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CAPÍTULO 10

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EL TÁRTARO

Un grito de dolor seguido de su nombre la despertó, Natle abrió los ojos y aun confundida trató de orientarse y saber dónde estaba, notando que no se había movido del lugar donde se quedó ayer por la tarde, se levantó adolorida y resignada a esa vida, arrastrando los pies hacia su cuarto de baño, sin importarle si estaba con la ropa puesta se metió a la ducha y se sentó un largo rato, dejando que el agua fría cubriera su cuerpo, si quería torturarse lo hacía de la manera más dura, y sobre todo estaba al borde de un colapso nervioso si es que su hermana Gabrielle no hubiese entrado en ese instante.

No ver a su hermana después del incidente de su abuelo era de suponerse, era la preferida, pero lo que más la desconcertó fue no ver a Joe caminando por la casa, supuso que estaban en su habitación, pero el silencio no era bueno y menos con una histérica Natle rompiendo y maldiciendo a medio mundo por la muerte de su abuelo, pero el recibir la llamada de Anne diciéndole que sus padres estaban en el hospital ya que la liberación del cuerpo sería inmediata debido a que fue una muerte natural, un paro cardiaco le arrebato la vida al alegre y compasivo Michael además de decir que Joe estaría eventualmente con ellas.

De pie frente a la puerta de su hermana, no supo si golpear o entrar, así que prefirió la segunda opción, abrió la puerta y entró, pero encontró la cama hecha y la habitación vacía, pegó su oído a la puerta del baño escuchando la ducha abierta, intentó tocar con sus nudillos, pero se arrepintió mordiendo su labio ante su nerviosismo, giró la perilla y abrió, dejando que la humedad del baño se disipara al entrar y ver a su hermana sentada en el suelo, con las rodillas recogidas, la cabeza gacha y bañándose con la ropa puesta era señal ya de locura, pura locura.

—¡Por Dios! —se arrodilló ante ella, abrazándola con fuerza, no le importó mojarse, fue la primera vez que le abrazo, la primera vez en la que Gabrielle no seguía fines mezquinos y egoístas —¡Natle! ¿Qué estás haciéndote?

—Es la primera vez que te importo —dijo en un leve sonido apenas audible.

—Puede que no sea la hermana del año, pero ambas hemos perdido a alguien —cerró la llave del agua.

—Nunca fuimos cercanas, por más que intentaba tenerte a mi lado, te alejabas, me odiabas, me odias.

—No te odio, solo te envidio. No puedo ser como tú, esperar lo que tú esperas, tú conquistaste a Joe y él me gusto a mi primero pero se fijó en ti, pero aun entre mi envidia, sé que en algún momento en la única que podre confiar será en ti.

—Sabes que siempre seré tu primera opción —Natle intentó reír, pero no pudo.

—Bueno, esto no quiere decir que a partir de ahora saldremos como grandes amigas, solo necesitamos apoyarnos en este momento y cuando esto termine te detestaré como siempre.

—Lo sé, claro que lo sé.

Las luces tenues de afuera entraban por la ventana, acorraladas, convertidas en enemigas desde muy jóvenes, buscaron peleas, discusiones, ambas no deseaban terminar así, pero sus instintos las hicieron pelear una contra otra.

Tuvieron opciones, pero aun así decidieron pelear, la adrenalina, las heridas que jamás se pudieron curar, ambas con promesas de ganar, pero ambas perdían al mismo tiempo que decidían luchar.

Miaka sabía la triste historia, la misma historia que se repetía una y otra vez, entre siglos, entre milenios convertidos en historias sangrientas de un pueblo que jamás conoció la verdad ni los hechos, mentiras sobre el inicio, sin saber que ocultaron más que un simple hecho de traición, al verlas juntas, supo que era tan momentáneo como esa devoción que Natle tenía por el muchacho, Miaka cerró los ojos, él solo había apresurado las cosas, dando un motivo a Natle en que pelear, dándole algo con que mitigar el dolor y aumentar la ira, pero jamás pensó que conseguiría su propia destrucción.

Estar listo era lo mejor, Jonathan había llamado a Joe pidiéndole ir por sus hijas, por un momento no deseo regresar a la casa, pero debía hacerlo, por más que deseaba darle espacio a Natle, algo complicaba las cosas y en un día cómo ese no podía permanecer lejos por más que lo intentara. Llegó a casa en su auto, estacionando y abriendo la puerta, pero como era de suponerse la estancia estaba vacía.

Miaka giró sobre sus patas y volvió hacia la sala solo para encontrar a Joe, al verle decidió evitar que suba, necesitaba que ambas tuvieran un tiempo de consuelo para seguir con el rumbo destinado desde hace mucho tiempo —¡Ella estará bien! Esta con Gabrielle, creo que han dejado de lado su rivalidad para poder apoyarse —exclamó el gato.

—Es lo mejor que puede hacer Gabrielle.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

—Magullado, adolorido. Pero como siempre sobreviviré —se encogió de hombros, llevando sus manos a los bolsillos de su pantalón, bajando la mirada y viendo sus pies calzados en zapatos italianos.

El bañarse con ropa no era su fuerte, así que se desvistió lentamente, dándose cuenta de los raspones por la caída, su llanto era silencioso, sus lágrimas invisibles, la desesperación trataba de sacarle de lugar, demoró casi media hora, sintiendo el frío del agua en la cabeza y su cuerpo.

Gabrielle trataba de recapacitar y recuperarse, preparó la ropa de su hermana, tomó su celular en manos y marcó el número de Philip, deseaba por un momento tenerlo cerca, no podía evitar sentir algo por él, aunque pensaba que solo era un sustituto ante el rechazo de Joe.

—¡Hola, Philip!

—¿¡Gabrielle!? —respondió detrás del teléfono ¿Qué necesitas?

—Necesito tu ayuda —fue la primera vez que Gabrielle lloró tanto y pidió ayuda.

—¿Qué sucedió? ¿Estás bien? —Su tono cambio preocupándose por ella.

—Por favor ven ¡Te necesito!

—Iré enseguida, lo más rápido posible, pero dime ¿Qué pasó?

—Mi abuelo... —se detuvo por unos segundos tratando de creer lo que diría —Falleció.

—¡Dios! —Se sorprendió quedando sin habla durante unos segundos, logrando reponerse a la respuesta de Gabrielle —¡Estaré allí en quince minutos!

—Está bien —y colgó, aunque trataba de ser fuerte y no sollozar, no pudo evitar derramar más lágrimas, mordiendo su mano para no hacer ruido.

El baño fue lento, tomó su vestido negro y chaqueta, vistiéndose, no sabían qué iba a pasar después, sus padres no llamaron, no avisaron nada, su vida estaba cambiando, habían dado un giro extraordinario era un mundo paralelo para todos, incluyendo para Natle, quien fue la más afectada tras la muerte de su abuelo.

Volviéndose hacia su propio reflejo, tocó el vidrio observándose a sí misma, no era nada de lo que solía ser hace tan pocas horas, trataba de encontrar un mundo paralelo, haciéndose preguntas tontas, además de imaginar cosas que no venían al caso, estaba sufriendo, estaba a punto de enloquecer.

Tomando una de las decisiones más fuertes y difíciles de su vida, buscar la manera de alejarse de Joe, de su familia y de esa vida tan miserable que me había tocado vivir. Hasta el punto de hablar sola por un momento frente al espejo que había junto a su ventana —Mi sangre, mi vida, cada gota de ellas. Le pertenece. Sé que regresará y por fin podrá destruirme. Mis miedos le alimentan, le dan más fuerza y el peor de mis miedos, el alimento que le podrá traer nuevamente a la vida será la muerte de Joe. Ya me ha quitado mis poderes, mi vida de ángel y mi familia, lo último que falta es Joe, él es el último en su lista, si no me alejo de él lo perderé como estoy perdiendo mi alma a pedazos.

Ambos, ángel y guardián esperaban que ambas muchachas bajaran, de un momento a otro el timbre de la puerta interrumpió sus pensamientos, Joe se volvió para ver al gato extrañado —¿Esperas a alguien?

—Como si conociera aquí a muchos ¡Solo abre la puerta! —el gato se levantó caminando por la casa, pasando por el pasillo observando a ambas hermanas observarse al espejo, quien diría que con la muerte de un ser querido una familia puede destruirse, puede derribarse, cayendo sin poder levantarse.

Era lo que yo sentía en ese momento, me hundía en un pozo sin tener salida, no encontraba la mano que me ayudaría a salir, un círculo vicioso de dolor y pena estaba rodeándome, por más que estaba rodeado de gente de mi especie, me sentía claustrofóbico de tan solo pensar que debía pasar allí una corta temporada, pero la sensación de vacío me dejó atormentado, sabía a ciencia exacta que ella estaba sufriendo, pero no sabía su motivo.

Miaka sabia las consecuencias que traería, recordando a su vez al abuelo era la persona más buena que encontró en su camino, era su mejor amigo, pero ese día él se había ido. Todo era tan lento en casa, todos estaban caminando lento, con miradas bajas y lágrimas derramadas, gargantas sin voz y cuerpos sin vida, ellos eran marionetas de la situación, controlados por los adultos quienes tenían otra percepción de su pena.

Apretó la mandíbula y se apresuró, nunca le había agradado ese gato atrevido y altanero, y el sentimiento era mutuo, Miaka solo pensaba que él era un instrumento del destino para llegar a un objetivo, mientras que Joe pensaba que Miaka era un tigre que solo se regía de normas y reglas antiguas para seguir un fin absurdo en una época distinta a la que el mismo vivió —¡Maldito gato! —Se acercó a la puerta principal, la abrió y jamás pensó ver a Philip de pie —¿Philip? ¿Qué haces aquí? —su rostro se desencajo por una cuestión de segundos, no era que odiara a Philip pero tras su confesión pasada, solo lograba verlo como una amenaza en su relación, si es que aún seguía en una relación con Natle.

—Gabrielle, me llamó —alargó su mano, estrechando la de Joe —Lo siento en verdad —se dieron un abrazo, palmeando sus espaldas.

—No pensamos que esto sucedería. No sabía que estaba incluso enfermo.

—¡Dios! —Aspiró una gran bocanada de aire —Natle debe estar destrozada, ella siempre pasaba tiempo con sus abuelos.

Joe de pronto se sintió celoso, sabía muy bien que Philip tuvo un corto enamoramiento por Natle hasta que las cosas se salieron de control hace años con la muerte de Ethan —Sí… Mi novia está sumamente destrozada, necesitará mucho apoyo en esta fase escolar.

—Lo bueno es que tiene amigos con quien podrá hablar.

—Mientras me tenga a mí a su lado, creo que eso bastara —fue directo, no le agrada la actitud de Philip con Natle y mucho menos cuando Gabrielle había sido quien lo había invitado, pero era de suponer que lo había hecho con doble intensión, molestarlo.

—¡Joe! Yo solo te pido que... —guardo silenció al ver a Gabrielle bajar por las escaleras, prácticamente se hecho a sus brazos, llorando desconsoladamente la pérdida de su abuelo.

Miaka saltó a la cama de Natle, quien aún se veía al espejo, ojos rojos y llorosos, mejillas pálidas y la boca seca, todo había sido borrado en un abrir y cerrar de ojos —¡Cariño! Creo que deberías bajar, Joe ya está abajo, con Philip y Gabrielle.

—Gabrielle solo quiso molestar a Joe esta tarde —negó con la cabeza y cerró momentáneamente los ojos, no sabía en qué pensaba su hermana.

—No es de suponer que Joe no puede a Philip, bueno mi sentimiento hacia él también es recíproco.

—Para ti siempre todo será reciproco —Natle no escuchó las críticas y comentarios, giró sobre sus talones y bajó reuniéndose con las visitas, tomando la barandilla con máximo esfuerzo, vacilando por un momento si era necesario bajar, pero entonces Joe levantó la vista y la vio.

—¡Natle! —Fue hacia ella, extendiendo su mano para ayudarle a bajar, estrechándola entre sus brazos y susurrándole al oído —Está bien. Lo prometo, estarás bien.

Ella no contesto, solo hizo un esfuerzo para poder apartarlo sin que los presentes se dieran cuenta del desaire, Joe murmuró para su adentros una violenta imprecación, al mismo tiempo que su móvil sonaba dentro de su bolsillo de la chaqueta, sacándolo, contestó, solo para recibir indicaciones.

—No se preocupen —Natle logró escuchar —Yo les diré —sin más colgó, volviendo a guardar el móvil en su bolsillo.

—¿Quién es? —Preguntó ella —¿Cambiaste de móvil?

—Tus padres, quieren que les llevemos al West Laurel Hill Cemetery, ¡Allí estarán! bajó la vista al móvil y trató de no sonreír ante la ironía Sí, es nuevo.

—No te importa si yo llevo a Gabrielle —exclamó Philip.

—¡Claro! No hay problema —Joe tomó uno de los abrigos y lo llevó a la espalda de su novia, estaba tratándole como a una niña, una imposibilitada y torpe niña y eso la enfurecía.

Ambos muchachos escoltaron a las jovencitas hacia sus autos, pero Natle sabía que Joe solo deseaba tiempo para darle un sermón, para hablarle de que las cosas pasaban por algo, él no tenía ni la mínima idea de sus temores, solo trataba de parecer pragmático más no deducía las distintas posibilidades que el inframundo tenía en sus planes.

Tomando los paraguas, salieron resguardándose en la comodidad de los autos, el Aston Martín blanco de Joe estaba estacionado en la acera de enfrente, así que pisar la delgada capa de hielo formado en la pista no era una opción muy buena para Natle, así que olvidándose de sus magulladuras, le asió la cintura pegándola a su cuerpo, evitando que cayera.

—Creo que puedo caminar yo sola —inquirió desdeñosa.

Joe vio como Philip cerraba la puerta del copiloto con Gabrielle ya dentro, no dijo nada esos segundos hasta que vio a Philip alejarse —Por favor Natle, no hagamos una escena.

—Estas tratándome como una imposibilitada, torpe e idiota —le reclamó gesticulando con la mano libre.

Joe se pasó una mano por los cabellos, estaba agotándose su paciencia y compostura —¡Por el amor de Dios! Si eso es lo que demostraste ser ayer cuando pusiste en riesgo tu vida y la de otros —le gritó —Te expusiste, me expusiste, sabes cuánto riesgo hay en ello.

—Nadie te pidió ayuda.

Con un gesto despreciativo y desdeñoso le ordenó —Solo sube al auto.

—Preferiría irme en taxi —sus ojos pardos expresaron más que enfado.

Joe harto de su comportamiento le asió el brazo con rudeza, abrió la puerta del copiloto obligándole a entrar sin ningún miramiento —Si buscas una pelea en medio de esta situación, te equivocas si piensas por un momento que caeré en la treta más vieja que han utilizado las mujeres en el mundo.

—Recuérdalo Joe, no tengo tanta experiencia en mujeres como tú —confirmó con amargura, entrando al auto.

—Más vale que cierres la boca, Natle. Estas agotándome —cerró su puerta con un portazo que solo hizo estremecer a la joven pasajera.

Corrió bajo la lluvia, guardando el paraguas y tomando su lugar en el volante, encendió el motor, pero el silencio, la evasión y el rechazo de Natle estaba haciéndole perder absolutamente la compostura, sin poder controlarse más, golpeó el volante con fuerza, mientras que su expresión era impenetrable —¡Maldición, Natle! ¿Qué quieres de mí? —gritó rígido de la furia ¿Qué mierda quieres?

—No es el momento ni el lugar para hablar de ello —se negó a decir más.

Cerró los ojos por un instante, echó la cabeza hacia atrás, con la mandíbula tensa y sobre todo el cuerpo en ebullición —Trato, solo trato de ayudar en un momento como este —volvió el rostro lanzándole una mirada llena de dureza.

—No me mires así Joe. Con esa expresión confundida —intentó alejar las lágrimas.

—¡Vamos Natle! Eres mejor que esto —gesticuló con las manos —Eres mejor que esto, te conozco a la perfección y el patético rol de chiquilla berrinchuda no te queda.

—Pues te equivocas Joe. No te conozco del todo, ambos somos desconocidos —volvió el rostro hacia la ventanilla parpadeando resuelta a ahuyentar las lágrimas, sentía el dolor que le ocasionaba, pero debía alejarse por su bien —Podemos irnos ya. El clima empeorará.

—Claro. Tu única preocupación es el clima —hizo los cambios, retrocedió y piso el acelerador.

Natle sintió nuevamente esa sensación en su interior, cerró los ojos tratando de detener el tiempo, pero cuando los volvió a abrir, sus ojos habían hecho el cambio nuevamente, formó puños con sus manos, clavando sus uñas en sus palmas, sintiendo como la carne era cortada ante la fuerza de su agarre, necesitaba controlarse, regresar al pasado, corregir errores y poder elegir qué vida llevar y evitar la cruel matanza que sus ojos y corazón miraba y presagiaban, pero solo lograba tener náuseas ante los recuerdos, sabía perfectamente que la muerte de su abuelo no fue algo circunstancial, más bien era la premeditación de un demonio que obtener el poder que supuestamente ella resguardaba como protectora de un legado antiguo, pero no, estaba equivocado, ella no tenía el poder, era una simple chica, con los dones de sus padres, pero nada más eso, no había poderes extra, no había secretos.

Las luces traseras de Joe como consecuencia se reventaron, pero ante la velocidad del auto, Joe no pudo sentir la explosión y ver como los vidrios corrían suspendidos por el aire, cuando sintió un pequeño desfogue de su poder, sus ojos volvieron a ser pardos y no ese color brillante y sombrío.

Miaka guardó silencio ante la pieza faltante, sabía muy bien que si Natle se enteraba, le echaría la culpa, ya que había arriesgado la vida de un pobre viejo que nada tenía que ver en una guerra ficticia para el mundo, pero una guerra de siglos en un mundo destruido.

Michel se culpó de aquella muerte, odiando cada capítulo en el que las cosas salían de control por una sola persona, por Natle, canalizó su ira, su enojo, su frustración en la joven, lamentando haberla encontrado hace años atrás. Se les advirtió de peligros, de muertes inminentes, de sucesos que ni el hombre podía parar, ella acepto por tener hijas, acepto sin saber en qué se metía, pero entendió que su elección le estaba pasando una factura demasiado alta.

El camino fue corto a comparación de las demás rutas a las cuales estaba acostumbrada, pudiendo ver a lo lejos la gran torre de la iglesia que llevaba por un gran camino a varias tumbas, entre ángeles e imágenes santas, trataba de no mirar más.

Philip había llegado minutos antes, mientras que Joe, buscó un lugar para poder aparcar, apagó el motor, pero mantuvo la puerta cerrada, suspiró ante su amargura e inseguridad, volviéndose hacia Natle, quien aún estaba inerte mirando por la ventanilla —¡Natle! —le habló.

—¿¡Qué!? —inquirió ella sin volverse.

—¡Mírame! —Ordenó al recordar el color de sus ojos horas atrás, ella lo hizo, observando aquellos ojos azules que tanto amo —Lo siento, amor. En verdad, siento ser duro contigo, es que no puedo controlarme últimamente —Natle quiso apartar el rostro, pero no se lo permitió, sintiendo el cálido roce de sus dedos tomar su mentón, obligándola a girar.

—¿Qué quieres Joe? —preguntó en tono dolido.

—Sé lo mucho que te duele, sé que fui duro en tratar de decirte las cosas que suceden, pero no puedo permitir que te alejes de mí. Por el simple hecho que no solo es un estúpido enamoramiento de colegio ¡Te amo, Natle! Yo, te amo con tanta fuerza que duele. Te protegeré, cueste lo que cueste.

—¿Por qué estás haciéndome esto Joe? — preguntó con voz rota por las lágrimas.

Sin poder aguantar más, tomó su rostro entre sus manos, enjugando sus lágrimas con sus pulgares —Lo lamento. Lo lamento, sé que este no es el mejor momento para decirte lo que siento, pero debo decirlo porque lo siento muy adentro —se llevó una mano al pecho —Siento aquí adentro que te perderé después de hoy y eso me enloquece, me enloquece.

—No puedes perder nada Joe.

—Te suplicó que no digas que no puedo perder algo que jamás tuve. Sí te tuve, te tengo y no dejaré ni que Philip, ni que otro imbécil, sea humano o demonio, sea un ángel o un maldito troll, no permitiré que te arranquen de mi lado.

Abriendo los ojos ante aquella confesión, supo de qué se trataba, estaba celoso, sonrió ante aquel juego de niños en el cual Gabrielle se basaba, ya que Joe había caído en la estúpida trampa —¡Eres increíble! Entonces se trata de eso, de Philip —dijo con vehemencia —¿Por Philip?

—¡No! ¿Qué? ¡No! Claro que no, solo te digo, solo digo que no me separan de ti ¡Entendiste!

—Solo entiendo que tratas de retenerme a tu lado cuando yo ya no sé lo que siento.

—Tú me amas Natle. Sé que me amas.

—¿Estás seguro de ello? —lo contradijo.

—No seas cruel —le rogó —Sé que quieres herir a las personas que amas por miedo.

—Y tú no seas un completo engreído —trató de abrir la puerta, pero no se pudo —Por favor abre la puerta.

—¡Natle!

¡JOE! ABRE.LA.JODIDA.PUERTA de una buena vez —gritó al borde de la histeria, él no hizo más que abrir la puerta, tomar el paraguas, salir y escoltarla hasta el interior de la iglesia.

Con la cabeza gacha, caminó a lado de Joe, sin mirarlo, sin decir más palabras que lastimaban a ambos, pero era testarudo, tomó su mano entre la suya, ayudándola a caminar y aguantar las miradas de compasión de los demás.

Natle quiso por un momento soltarse, pero su mirada chocó con el féretro de su abuelo, obligándola a apretar aún más la mano de Joe, vio a Gabrielle sollozar en el hombro de Philip, cosa que era normal para ella, su hermana siempre quiso ser el centro de atención en todo, desde los chicos hasta sus padres, desde amistades a supuestos conocidos.

Entonces comprendió que era ella la que no encajaba en esa familia, era el patito feo de la familia, la que siempre se metía en problemas o traía problemas.

Joe la sintió tensarse, así que apretó su agarre, sabiendo que posiblemente ella deseaba escapar y no ver ese ataúd frente a ella.

Familia, amigos, conocidos, socios y compañeros de trabajo de ambos padres y abuelos, pero la sala se sentía vacía, Natle cerró los ojos, siendo guiada por su acompañante, quien la posicionó en una de las baquetas de adelante junto a la familia.

Como podía olvidar los momentos más divertidos, las bromas, las quejas y sobre todo las llamadas de atención que solo llevaban al helado más delicioso en su compañía, su abuelo le enseñó todo lo que sabía de la vida humana, desde un juego de damas, póker, ventajas y desventajas y sobre todo como poder ser feliz.

Deseó que fuese un sueño, un mal sueño, pero al volver a abrir los ojos, lo único que encontró fue un féretro de madera, pulido, brillante, con palabras vacías de un recordatorio perdido, mientras que las palabras de Hadeo aun surgían en su mente.

—Tu sangre, tu vida, cada gota de ellas... Me pertenece... Sé que regresare y por fin podre destruirte querida mía... Tus miedos son tus peores enemigos, el miedo de perder a este muchacho por el cual has dado tu vida, será tu perdición. Sé que quedare en ti, ¡Sufrirás!, perderás tus poderes, perderás tu vida de ángel y yo regresare a ti por ti, pero antes matare a todo aquel ser que ames... Eso no podrás evitarlo.

Jamás podré evitarlo murmuró con el mentón tembloroso y las lágrimas surcando sus pálidas mejillas.

Quiso irse de allí, no podía soportar la tan sola idea de dejar atrás a un miembro de su familia, pero no lo consiguió más que solo un fuerte apretón de mano de Joe.

La herencia maldita

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