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CAPÍTULO 9:

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FLOR DE LOTO

Hacer un desastre era todo lo que pensé que se haría en esa casa, el anciano estaba asustado, podía notarlo en el tono de su piel y el leve sudor que perlaba su frente, repitiendo una vez la pegunta pero está vez su tono fue más duro —¿Qué hacen en mi casa? —corrió hacia el teléfono en un intento de llamar al 911, pero la Amante como solían conocerla, lo sujeto con fuerza del cuello elevándolo unos centímetros del suelo y cortándole la respiración al viejo.

—¿Dónde está la daga? —preguntó para nada amable, dispuesta a matar al anciano, yo elevé el rostro y me quede un poco sorprendido, jamás pensé que ella acabaría con su vida, las ordenes eran claras, hallar la daga y regresar, pero no hablaron de matar.

—¿Quién rayos eres? ¿Cómo entraste a mi casa? —logró hablar con voz ronca y estrangulada.

—Creo que tú tienes algo que nos pertenece —exclamó nuevamente la mujer de Piora.

—No sé de qué habla, solo le pido que se vaya o llamare a la policía —trató de quitar la mano que lo sujetaba, pero su mirada voló hacia mí y luego hacia el escritorio, entonces fui al último cajón y lo arranque con fuerza encontrando una pequeña caja fuerte.

—La tengo, pero esta con clave —levanté la mirada rogando que el anciano me diera la contraseña —La contraseña, por favor —suplique, yo no deseaba herir a nadie, pero la Amante tan solo apretó más su cuello y no le dejó más remedio que darme cuatro dígitos 2925.

Presioné las teclas y el particular ruido de un engranaje abrirse me hizo saber que teníamos la daga, abriéndola quede impresionado por el color y sobre todo la belleza de esa pequeña arma, de la nada las manos de Sarah me la arrebataron y desde luego lo que la mujer de Piora hizo me llevó al trauma.

Yo no era un homicida.

Sin compasión alguna su mano atravesó el pecho del anciano, su rostro ceñido de rojo fue disminuyendo hasta que la palidez tomó el control, fue tanto el dolor que lo vi retorcerse bajo la mano de su asesina.

—¡NO! ¿Qué demonios? —grité, quise ir, salvar al viejo, pero Sarah me detuvo tomando mi hombro con fuerza impidiendo cualquier movimiento —¡Basta! Detente he dicho —volví el rostro hacia Sarah, pidiéndole que dijese algo para salvar al anciano, pero era tarde, demasiado tarde —Este no era el trato.

Por un momento vi un brillo desconocido en los ojos de Sarah, pero luego esa mirada se volvió impasible —Mi padre jamás te ordenó hacer esto, no ordenó su muerte —soltándome, cruzó la habitación en grandes zancadas sujetando con fuerza la mano de la misteriosa tratando de detenerla pero era tarde —Tenemos la daga, era lo único que debíamos hacer. No matar al viejo.

—¡Suéltame! Suéltame si no quieres que tu padre te enseñe a respetarme —respondió la dama encapuchada, soltándolo. No pude evitar correr hacia el hombre, arrodillándome ante él, pero era tarde, vi morir a un hombre entre mis brazos y no pude hacer nada en ese instante, eso fue lo que jamás me perdoné, nunca me lo perdoné.

—No eres mi madre, tan solo eres una de sus tantas amantes, una de sus acompañante, así que no me amenaces o tu juego acabará —respondió Sarah, soltando la mano de aquella mujer con brusquedad —Regresemos —ordenó, tenían ya la daga en sus manos y no había motivo para quedarse más en la tierra, pero tampoco no hubo la necesidad de matar al anciano, era solo un viejo inocente, así que ambas desaparecieron dejando a su paso polvo, ceniza y muerte.

Como olvidar ser parte de un homicidio, vi con tanta claridad el rostro del anciano que incluso podía sentir su mirada penetrante sobre mí, grabe aquellas facciones avejentadas, pero no por deseo propio, fui parte de un acto atroz y eso jamás me lo perdoné, irguiéndome di unos cuantos tentativos pasos hacia atrás y tomé el teléfono marcando el 911 para luego dejarlo descolgado y desaparecer, era lo menos que podía hacer ante mi cobardía al dejarlo morir y huir como el cobarde que era para luego seguir el rumbo de los demás acompañantes, fue tanta mi consternación que no me percate del retrato, porque si lo hubiese hecho, quizás las cosas no hubiesen sido de esa manera, ni acabado en la muerte de un hombre inocente.

Sin embargo, Natle tenía la necesidad de regresar a casa, por un momento culpó a su encierro y su paranoia, pero sintió que debía ir a casa de inmediato —La lluvia está cada vez más fuerte —trató de ver tras los visores de su casco pero imposible.

—Un día lluvioso es extraño, el pronóstico del noticiero no aviso ningún cambio atmosférico para hoy —exclamó Joe.

—Pues ambos se equivocaron, solo hay que llegar a casa —se sujetó con fuerza de su cintura, mientras que las gotas de lluvia comenzaban a caer sobre ellos, convirtiendo el camino en un peligro para ambos —Podemos derrapar si seguimos —Joe estaba seguro que debían detenerse, pero Natle se lo impedía aferrándose con fuerza a su cintura.

—Sigue —gritó sobre su hombro ante la fuerza de la lluvia, del viento y el rugido feroz de la propia moto.

El regreso fue más rápido de lo usual, el ir a Manhattan les llevó un tiempo estimado de una hora con cuarenta minutos, pero su regreso fue hecho en una hora y quince minutos dado que la pista estaba mojada, el trafico nulo, los peajes estaban vacíos y las calles menos transitadas, así que su regreso fue rápido, pero la desesperación de Natle se acrecentaba más al estar más cerca de la casa.

Un extraño estremecimiento estaba apropiándose de su cuerpo.

—A la casa de tus abuelos ¿Cierto? —preguntó siguiendo por la avenida

—Sí —logró distinguir su calle, a unos cuantas manzanas de distancia se percató de una patrulla y una ambulancia estacionadas, no quería apresurarse a sacar conclusiones ante lo lejos que estaba, pero algo le decía que era la casa de su abuelo —Joe, acelera.

—Tranquila, puede ser la casa de tu vecina —trató de calmarla, pero Natle era demasiado testaruda, siempre lo era.

—Acelera, solo acelera.

—No lo haré, trata de calmarte —le pidió él, a lo que no hizo caso. Joe se acercó más y al ver que en efecto era la casa de los abuelos de su novia, supo que allí la perdería para siempre, estacionó a unos cuantos metros de la casa, la vio bajar de la motocicleta en un abrir y cerrar de ojos, siguiéndola no le permitió continuar, le asió el brazo deteniéndola con una brusquedad que lo asusto incluso a él por la fuerza de su agarre —¡Espera!

La reacción atávica de su novia no le fue indiferente, con el corazón latiéndole con fuerza, alzó la cabeza enfrentándole —Suéltame, necesito ir —con un movimiento se zafó de la brusquedad de su mano, corriendo hacia la casa.

—¡Natle! —La llamó, pero no hizo caso alguno —¡Mierda! —maldijo en voz alta, estaba a pocos minutos de perder la cabeza, la lluvia mojando sus cuerpos, sus cabellos goteando y sus rostros carentes de expresión, se desataría el caos para ambos.

Natle se detuvo frente a su familia, sus rostros desencajados, sus ojos fijos en su padre, negó efusivamente con la cabeza —¡No! —sus labios se abrieron pero ninguna frase fue articulada.

—Lo siento Natle, lo siento —Jonathan limpió con su mano las lágrimas que surcaban sus propias mejillas —Por favor... —quiso acercarse a ella, pero Natle no se lo permitió, retrocedió y miró fijamente hacia la puerta, sin saber qué hacer en esos instantes, se adentró a la casa sin importarle las claras advertencias de la policía y de los paramédicos que estaban ya listos para sacar el cuerpo de Michael, estaba ya por entrar al estudio, su corazón golpeaba su pecho con una fuerza inexplicable, pero de la nada unos poderosos brazos la sujetaron de la cintura, levantándola y tratando de detenerla en el proceso —¡Natle! No por favor, no te hagas daño, no te hagas ya más daño.

—¡Déjame! —Gritó, luchando por zafarse de ese poderoso agarre, mientras que sus lágrimas surcaban sus mejillas y sus labios aguantaban la furia contenía —¡Déjame! —de la nada sus ojos emanaron un brillo y una fuerza invisible y poderosa despojó de su fuerza a Joe lanzándolo contra la pared, Natle se sintió libre de ese agarre asfixiante cayendo al suelo de rodillas, levantándose con la respiración entrecortada corrió hacia su abuelo, en el proceso un policía quiso detenerla, pero lo esquivo logrando entrar y lo que vio logró empujarla a un lugar más oscuro del que Hades incluso la hubiese llevado.

Joe intentó recuperar el aire perdido, sintió como un duro golpe se asentaba sobre sus costillas hasta el punto de arrebatarle momentáneamente la respiración, aturdido por el gran golpe la buscó con la mirada y se levantó de inmediato recuperándose, sujetando sus costillas dio unos pasos hacia adelante, viéndola en el suelo.

Natle se acercó al cuerpo inerte de su abuelo, cayendo de rodillas en un golpe seco, sus temblorosos dedos tocaron el frío rostro de Michael, sus ojos brillantes en rebosante lágrimas, mientras que sus labios secos ante la sensación, no supo que hacer, más que tomar el cuerpo de su abuelo entre sus brazos y estrecharlo con fuerza, no entendía que había sucedido, lo había dejado bien, ella lo había dejado bien.

Para él verla en ese estado fue frustrante, la vio caminar sin que nada importara, pero verla caer de rodillas, tomar el cuerpo de su abuelo y abrazarlo fue lo que lo asusto, había sentido la fuerza que lo impulso a soltarla, el duro golpe de magia lo había dejado tan confundido que pensó que una bomba había explotado sobre su pecho, pero cuando se dio cuenta, Natle era la única que estaba a su alrededor en ese momento, sin dejar de sostener su costado, intentó acercarse a ella, mientras que un policía le pedía a Joe que la sacara de allí Sácala de aquí muchacho.

—Un minuto por favor, por favor —suplicó pidiéndole que la dejase tan solo unos minutos, volviendo a ella le suplicó con el máximo de los cuidados, no necesitaba que los mortales fueran testigo de la magia descontrolada de una adolescente —Natle por favor, estás haciéndote daño, debes dejar que se lo lleven —sostuvo su hombro a lo que fue un grave error, los paramédicos ya estaban en la puerta listos a poder levantar el cadáver, de pronto Natle apretó los dientes y de un momento a otro gritó.

Gritó hasta quedar ronca, hasta que algo en su interior se desatara sin miedo a mostrarse —¡NO! —la intensidad de sus gritos hicieron vibrar los muros de la casa, las ventanas de toda la propiedad vibraron ante la fuerza de su voz, ante la fuerza de su dolor, de un momento a otro los cristales se rompieron en miles de pedazos, desatando una lluvia de vidrios, gritos y dolor alrededor de ella, las personas presentes se agacharon, mientras que Joe se cubrió el rostro con su codo ante la fuerza de las explosiones, nunca sintió una magia tan poderosa, pero también oscura, algo en su interior le decía que la muchacha que tenía enfrente no era la Natle que conoció hace una año atrás.

Un viento frío se apodero de su cuerpo, fue entonces cuando abrió los ojos y estos cambiaron a esferas color guinda, como si el fuego surgiera de ellos, algo estaba saliendo fuera de control, la temperatura se elevó considerablemente en la habitación, pero antes de que algo malo pasara, unas poderosas manos la alzaron y sacaron de allí, arrancándola del suelo y del lugar, le habían arrebatado una parte de su cuerpo, de su corazón y de su alma misma —¡NO! ¡DÉJENME! ¡SUÉLTENME!

Las poderosas manos de Joe fueron las únicas que tomaron el valor de arrancarla de esa habitación —¡Natle! ¡Natle! Por favor tranquilízate —le rogaba mientras que la casa vibraba, las puertas y ventanas emitían crujidos que ni él mismo podía explicar.

Cuando paso por el gran espejo de la entrada, Joe notó el cambio radical del color de sus ojos, en ellos no existía compasión, bondad, solo dolor y resentimiento —¿Tus ojos? —inquirió él, mientras su mirada se clavó en esa nueva Natle, en ese reflejo que no conocía.

Sin desear escuchar palabra alguna, creó una barrera entre su mente y su cuerpo que la obligaba a luchar, trató de zafarse de los poderosos brazos que la sujetaban, pero no podía, luchó, peleó para poder soltarse, no se rindió, la lluvia había intensificado su ritmo, la brisa hacia volar sus cabellos, además de las miradas clavadas en ella, levantó la vista hacia el cielo, ni ella misma logro entender cómo logró zafarse de aquella mano, empujándolo con todas sus fuerzas y echando a correr hacia la dirección opuesta.

Su madre la llamó a la distancia, su padre comenzó a ir tras ella, Joe trató de alcanzarla, pero Natle le llevó cierta ventaja.

Sus lágrimas nublaban su visión, la niebla espesa que se aproximaban solo hizo mella en su visión, con la mayor de sus fuerzas se echó a correr, con las piernas temblorosas, la desesperación y el corazón en un puño, sin importarle nada, siguió corriendo sin mirar a donde iba.

Joe al verla perderse entre la niebla corrió de regreso hacia su motocicleta, se subió en ella y arrancó a toda velocidad, encontrarla era su prioridad ya que una locura podía cometer al estar cegada por sus sentimientos, acelerando en su motocicleta trataba de divisar su camino a través de su casco, pero cada vez más era difícil ante la extraña neblina que cubrió la ciudad —¡Maldición, Natle! —juró por lo alto, pasó por las avenidas más próximas, pero su búsqueda no estaba dando resultados, en lo absoluto.

Despertando de su trance, Natle se encontró en medio de la neblina y la confusión, elevó el rostro al cielo y dejó que las gotas de lluvia mojaran su rostro y de la nada vio los faros de un auto que estaba aproximándose a velocidad, sin saber qué hacer, se quedó paralizada con la mirada fija a los faros como un venado encantado por el brillo de sus luces, sin mover un solo músculo y ni que hablar de hacer un intento por moverse, el claxon del auto sonaba sin parar, advirtiéndole que le era imposible parar, tomando aire y llenando sus pulmones cerró los ojos y espero.

La autopista estaba cerca, estacionó en un lado y trató de ver más allá, bajó de su motocicleta, volviendo el rostro viéndola a la distancia, de pie ante lo inevitable, esperando su prematura muerte —¡NATLE! —gritó, tratando de advertirle, pero sabía que no habría tiempo para quitarse de en medio, sin importarle ser visto, desplazó sus alas y arriesgándose a volar bajo, a caer y herirse en el proceso, emprendió vuelo. No supo cómo es que logró sostenerla de la cintura y arrancarla de la autopista, sacándola de allí en un santiamén, pero no pudo elevarse a tiempo, pasando entre los autos que iban por la carretera, cayeron a un lado, llevándose consigo la valla de seguridad y sobre todo llevándose varias heridas en el proceso.

Dio un gemido ronco ante el dolor que golpeó su espalda, sin soltarla cayeron entre un charco de agua, tierra y pasto —¡Demonios! —Gimió de dolor, con la respiración entrecortada y las fosas nasales dilatas, jamás en su vida tuvo que hacer acrobacias —¡Dios! ¿Estás bien? —le preguntó mordiendo su labio inferior ante el dolor agudo que se esparcía rápidamente.

Levantándose de su lado, Natle no estuvo consciente del peligro del cual Joe fue parte, tan solo se separó de él, esquiva y enojada —No tuviste que hacer eso.

Joe se levantó lentamente, intentando dejar a un lado ese dolor punzante, en el proceso tuvo que apoyarse sobre sus rodillas mientras que el dolor lo doblaba —¿Eso es todo lo que puedes decir? —Su mano intentó calmar el dolor de su brazo derecho —Casi nos matan, no solo a ti, a mí también ¿Acaso no te importa nada de eso?

—Solo quiero que me dejes en paz —cerró los ojos intentando no tener una discusión.

—Vámonos de aquí. Están a punto de vernos —le asió el brazo, ella trató de luchar, pero lo único que logró de parte de él era que le gritara con una furia que ya no podía ser contenida —¡Quédate quieta! —Se llevó la mano libre hacia el hombro —¡Maldición! Si deseas matarte no impliques a tantos.

—Nadie te dijo que fueses un héroe —le reclamó ella.

—No quería ver a mi novia hecha mierda en aquella pista —señaló de manera brusca la autopista, sujetándola con fuerza la atrajo hacia su cuerpo magullado, extendió sus alas, cubriéndolos a ambos, lograron desaparecer antes de ser vistos por alguien más, sin darse cuenta, que todo quedo filmado por un jovencillo, exponiéndonos.

Llevándola a casa, apareció en medio de la sala vacía entre la oscuridad de la extraña ya tarde, guardó las alas, llevándose una mano al hombro adolorido —¿En qué pensabas, Natle? —le llamó la atención ¿En qué mierda pensabas?

—Solo en correr y escapar —gritó ella.

—No podrás hacerlo —intentó acercarse.

—¡Exacto! No puedo escapar de que tú seas quien clave una daga en mi pecho —le espetó ella, ante aquellas palabras, Joe no pudo articular palabra alguna, su expresión y voz se volvieron planas de repente.

—No sabes de qué hablas —se defendió.

Joe no sintió la bofetada pero el ímpetu del golpe hizo que diera vuelta a su rostro, llevándose la mano a la mejilla, no ignoró las ardientes lágrimas de la muchacha que intentó volver a golpearlo, pero Joe asió sus muñecas deteniendo sus golpes.

—¿Por qué me detuviste? Debiste dejarme, yo no te pedí ayuda.

—¡Ok! Muy bien, morir arrollada por un auto, es épico. Qué valiente de tu parte, siempre eres tan melodramática, acéptalo, acéptalo una vez en tu vida Natle, siempre piensas salir de tus problemas escapando o suicidándote ¡Eres tan cobarde por el amor de Dios! —ambos gritaban sin control —¡Madura, maldita sea!

—No me hables de Dios, no me hables de él, porque no existe, Dios no tenía derecho a quitármelo, tan solo quería que este conmigo muchos años más, no se merecía esa muerte. ¡Lo odio! Soy un ángel, un maldito ángel, pero no puedo salvar a mi familia trató de tomar aire, pero no podía estaba sintiéndose asfixiada Quiero que me dejes. Quiero que dejes de tratarme como si fuera tu maldita hermana, si quisiera una niñera llamaría a otra persona menos a ti —le reprochó como si fuese el culpable. Y él también estaba exasperado por su actitud, en otras palabras ambos desean discutir, era una forma de mitigar ese dolor desgarrador. Natle alejarse de él para siempre, encontrar un motivo y él buscaba un motivo para estar cerca, un motivo aún más fuerte para no separase.

Joe perdió la poca paciencia que le tenía, estaba frenético y listo para discutir de verdad y cuando se enojaba no era del todo caballeroso —¡No! ¡Nunca! Jamás te dejaré, por la simple razón que te amo demasiado para dejar que te hagas daño —la estrechó contra sus brazos, sujetó sus muñecas contra su pecho evitando más golpes de su parte, era tanta su frustración, que ambos cayeron de rodillas, él sin soltarla y ella aferrándose a las solapas de su chaqueta. —¡Por favor Natle! Dejemos de hacernos daño, deja de hacerte más daño —ambos lloraban, ambos habían perdido a un gran padre, abuelo y amigo.

—¿Por qué? Solo quiero una respuesta, solo quiero saber ¿Por qué me lo quito? No es justo Joe. No es justo —le abrazaba con tanta fuerza, sintiendo su corazón en su oído —No quiero morir. No quiero morir. No quiero morir.

—¡No morirás! No dejaré que te pase nada —le prometió.

Sin saber de dónde saco la fuerza para decírselo, tomó una dura decisión —¡Joe! Quiero que te alejes de mí. Por favor —le suplicó No quiero tenerte cerca, no más.

—Sabes bien que no fue por Dios, sabes bien que pagamos los errores de nuestros padres con lo que más queremos, uno paga sus pecados con lo que más quiere en la vida, nosotros pagamos por culpa de nuestros padres ¡Natle! Eso debes entender, eso debes entender, no somos lo que nos mostraron, no somos libres —seguía abrazándole, demostrándole su amor y su apoyo —Pero no me pidas eso, es lo único que te pido, te lo imploro, Natle.

Eran tantas sus lágrimas que su cabeza iba a reventar de tanta tensión, se sentía peor que antes, se sentía que era basura, una fracasada sin arte y parte, simplemente un maldito punto en medio de tanta crueldad.

Se aferró a él como nunca, tomando su camiseta mojada entre sus puños, tanta era su fuerza que sus nudillos estaban blancos, incrustando sus uñas entre su camiseta, su mano y su piel, con tal de no quedarme sola, decidiendo que ese sería el último abrazo que le diera en su vida.

—¡Natle!

—Solo vete, solo vete y déjame sola —le respondió alejándolo con brusquedad de su lado.

—No lo hare, no te dejaré —la ayudó a levantarse del suelo —¡Levántate! Vamos, no hagas que te levante —sin hacerle caso, le tomó de los brazos levantándole con delicadeza, estaba muerta en vida, no tenía razón de sus movimientos, era simplemente un títere, apoyando su cabeza en su hombro, se dio cuenta que su rostro cabía con gran exactitud en ese hueco vacío de piel y aire.

—Quiero que me des espacio Joe —dijo sin mirarlo —Por favor.

Un extraño sentimiento se apoderó del joven Joe, dio unos cuantos pasos hacia atrás e intento recomponerse no del dolor de su espalda, sino de aquel puñetazo que sintió en el pecho al escuchar esas palabras —Está bien —pasó la lengua por sus labios secos —Regresaré más tarde.

Ella solo asintió con la cabeza asegurando que estaría bien, trato de acercarse a su novia, darle un beso en los labios, pero su rechazo le hizo entender que estaba perdiéndola —Ok —dejó escapar su respiración, retrocedió y salió de la casa dando un gran portazo tras de sí.

No quiso ni volver el rostro para ver esa puerta, tan solo deslizó su móvil del bolsillo de su pantalón, notando la pantalla rota pero no estaba tan obsoleto como para hacer una única llamada, marcó el número de Jonathan Sullivan, diciendo solo una frase corta —Está en casa —dijo colgando enseguida y siguiendo su camino por la calle.

Su casa estaba vacía, cerró la puerta tras de sí y logró quitarse a duras penas la casaca de cuero, rebelando su duro cuerpo, sus ropas rasgadas y los hematomas de su espalda, apretó la mandíbula tratando de controlar el nivel de dolor ¡Maldición! Desprendiéndose de sus ropas, se dio una buena ducha, los moretones iban a hacer más que evidentes al día siguiente, pero valía la pena, ella siempre valía la pena.

Natle subió las escaleras de madera, caminó por el pasillo hasta su habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella, deslizándose hasta caer sentada, sus lágrimas ardiendo en la comisura de sus ojos mientras que la voz de Hadeo se reproducía una y otra vez —Tu sangre, tu vida, cada gota de ellas... Me pertenece... Sé que regresare y por fin podre destruirte querida mía... Tus miedos son tus peores enemigos, el miedo de perder a este muchacho por el cual has dado tu vida, será tu perdición. Sé que quedare en ti, ¡Sufrirás!, perderás tus poderes, perderás tu vida de ángel y yo regresare a ti por ti, pero antes matare a todo aquel ser que ames... Eso no podrás evitarlo

Hundiendo su rostro entre sus manos, se permitió llorar, maldecir y sobre todo desear que esa pesadilla acabase de inmediato, no supo cuánto tiempo había permanecido sentada, pero al ver que las luces del alumbrado público se filtraban por su ventana dedujo que ya era tarde, había sentido los pasos de sus padres por el pasillo, llamando a su puerta, tratando de hablar con ella, pero todo era inútil y ellos lo sabían, sabían que Natle podía ser tan obcecada que no habría manera de que pudiera abrirse con ellos, no habría manera de que pudiese desfogar con ellos el dolor ante la pérdida.

La herencia maldita

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