Читать книгу La herencia maldita - Nathan Burkhard - Страница 6
CAPÍTULO 1:
ОглавлениеHEREDERO
El inconfundible sonido de los caballos galopar entre la niebla y la lluvia, el rechinar de sus dientes ante la fuerza que sus jinetes ejercían sobre sus correas, las respiraciones que arrancaban desde lo profundo de sus vientres, los gritos de órdenes y ese aroma nauseabundo que era identificable a la distancia, el olor metálico de la sangre, la sensación de miedo, el frío que estremeció su columna y el vaho de su respiración, sabía muy bien que le hacía a los traidores, sabía bien que la pena de muerte sería su castigo.
Triored volvió el rostro hacia los sonidos de la noche, su larga capa protegiendo al bulto entre sus brazos, protegiéndolo de la noche, de la lluvia, de ese futuro atroz que le esperaba en ese reino que solo conocía la destrucción, la sangre y la maldad por los designios del nuevo rey sediento de un poder que jamás obtendría por sus propios méritos.
Evadiendo cada obstáculo de su camino, corrió entre ramas secas buscando un lugar donde ocultar al niño, ese pequeño no tenía culpa alguna de los pecados de sus padres, bajó la mirada y lo vio, sus pequeños cabellos rubios, su pequeña y encantadora boca, y sobre todo esa mirada de colores, un ojo verde y otro azul, una característica de su especie, una señal de que era un Rey, un heredero al trono, el primer primogénito a gobernar el reino según sus leyes, pero no con el gran poder que evolucionaria con los años, no con ese poder lleno de vida y destrucción al mismo tiempo.
Cruzó el bosque que hace siglos sus antepasados pisaron en medio de una guerra, en medio de una alianza, de una herencia maldita considerada la devastación de especies. El miedo no era una opción, pero el martillear de su corazón decía todo lo contrario, estaba traicionando a su gente, sus reglas, a su esposo y ésa era la única manera de poder salvar a un niño de sangre real.
Golpeada por la noche, las ramas secas y los arbustos, no le importó sus rasguños, más solo tenía en mente salvar al pequeño que traía en brazos, salvar al único ser viviente del pecado del reino. Cuando pudo ver la luz de la luna iluminando su camino, tranquilizó a su agitado corazón, y sin miedo alguno tuvo las agallas para poder ordenar a su guardián que resguardara al niño, por más que se negaba a cumplir sus órdenes, lo obligó a acatarlas.
—¡Vete! Llévatelo... Llévatelo —ordenó poniendo al niño en una canasta de nubes y telas, necesitaba que alguien vigilara su viaje, que alguien se cerciorara de que el niño estaba seguro en un mundo prohibido para ellos, cuanto no hubiese ella deseado bajar y dejarlo en un lugar seguro pero bajar a la tierra de los mortales estaba más que prohibido, el castigo era el destierro.
—Señora ¿Usted? —murmuró Miaka, intentando no solo negarse a esa orden, sino que su ama entrara en razón, era ilógico romper las reglas del cielo por un niño cuyo destino era morir desde que sus padres tuvieron la estúpida idea de tener un romance, un romance prohibido ante la sociedad y los guardianes de ambos reinos, rompiendo una tregua de años de paz, de supervivencia, de un poder contenido, era la evidencia viva de una traición.
—Solo vete... No necesito esa mirada ni tu aprobación... Ese niño es libre de culpa… Este niño es la salvación de mi hija, es el verdadero heredero y con ello, el poder es suyo por derecho, el reino, el cielo es suyo.
—Intenta decirme que ha traicionado a su esposo, al rey por el deseo… Más bien el capricho de poder salvar a su hija de un final devastador…Ella es nuestra salvación.
—No, no intentes reprocharme nada... Cuando seas padre comprenderás... Mi niña merece vivir —volvió el rostro ante el sonido de los caballos y los gritos de los guardias acercándose al lugar, las antorchas iluminando a lo lejos su camino —¡VETE! —gritó —¡AHORA! ¡AHORA! —repitió acongojada ante el tiempo que perdían ante esa charla absurda.
Miaka levantó la cabeza y pudo ver a unos cuantos metros las antorchas y sobre todo la inconfundible voz de Linus vociferando con ira, apretó su mandíbula felina, extendió sus alas y se lanzó al vacío de la montaña llevándose al niño y obedeciendo una orden.
Proteger el reino, proteger el poder, proteger la herencia dada.
Triored se acercó al vacío y le vio partir, su capa se elevó ante el viento violento, las gotas de lluvia nublando su visión, con labios tembloroso cayó de rodillas distinguiendo la luz de aquellas alas blancas perdiéndose entre las nubes, la oscuridad y la lluvia, el niño estaba a salvo y con ello, la vida de su hija sería larga y duradera —Vive, vive —Sus manos en puños apretaron la tierra con fuerza, necesitaba ser fuerte y valiente para lo que vendría después de esa noche.
La brisa sopló elevando sus cabellos sueltos, mostrando su rostro con rasguños y sus ojos brillantes en lágrimas que por primera vez estaba dispuesta a derramar, pero entre tanto, esos labios temblorosos formaron una sonrisa, no todo estaba perdido.
Linus detuvo su caballo, apretando con fuerza las riendas obligando a sus nudillos ponerse blancos ante la fuerza de su agarre, la mirada centellante y apretando los dientes, cómo no poder distinguir la silueta de su esposa, cómo no poder ver su capa volar ante la fuerza del aire, ella... Esa mujer lo había traicionado y con ello, había marcado su vida, su alma y sobre todo, había puesto en juego el trono de su propia hija.
—¿Qué has hecho? —murmuró para sus adentros, hubiese tenido la oportunidad de poder gritarle en ese momento por su intromisión, su traición, pero no podía verla al rostro en ese momento. Sin poder soportar el verla de rodillas en medio de la tierra, en medio de los mundos, ordenó a su caballo retroceder y regresar, al igual que a sus hombres, ellos no necesitaban saber o más bien ver que el traidor había sido la propia Reina.
—¡Oriholp ayúdala! Ayúdala así como yo te ayude —en un suspiro, la joven Reina esperó, esperó hasta que su propio corazón le dijese que el niño estaba a salvo.
Es ilógico volver a contar la historia desde el inicio, aunque las memorias de dos grandes guerreros marcaron la vida de todos nosotros, dándonos memorias falsas llenas de rivalidad, egoísmo, cólera y orgullo.
Sin mencionar que detrás de ello, una herencia marcaría los índices de tanta maldad, una herencia bendecida por los primeros en nuestra raza, pero una herencia maldita para nuestra civilización, una herencia maldita que lo es hoy para nuestra raza, obligándonos a perder nuestros sueños, intentado mantener un imperio unido, manteniendo viva la falsa esperanza de un mundo que no era real. Mandamientos seguidos por años, batallas que jamás terminarían, con el único resultado ver un reino separado por el poder de Dios, poder que dejó a cargo de un ángel, sin saber que su familia traería la destrucción a nuestra vida. Un legado imposible de no recibir a lo largo del tiempo, condenados a tomarlo y depositarlo en el centro de nuestra civilización, sacrificando nuestras almas para darles a nuestros ancestros la seguridad de un legado, la seguridad de mantener su reino en pie.