Читать книгу La herencia maldita - Nathan Burkhard - Страница 8

CAPÍTULO 3:

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KRAKEN

Para Cristiano estar en medio de una pelea de box en la fría ciudad Rusa era lo menos que podía hacer, había buscado ese nombre por casi seis día y esa noche se cumplía el plazo que su nuevo amo había impuesto para que conservara la vida de su esposa, suspiró ante lo que veía, un joven de casi dieciocho, de cabellos rubios, una mandíbula oscurecida por los golpes, labios rojos y carnosos, además de un cuerpo delgado, caderas delgadas y cintura estrecha, hombros anchos y un six-pack asomándose en una sexy v de sus oblicuos sumergiéndose sobre sus pantaloncillos, un abdomen definido y bíceps ajustados, estaba tallado a la perfección, pero en esos instantes estaba recibiendo la paliza de su vida y todo por alguna razón o no sabía luchar o algo le impedía que hiciera sus movimientos, ya que por los gritos incesantes de la multitud pidiendo que luchara decía que el chico era el preferido en las apuestas, pero esa noche parecía solo un novato.

El estar en medio del ring recibiendo la paliza de su vida era nada comparado con la sensación abrumadora de pérdida —¡Por favor quédate! —el joven muchacho rubio suplico en silencio mientras que un puño poderosos se encajaba con su joven mandíbula obligándolo a escupir su propia sangre, de rodillas ante su oponente era algo que jamás se permitió, pero aquella derrota era la menor de sus preocupaciones, cada golpe que caía eran aplausos y gritos que estallaban el lugar además de las obvias gotas de sangre que surcaban la comisura de sus labios.

No tenía que darle cuentas a nadie más tarde, no tenía que aguantar los gritos de algún entrenador, pelear era la única palabra que conocía, Box era la única palabra que él conocía, lo hacía para sobrevivir, lo hacía para poder vivir y divertirse, le encantaba romper los huesos de sus oponentes, pero en esa ocasión no podía incluso ni mover un dedo.

Pero esa noche estaba permitiéndole a uno de sus contrincantes le propinara la paliza de su vida y todo por qué no la sentía en su interior, la chica que había visto en sus sueños por largos años estaba en peligro, podía sentirlo y eso carcomía sus nervios, la joven castaña que lograba calentarlo en sus sueños más fríos estaba perdiendo la vida y con ello la fuerza, su propia fuerza.

Cristiano cubrió su boca con la mano ante la sensación de malestar, no podía seguir viendo como ese muchacho era golpeado hasta la muerte, obligándole a escupir su propia sangre sin miedo a morir dentro de ese ring —¡Dios Santo! —aclamó, estaba a punto de levantase e irse lejos de aquel escenario sangriento, no concebía como es que un niño podía soportar tantos golpes sin caer rendido y muerto en segundos, pero era el indicado, era el ser que su amo le pidió, “Amo” la tan sola palabra lograba mandar un impulso de corriente sobre su columna, había vendido su alma, su futuro por la vida de su esposa, su propia vida y ese chico era su única salvación.

Sus cabellos enmarañados y secos ante el sudor y la sangre, flexionando los brazos, los músculos tensos, la subida de adrenalina, cada fibra de su ser pedía que no lo abandonara, que no lo dejara como sus jodidos padres lo habían hecho años atrás, intentando mantener su agitado corazón sobre su pecho, los hilos de sangre correr por sus labios, el dolor punzante en el ojo no decía nada, no era nada comparado con esa abrumadora sensación que no le dejaba respirar, sabía que algo le pasaba a la joven de sus sueños, de aquellos sueños que recordaba de toda la vida, la única que no podía amargarle la existencia y le ofrecía la esperanza de mantener vivo día a día, le daba la voluntad de seguir, de luchar de darle la victoria cada noche, cada pelea, cada día que respiraba y que por alguna extraña razón estaban conectados de una manera inimaginable.

Para ese joven rubio el sentirla irse era como ir al borde del colapso y la extinción, podía permitírselo, podía hacerlo, irse de ese mundo y descansar pero se negaba a morir sin haberla conocido en carne hueso, se negaba a abandonar el mundo de los humanos sin haberla estrechado entre sus brazos, de haber tocado sus labios y quizás poder saber incluso que ella era real.

Por alguna razón no la sentía dentro de sí, por alguna razón no podía encontrarla en su interior, ante la búsqueda incesante, ante el dolor presente de aquellos golpes, ella no venía a él como en incontables veces.

Levantar el rostro ensangrentado y sentir los gritos exigiendo que peleara una batalla la cual por primera vez no podía ganar —No, por favor... No me dejes, te necesito —dijo en un murmullo casi bajo sin importarle los golpes —Regresa a mí —repitió como si ella estuviese junto a él, acto que no pasó desapercibido por Cristiano, verlo murmurar indescifrables cosas.

¿Con quién habla? Preguntó Cristiano, pero la pregunta murió con el bullicio de la gente pidiendo más sangre.

Cómo intentar arrancarla de sus pensamientos si podía verla a cada momento, cada vez que cerraba los ojos la tenía junto a él, pero siempre desaparecía, siempre volvía al lugar donde provenía, su subconsciente, su corazón, al pasado, quizás un futuro, quizás a nada, pero esa noche todo era diferente, la sensación era clara, ella estaba cruzando el umbral de la muerte.

Inmóvil ante el bullicio de la gente gritando su nombre, los gritos desesperados de su amigo Rule, el joven moreno de ojos verdes le pedía a gritos luchar o o rendirse, nada de ello tenía sentido para Cristiano, el verlo allí sin rendirse, sin dejarse llevar por el dolor, arrodillado en medio del ring en espera de un golpe final, un golpe que marcaría sus victorias con una derrota y que le despojaría de sueños, de su libertad, de él siendo el vencedor.

Con años y años de victorias, sin derrotas, conocido como Kraken Crunch todo estaba llegando a su fin, y esa pelea era la excepción, era diferente, por algún motivo ese muchacho estaba débil, frágil, algo no estaba bien.

Cristiano se permitió cerrar los ojos, no podía ver el desenlace de esa escena sangrienta, no podía ver a ese joven rubio caer al suelo por ese golpe final y fatal que marcaría ambas vidas, a él con su muerte prematura, un joven con tanto talento y vida por delante y para sí mismo ver caer su boleto a una mejor vida, ese joven luchador se llevaría su oportunidad, su única y última oportunidad.

¡Por favor regresa! rogó una vez más en silencio, pero no era una súplica para sí mismo, estaba cruzando el umbral de la muerte, entre la puerta del final. De un momento a otro, pudo verla, estaba allí junto a él, perfecta con su vestido blanco y sus cabellos sueltos, su chica sin nombre lo había visitado, pudo incluso sentir la caricia de sus dedos sobre su rostro, era el bálsamo que necesitaba —Regresa... Pronto estaré contigo, debes hacerlo —Ella le vio con esos hermosos ojos pardos, dándole una sonrisa conocedora Por favor... No me dejes —suplicó en un grito ronco.

Deteniéndola al gritar su nombre, un nombre que jamás recordó en su momento, deteniéndola antes de que llegase a la cima del camino, los aromas eran indescifrables, las sensaciones indescriptibles, se sentía leve, dulce y libre, pero al escuchar su nombre, su nombre se sentía claramente en un dulce tono sobre esos labios secos, era agua calmando la sed, era fuego calentando su cuerpo, era vida llegando a su alma, era la fuerza que lo impulsaba en cada pelea —¡Regresa! Debes regresar —le gritó, viéndola detenerse y volviéndose —Te encontraré... Lo prometo, pero debes regresar —dijo con completa adoración, mostrándole quien era en verdad, se detuvo volviendo a nuestro mundo, un mundo que jamás nos perteneció.

Paralizado encima del ring, con una rodilla en el suelo y otra flexionada esperando que un fornido hombre de tez oscura le dé un gran golpe, el golpe final, rezó para que le reconociera, que viera su marca y se diera cuenta que era él quien le llamaba a la distancia.

No te rindas susurró ella desapareciendo, sintiendo aún tibia su mano sobre el magullado rostro, como también sentir el gran Nocaut que su oponente le dio, obligándole a cerrar los ojos, escupir su propia sangre y caer en medio del ring, por primera vez había perdido, pero se sentía satisfecho, ya que el sonido dulce de su nombre se sentía aun en sus labios, su caricia aún tibia en su rostro y su voz como un bálsamo curando sus heridas.

Quizás en ese momento fue que sus caminos se cruzaron, después de tantos años en medio de la oscuridad, ese joven muchacho tenía la oportunidad de poder encontrarla entre la niebla de su pasado y la luz de futuro.

La herencia maldita

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