Читать книгу Un verano en Glassmooth - M.R. Marttin - Страница 12

NUEVE

Оглавление

—Señor Benworth. —El mayordomo interceptó a Kenneth solo entrar por la puerta de servicio.

—Hola, Julius —dijo él despreocupadamente pasando una mano por su pelo alborotado.

—El señor Morris está esperándole en su despacho —siguió impasible.

Kenneth, que había olvidado por completo que debía reunirse con su viejo amigo, se apresuró hasta su despacho.

William Morris estaba sentado en la silla ante el escritorio, hojeando un periódico.

Tenía el mismo aspecto de siempre, pero los veinticuatro años que ambos compartían, le habían mejorado considerablemente. Todo él poseía un aire gallardo y simpático, pero con facciones maduras y un cuerpo tan musculoso como el de Kenneth.

—¡Kenneth! —dijo con una amplia sonrisa cuando le vio parado en la puerta.

—Will, cuánto tiempo. —Recortó el espacio que les separaba y se abrazaron con fuerza.

—¿Cómo has estado? —dijo Will. No se veían desde la muerte de su padre.

William Morris pasaba todos los veranos en Glassmooth desde que tenían ocho años. Era su mejor amigo, el de James y el de Sal. Vale decir que le querían como a un hermano.

Después de la muerte del conde Benworth, Kenneth tuvo que dejar de salir con él para aprender su nuevo rol en la familia, aun así, sabía que Will seguía viniendo a Glassmooth y a su casa de Londres a pasar tiempo con sus hermanos.

Por más de una hora, escuchó todo lo que su amigo le contaba y le preguntó un sinfín de cosas más, pues, por fin, desde la tarde anterior, Kenneth estaba pensando en algo más que aquella joven. Compartieron bromas, recordaron momentos y se sintió como un joven sin preocupaciones durante un rato.

—¿Cómo llevas lo de ser conde? Tendrás que casarte, ¿no? —Kenneth resopló, William rio.

—No estoy pensando en casarme, Will. Llevar las tierras y el título de mi padre es un trabajo duro. Todavía me estoy acostumbrando.

—Me lo imagino, pero vas a tener que hacerlo tarde o temprano —siguió Will—. Evangeline no desistirá.

—Igual que tú, me atrevería a decir —dijo Kenneth en un intento de alejar la atención de él. Su amigo sonrió. Una sonrisa radiante de esas que usaba para encandilar a las jóvenes cuando asistían a eventos.

—Si te soy sincero, no me emociona pensar en el día que heredé el marquesado de los Morris. Buscar esposa suena como una pesadilla —William no dijo nada más, se puso a soñar despierto, sin embargo. Solía hacer aquello a menudo.

—Estoy completamente de acuerdo —contestó Kenneth.

—¿Cómo va con la señorita Lambert? —le dio un golpe alegre en la rodilla. Kenneth giró los ojos.

—Te aseguro que no tengo ningún interés en la señorita Lambert —masculló.

—Deberías decírselo, para que busque a otro a quien molestar antes de que se le terminen las cuatro temporadas esperando tu proposición de matrimonio. —Su amigo le reprendió con una sonrisa dulce. No le faltaba razón.

—No aceptará un no por respuesta —resopló Kenneth.

—Entonces, ¿os casaréis solo porque ella no acepte una negativa? —Rio su amigo—. ¿Qué opina Sally sobre eso? —Cuando Kenneth le miró, Will tenía los labios apretados.

—Sabes cómo es Sal —murmuró su hermano observándole—. No cree en la belleza como motivo suficiente para desposar a alguien. Emma es hermosa, pero eso es todo lo positivo que puedo decir de ella.

Will sonrió con afecto.

—Esa es Sal.

—De todos modos —siguió Benworth—, no he descartado desposarla ya que, llegado su momento voy a tener que casarme con alguien. —Hizo una mueca—. Y es mejor malo conocido que bueno por conocer.

—¿No prefieres amar a la mujer con quien te cases? —Will jamás perdía su sonrisa cortés.

—Eso no es algo que los herederos podamos hacer, querido Morris. —Sonrió Kenneth con desgana—. Se lo dejo a James y Sally. Yo me casaré con la que pueda ayudarme a llevar el condado.

—Lo respeto —contestó Will—. Pero estoy en total desacuerdo.

Kenneth rio y arrojó una carta sin abrir en la dirección de su amigo.

—¿Eso significa que tú te casarás por amor, querido amigo?

—Haré todo lo posible para que así sea. —Después de guiñarle el ojo, William Morris añadió:—. ¿Has conocido ya a la señorita Daugherty?

Y por ese comentario, Kenneth se puso alerta. Will abrió los ojos con sorpresa y sonrió con agrado; por supuesto que la había conocido.

—No —contestó, sin embargo. Will rio ante la mentira.

—¿Sabes quién es, al menos? —insistió.

Kenneth levantó la cabeza y miró los ojos de él sopesando qué decir. Podía contarle la verdad. Pero no quería que Brook supiera que era un Benworth, y tendría que relatarle a Will con detalle la situación para que accediera a guardar silencio.

Sintió un nudo en la garganta. Le daba vergüenza contarle a su amigo la chiquillada que había montado para pasar tiempo con una dama.

—No, no sé quién es —se limitó a decir.

—Lo imaginé, teniendo en cuenta que no has bajado a ver a los invitados.

—Lo haré el sábado.

En el baile. Cuando ella le viera por primera vez.

Brook Daugherty en un intento acelerado de salir de la vista de aquel apuesto caballero, caminó recto, más allá de los establos, atravesando el jardín con una Simone curiosa pisándole los talones y taladrándole la cabeza con inacabables preguntas.

—Dígame, ¿era ese el hombre de ayer?

Simone estaba harta de corretear sin sentido, cuando se agarró de la manga derecha del vestido de su señorita y la obligó a frenarse.

—No vamos a seguir corriendo por el jardín eternamente, señorita. Dígame de una vez si era él o no.

Brook sabía que estaba siendo una inmadura. Pero también sabía que debía hablarlo con Simone, puesto que lo había presenciado todo. Así que, al menos, pretendía estar lo más lejos posible de aquel caballero antes de empezar. Además, necesitaba un poco de aire.

—Sí —dijo sin apartar la vista de sus ojos—, era él.

—¡Lo sabía! —casi gritó.

Las dos jóvenes miraron hacia atrás al instante, pero estaban solas.

—¿Le dijo su nombre? —susurró ahora. Brook pudo ponerse a reír.

—No —se limitó a contestar. Simone estrechó los ojos—. ¿No has escuchado nada de la conversación? Estabas ahí mismo.

—Estoy fingiendo no haber escuchado nada. —Brook resopló ante tal respuesta—. Por cortesía.

—No me dijo su nombre, Simone. —La joven hizo una pequeña mueca.

—¿Pero? —insistió la otra.

—Pero me lo dirá en el baile.

Ambas guardaron silencio. Brook ocultando la otra mitad y Simone aguardándola con la mosca tras la oreja.

—¡Vamos! Por el amor de Dios, señorita Brook, deje de tenerme en ascuas. ¡Cuénteme cuál es la condición que le ha puesto!

—Creí que lo habías escuchado todo —murmuró ella.

—Ese detalle no, justamente —se quejó Simone.

—No quiero seguir hablando del tema. —Brook reanudó la marcha dándole la espalda.

—¿Y con quién lo va a hablar, entonces? —le dijo—. ¿Con Gillian? —Brook frunció el ceño.

—Pues claro que no —casi bufó. Qué ridiculez. Por nada del mundo se lo contaría a su tía. Le prohibiría volver a salir sola.

Aunque no debería estar saliendo sola en primer lugar.

—Pues me temo que no le quedará otro remedio. —Brook frenó y se giró a verla.

—¿Disculpa? —La chispa de maldad en los ojos de la doncella no le pasó desapercibida—. ¿Vas a contárselo a mi tía?

—No, a menos que me haga partícipe.

—¿Me estas chantajeando? —Los labios de Brook formaron una «O» y se llevó una mano al pecho.

—Tómeselo como quiera. —La doncella cruzó los brazos sobre su pecho.

—Eres la peor amiga del mundo —musitó con un suspiro derrotado. Típico de Simone, usar su condición de amiga para conseguir lo que quería. Muchas otras doncellas eran despedidas por menos.

—Déjese de dramatismo y hable ya. —La doncella cogió a la joven del brazo y reanudaron la marcha hacia un exquisito vergel de árboles fruteros, más allá de lo que habían estado antes—. No se le da nada bien fingir.

—Eres horrible —musitó antes de declarar—: Pasaré tiempo con él. Y él me dirá quién es en la fiesta.

—¡Oh! Qué apuesto es. ¡Y cómo le miraba! Esto es el principio perfecto para una historia de amor. —Simone se soltó de ella y habló al viento, de un modo más que ridículo, Brook resopló—. Por nada del mundo va a ir sin mí. —La miró ceñuda ahora.

—Ni me atrevería a pensarlo —susurró Brook después de soltar un suspiro.

El día siguiente llegó más rápido de lo que ambos esperaban. Si creían, tanto Kenneth como Brook, que después de resolver las dudas que les mantenían intrigados podrían olvidarse el uno del otro y dormir en paz, se equivocaban. Claramente.

Brook estaba tan nerviosa que cuando bajó al comedor todavía no había ni un alma. Pero ella no podía seguir dando vueltas en la cama. Así como en el momento de tenerle enfrente no dudó en aceptar su trato, ahora las dudas le asaltaban. Podía ser que ensuciara su propio nombre y los Benworth la echaran de allí por falta de decoro antes del baile.

Y entonces nunca sabría el nombre del apuesto caballero.

Sus musculosos brazos, su ancha espalda, aquel pelo alborotado, que tanto se empeñaba en seguir despeinando con sus manos, y sus ojos, no salían de su cabeza. ¡Dios! Era endiabladamente apuesto.

Se sintió, en algún momento de la noche, imaginándose con él.

Para cuando terminó de desayunar, había dejado a un lado las dudas, prohibiéndose pensar en las miles de consecuencias que podría acarrear su comportamiento temerario y se encaminó al establo. Quería aventuras, tendría aventuras. Debía dejar de ser una cobarde.

Total, su plan era vivir en el campo y no rodeada de aristócratas ingleses.

Kenneth ya la esperaba. Vestía unos elegantes pantalones oscuros, una camisa arremangada y aquel chaleco que había llevado el día anterior. Por cómo lucía su aspecto general, ya debía haber salido a cabalgar. Cuando ella se acercó con una intrépida Simone a cuatro metros, él la miró detenidamente.

No sabía qué estaba pasando por su cabeza, pero sus ojos estaban fijos en los de ella. Sin una sonrisa, sin ningún asentimiento o gesto de reconocimiento. Solo con la mirada clavada.

Brook sintió cómo se le aceleraba la respiración con cada paso que daba.

—Creí que no vendría —murmuró él sin dejar de mirar sus ojos.

—Buenos días a usted también, señor Desconocido. —Una sonrisa torcida tiró de los labios de ella.

—Buenos días, señorita Daugherty. —Su gestó se suavizó.

—¿Qué vamos a hacer? —dijo ella intentando sonar relajada y despreocupada.

Él la miró un momento más, cogió una casi imperceptible bocanada de un aire más que necesario y se esforzó todo lo que pudo por mostrarse cortés y encantador en vez de hacer lo que realmente deseaba: tocar su rostro, enredar sus dedos en su cabello, tirar de ella en un abrazo estrecho...

¡Maldita fuera Brook Daugherty!

Un verano en Glassmooth

Подняться наверх