí a carcajadas —siguió diciendo sin acabar de entender nada—. Todo eso no lo haría otro tipo de mujer.

—¿A qué tipo de mujer se refiere? ¿A todas esas damas aburridas que están abajo?

—A todas esas damas educadas —le corrigió ella sentándose en su tocador—. Y sofisticadas y hermosas.

—La diferencia entre ellas y usted no ha parecido molestarle hasta ahora, señorita Brook —negó efusivamente—. Sigo creyendo que ese no es el motivo.

—Tal vez no quiera verme más y mañana pueda librarme de tener un encuentro con él, al fin y al cabo.

—Porque librarse sería un alivio, ¿no?

La joven miró a la doncella con el ceño fruncido. ¿Un alivio?

Sí que había sido incómodo el final de la tarde, pero todo el resto del encuentro resultó ser... bueno.

No quería utilizar ninguna otra palabra para describirlo sin sonarse a sí misma como una completa tonta.

Así que: bueno. El encuentro fue bueno. Él fue bueno. El sándwich estaba bueno. Reírse fue bueno. Pero «bueno» no era un adjetivo que no pudiera conseguir en un encuentro con cualquier otro. ¿Verdad?

Si había resultado que Brook le pareció excéntrica o poco atractiva, o quién sabe, simple; podía olvidarse de él y enfocarse en otros que la decidieran digna de sus atenciones. O ya ves tú, en ella misma. Tampoco necesitaba a un hombre para ser feliz.

—¿Brook? —Tres golpes en la puerta la sobresaltaron.

Gillian entró en su recámara, con una sonrisa preocupada en el rostro.

—Me ha resultado un suplicio llegar hasta aquí —dijo en un suspiro—. Qué lejos estás de todos.

—Tía Gillian —contestó ella—. La verdad es que a mí también me cuesta llegar. —Sonrió.

—Puedo pedirle a Evangeline que te cambie de recámara.

—Está bien. Me gusta esta habitación. —Ambas se miraron a través del espejo.

—Querida. —Llegó hasta el tocador y le puso las manos en los hombros—. ¿Te encuentras mal? No has bajado a desayunar.

—No —dijo ella con una sonrisa—, estoy bien. Bajé temprano.

—Ah —fue todo lo que dijo mientras por su cabeza se formulaba la pregunta—. ¿Y dónde has estado toda la mañana?

Brook miró a Simone a través del espejo antes de decir:

—Paseando. En el jardín.

—¿Sola?

—Con Simone.

—Oh, ya veo. —Miró a la doncella con una sonrisa—. ¿Escapando de las reuniones sociales?

—Algo así —dijo Brook riendo por el ligero tirón de pelo que su tía le dio al mirarla de nuevo.

—Bien, me parece perfecto que te dediques tiempo a ti misma. —La sonrisa brillante de su tía provocó un fruncido de labios de Brook.

—Pero... —empezó por ella.

—Pero, ahora bajarás conmigo a tomar el té y a hacer amigas.

—Genial —musitó.

—James lleva toda la mañana preguntando por ella. Me tiene harta —dijo Sally desparramada en el sillón del despacho—. No la vimos en toda la mañana.

Kenneth creyó que refugiarse entre sus papeles sería el mejor modo de escapar de sus propios pensamientos.

Realmente no podía dejar de preguntárselo: ¿qué hacía allí con ella? En su bosque, en el lugar donde tantos momentos había vivido con sus hermanos y con Will.

Pero, peor aún, ¿es que no tenía nada en la cabeza? ¿Qué diablos estaba haciendo al salir con ella, en primer lugar? Ningún hombre le hubiera hecho un ofrecimiento así a una dama. Era completamente indecoroso. Y, falta hacía decirlo, tendía a poder malinterpretarse.

Pero ella había accedido tan rápido... y luego él fue un completo idiota al huir de ella de aquel modo tan descarado. Se sintió demasiado bien. Demasiado en paz consigo mismo. Demasiado como era antes. Y eso no le gustó. Él era un hombre distinto ahora, debía serlo.

Pero si creyó que cuatro cartas sin importancia podrían distraerle, se corrigió al ver a James y Sally atrincherados en su despacho.

—¿Qué hacéis aquí? —musitó. Los dos se giraron a mirarle.

—Necesitábamos un descanso de tantos buenos modales —dijo James claramente contento de tener allí a su hermano—. Estoy cansado de tanta señorita buscando esposo, ni que fuera esto la temporada de Londres.

—¿Dónde has estado? —dijo Sally viendo cómo se sentaba detrás del escritorio oscuro.

—Cabalgando.

—¿Toda la mañana? ¿Ni siquiera has almorzado? —siguió.

—¿Solo? —añadió James.

—Sí almorcé. Sí iba solo. —Fue resolutivo y espontáneo, pero aquellos ojos verdes clavados en la mesa le resultaron de lo más sospechosos a James.

—Ya, claro... —musitó.

—Tengo faena.

Y con esa sentencia, los dos hermanos se levantaron entre resoplidos. Pues cuando Kenneth estaba escueto de palabras, era mejor desaparecer.

Se dirigían a la puerta cuando James le dijo a su hermana:

—¿Me ayudas a buscar dónde se esconde Daugherty? Me sorprende que no haya aparecido en toda la mañana —el tono de maldad no se le pasó desapercibido a Kenneth, que quiso rodar los ojos. Y entonces pensó en Brook. Rodando los ojos. En sus ojos. Tan azules. Tan hermosos.

—Otra vez no, James. Déjala en paz —resopló Sally al cruzar la puerta.

James vio cómo Kenneth levantaba la cabeza.

—¿Es que no quiere causarnos buena impresión para cazar a nuestro hermano? —dijo mirando fijamente a Kenneth, que a su vez miraba la puerta abierta que tapaba el cuerpo de la pequeña Benworth.

—Es sorprendente, sí —se quejó—. Pero me alegro.

—Creo que hay un invitado que la mira mucho —siguió James.

—¿Quién? —preguntó Sally.

Y ya cerraba la puerta cuando Kenneth dijo en algo así como un gruñido:

—Chicos. Quedaros aquí. No podéis hablar de cotilleos por los pasillos.

Un verano en Glassmooth

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