Читать книгу Un verano en Glassmooth - M.R. Marttin - Страница 9

SEIS

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Thomas Dwight estaba sentado al lado derecho de Brook. Delante tenían a un caballero un poco mayor que ella, con el pelo de un rubio muy claro y los ojos tan azules como el mar bravo. A su lado, indecorosamente cerca de él, estaba sentada una chica hermosa con unos ojos ambarinos y el pelo más rojo que había visto en su vida.

En este punto de la velada, la joven ya había echado un vistazo a los invitados, en busca de aquellos ojos verdes y aquel pelo alborotado. Pero no hubo suerte. Él no estaba allí.

—¿Así que viene usted de Londres, señorita Daugherty? —Se había servido casi la totalidad de la cena cuando William Morris decidió entablar conversación con ella.

Brook levantó la mirada en su dirección para verle con una gentil sonrisa y toda su atención lejos de la perfecta mano de la pelirroja en su antebrazo. Le sonrió. La pelirroja se sintió totalmente insultada por perder las atenciones del apuesto William.

Tenía entendido que las mujeres en edad casadera no debían comportarse así en una sala llena de aristócratas. Ella sola se estaba dejando en muy mal lugar.

A no ser que estuviera totalmente segura de haber cazado marido ya. Tal vez, el hombre a su lado era su futuro marido.

—Así es, llevo algunos años viviendo allí. —Brook miró a Thomas para buscar ayuda y él le sonrió tranquilamente.

—Estoy seguro de que no la he visto nunca —dijo el joven—. De haberlo hecho, la recordaría.—Él sonrió gentilmente y ella se movió incómoda en su asiento, sin saber encajar un cumplido, para variar. La pelirroja apretó los dientes—. Soy William Morris.

—Encantada, señor Morris. —Gillian los había presentado, pero ella agradeció el gesto del hombre, pues ni siquiera podría recordar el nombre de la mitad de los invitados—. ¿Lleva mucho tiempo conociendo a la familia Benworth?

—Toda una vida. —Sonrió de nuevo. Sus sonrisas cálidas y despreocupadas—. He pasado todos los veranos en Glassmooth desde que tengo uso de razón y, además, su difunto padre era amigo del mío.

—El marqués de Swindon, Dave Morris, ¿cierto? —intervino Thomas.

—Así es. —El chico miró a Tom antes de volver su atención a su sobrina.

A medida que la conversación fluía, Brook se tranquilizó. Parecía que, en este encuentro con un caballero, sí sabía recordar sus modales. En ese instante, la chica pelirroja, cada vez más irritada, aclaró su garganta antes de introducirse en la conversación.

—Ya que el señor Morris se ha olvidado completamente de mí —dijo soltando ahora el brazo del chico—, me presentaré yo misma. —Los ojos de la pelirroja se clavaron en la señorita Daugherty de un modo intimidante—. Soy la señorita Emma Lambert. Y estoy aquí porque el señor Benworth me lo pidió en persona.

Así que era ella. Claro. La chica que bailaba con el conde en cada fiesta. Brook recordó las uñas perfectas de aquella reina de hielo, agarrando el brazo de Morris, y se lamentó por el pobre señor Benworth. Emma Lambert estaba reclamando lo que era suyo. Y, al parecer, si Benworth le pertenecía, su gran amigo Morris también.

—Qué privilegio —dijo Thomas risueño—. Me alegro por usted, es difícil recibir misivas firmadas por el conde. —Y luego siguió hablando con el señor William Morris.

—En la cocina dicen, que ha causado usted una muy buena impresión, señorita. Seguro que llega a oídos del señor Benworth.

Eso fue lo primero que consideró necesario decir Simone, una vez Brook Daugherty puso el primer pie en la habitación. Y esta, por su parte, estuvo a punto de rodar los ojos. Al borde.

—¿Tienes mi sombrero? —dijo en cambio.

—¡Pues claro! —exclamó la otra—. ¿Por quién me toma?

Sin mediar más palabra, Simone sentó a Brook en el tocador y deshizo el moño, dejando caer una cascada de pelo por su espalda. Luego la desvistió entera y le puso un camisón de seda. La joven resopló cuando su doncella la metió en la cama, la arropó como a una cría y se sentó a su lado con expresión soñadora.

—¿Estaba en la cena? —susurró con una sonrisa.

—¿Quién? —El ceño de Brook se apretó involuntariamente. Pero no fue porque no entendiera la pregunta, sino porque sabía perfectamente a lo que se estaba refiriendo.

—El hombre del jardín —dijo quedamente—. ¿Estaba?

—No había un hombre en el jardín, Simone —se limitó a decir ella—. Era una hipótesis.

—Bien. —Y que se rindiera tan fácilmente no le gustó nada a la joven, que la miró estrechando los ojos—. Entonces cuénteme cotilleos de la cena ¿le han dedicado halagos?

—Lo suponía —murmuró Brook sosteniéndole la mirada con un deje de odio.

Simone sonrió triunfante sabiéndose ganadora de la batalla. Porque ni por asomo, su señorita, diría en voz alta nada que tuviera que ver con ella recibiendo cumplidos. Detestaba recibir cumplidos.

—No estaba en la cena.

—¿Por qué no estaba? ¿No lo preguntó? —dijo ahora sentándose encima de sus rodillas.

—¿Qué iba a preguntar? —La joven hizo un gesto exasperado—. ¿Que dónde estaba el hombre que había conocido unas horas atrás a solas en el jardín? —Simone se lo pensó—. ¿El mismo que no me dio su nombre? ¿O el mismo con el que me encontré cuando estaba sin carabina? Es material para un escándalo.

—¿No te dijo su nombre? —La doncella estaba fascinada. Brook negó con un suspiro sabiendo que aquello iba a ser un largo interrogatorio—. ¿Ni su apellido?

—Ni su apellido.

—¿Por qué haría algo así? —dijo Simone grotescamente escandalizada.

—Pues no lo sé, Simone —murmuró ella prestándole la atención debida al hecho.

—¿Usted le dijo el suyo?

—Sí, y no debería haberlo hecho. —Ahora se miraron, las dos con un brillo en los ojos—. ¿No?

—Deberíamos —empezó la doncella, pero Brook terminó la frase por ella:

—Encontrarle y averiguarlo —Simone asintió.

—¡Qué romántico! —chilló Simone, arrancándole una risotada a la joven en la cama.

—No tienes remedio —murmuró acomodando el cojín—. No estaba en la cena. Lo que puede significar que no se hospeda aquí o que sea un trabajador. De todos modos —siguió antes de que Simone la interrumpiera, cosa que estaba a punto de hacer—, no tiene caso seguir con este tema hoy. Estoy cansada y me encantaría dormir.

La doncella se levantó a regañadientes y salió de la habitación sin poder esconder su excitación por el tema.

Brook no se durmió hasta bien entrada la medianoche. No podía dejar de pensar en lo último que había hablado con su doncella. Se sentía atormentada y ridícula por el modo en el que se comportó delante de aquel apuesto desconocido. Él debía pensar que era una niña tonta sin experiencia.

No muy lejos de allí, Kenneth Benworth se preguntaba qué impresión habría causado la señorita Daugherty a los demás invitados. Se lo preguntaba sabiendo exactamente la respuesta.

—¿No puedes dormir? —James irrumpió en su habitación con su tan característica sonrisa.

—¿Y tú? —Kenneth cerró las cortinas y se apartó de la ventana.

—Sabes que yo prefiero acostarme tarde. —De un salto ágil se tiró en la enorme cama.

—¿Qué te han parecido los invitados de nuestra madre? —dijo el mayor de los Benworth mientras se sentaba en un sillón muy parecido al que estaba en la habitación de Brook.

—No es para tanto. —James encogió sus hombros despreocupado—. Conocemos a más de la mitad. Y la otra mitad son discretos. —Miró a su hermano mayor, que le miraba con su habitual expresión seria—. Puede ser un buen verano, al fin y al cabo.

—Me alegra saberlo —se limitó a contestar.

—Emma no soltó a Will ni un instante —añadió. Kenneth levantó una ceja sin sorpresa, cosa que le hizo reír a James—. ¿Por qué sigues fingiendo que te interesa? Juega con vosotros.

—Mientras mamá crea que me interesa la señorita Lambert, no me presentará a cientos de jóvenes más —dijo con tono aburrido—. Will lo hace por el mismo motivo, supongo.

—No estuvo muy receptivo con ella esta noche —siguió su hermano—. Normalmente es muy cortés.

—¿No? ¿Como está?

—Está bien. Preguntó por ti. —Miró a su hermano con diversión antes de seguir—. Mamá le sentó delante de tu señorita Daugherty. —Kenneth no tuvo ningún tipo de reacción, ni por la información ni por el posesivo debidamente usado, ni por el intento de su hermano de hacerle hablar.

Claro que Kenneth se descubrió queriendo saber más, pero hizo ahínco de todas sus fuerzas para mantener la boca cerrada y la expresión indiferente.

Al fin y al cabo, era una desconocida para él, no tenía por qué interesarse por lo que ella hiciera o dejase de hacer. No era asunto suyo.

—Mañana veré a Will ¿Dónde se hospeda?

—En la cuarta planta del ala oeste. ¿Vas a decirle que la chica es tuya? —La mirada oscura que Kenneth le dedicó a su hermano sí fue algo de lo que estaba esperando.

—¿Puedes dejar el tema, ahora? —murmuró volviendo su estado permanente de desinterés—. No la conozco y no me pertenece. No hay motivo por el que deba decirle tal cosa a Will.

—De acuerdo. —James se levantó con tanta agilidad que Kenneth casi se asustó—. Solo admite que, si fuera con ella, te casarías.

—¿Qué tontería es esa? —Se sostuvieron las miradas—. No voy a casarme, por el momento. —La voz de su hermano era cada vez más áspera.

—Solo digo —levantó un dedo larguirucho mientras iba hacia la puerta de salida—, que no va a durar mucho soltera. —Sonrió con malicia—. ¿Dejarás que otro la despose? ¡Tú la viste antes!

—Lárgate —bufó Kenneth.

Un verano en Glassmooth

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