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CAPÍTULO 2:

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EL CONTRATO

¿Cuánta puede ser la desesperación de un hombre?

Perderlo todo en un par de segundos, desencadenar su locura en minutos, actos que pueden cometerse en segundos sin vuelta atrás y para Cristiano Pschillzer ese pequeño acto de locura podía arrebatarle la vida y con ello darle la paz que tanto necesitaba, la paz que perdió tras la muerte de esposa Rose.

Tragando sus lágrimas, se pasó la mano por la mata de cabellos negros mojados ante el incesante sudor, su mirada había perdido el brillo del mediterráneo, había perdido el brillo de una vida llena de lujos, tenía miedo. Mordió sus gruesos labios, secos, tan secos que ni una bebida fuerte podía calmar su incesante malestar, ya no era el mismo, sus años de vanagloria habían acabado cuando sus negocios de tráfico fueron expuestos, ser un político inmaculado había llegado a su fin, inundado en deudas, en negocios con la mafia le habían traído ya la factura ante el poder obtenido y con ello debía pagar con su vida, condenando su alma.

Pegó los codos sobre su escritorio, dejando caer su cabeza sobre sus manos, no tenía ánimo para poder contemplar el crepúsculo matutino Te falle murmuró, tomando entre sus manos el retrato de su amada Rose, su deseada y hermosa esposa que por cuestiones del destino murió al dar a luz a un niño ya muerto. Tomó la copa de whisky, bebiendo todo su contenido en un solo trago, algo inevitable era ya rendir cuentas a la justicia.

Los primeros rayos de luz iluminaron su mirada brillante, había perdido, había decepcionado a su esposa desde un inicio, pero tenía la opción de poner fin a su martirio. Leyó una vez más los documentos que acreditaban sus tratos y contratos, las pruebas de su traición, las pruebas que lo hundirían a un calabozo por el resto de su vida, era su perdición, faltaba muy poco para que sus sueños de un imperio y de herencia de corrupción cayeran sobre él convirtiéndose en una maldición. No había solución a su gran tragedia, no tenía más familia.

Elevó el rostro hacia el techo, cerró los ojos e inhalo aire, juró con un aspaviento el ruidoso sonido de las sirenas de la justicia viniendo por él, dejó la foto en su lugar, extendió su mano hacia el arma que yacía encima de su mesa, armándose de valor la sostuvo entre sus dedos, dándose unos minutos para contemplar la fotografía de su esposa, estudió sus facciones, belleza que creía olvidad y escondida en lo más recóndito de su mente, soltando el aire contenido por sus pulmones, un fino brillo cubrió su frente y su labio inferior, la decisión estaba tomada.

Sosteniéndola con fuerza, nervioso por la decisión y entre susurros logró nombrar al ser que más amó más allá que su propia vida ¡Mi amada Rose! Pronto estaré contigo sin titubear llevó el cañón a su sien, respiro hondo y cerró los ojos, mientras que sus lágrimas surcaron sus mejillas, su dedo jalo el gatillo y el estridente e inconfundible sonido de la bala deslizándose de la recamara retumbo en los pasillos de la casa, de la fría y vacía casa.

Fue el final de un cuento aterrador, el final de un martirio, el final para un hombre destrozado ante la perdida y la avaricia, pero que equivocado estaba, el mal que yacía oculto entre sus muros surgió de las sombras, acariciando su rostro, lo que parecía la típica escena de un suicidio comenzó a retroceder, rebobinar la cinta de una película, de un video casero, solo que en este caso, el mundo de los infiernos le brindaría una oportunidad más ante sus propósitos mezquinos, tener un aliado poderoso para la destrucción del último clan de ángeles y con ello por fin obtener el poder de Dios.

Cristiano abrió los ojos y observó a su alrededor, tragó saliva ruidosamente ante el acontecimiento, recordaba a la perfección ver su arma en su sien y luego la oscuridad sin dolor alguno, llevó sus manos a su rostro intentando buscar alguna señal de sangre, algún rastro de la bala o la pólvora impregnada en sus dedos incluso, pero nada, absolutamente nada. Se levantó con una explosión de movimiento de su otomana, intentando ver en algún rincón de su estudio la broma realizada, incluso pensó que todo fue Déjà vu, pero estaba completamente equivocado, le habían dado una nueva oportunidad.

Tuviste las agallas una voz masculina retumbó en la habitación, obligado a Cristiano a buscar desesperado el origen de la voz, pero estaba solo.

Estoy loco murmuró Estoy loco repitió.

No lo estás respondió una vez más.

Cristiano dio un respingo, buscando su origen, de la nada pudo ver una sombra y luego a un hombre sentado plácidamente en sillón. Tragó saliva, incluso intentó ver las salidas más próximas, pero era imposible, si escapaba nadie creería su versión, nadie creería que veía a un fantasma.

No intentes ver una escapatoria respondió Piora mostrándose por fin, dejando de lado los juegos previos de su macabro plan Me da gusto verle señor Pschillzer, veo que tiene agallas para acabar con su vida sin titubeo soltó una carcajada ronca y estridente, ser sutil no era su fuerte Aunque su debilidad por el dinero dice todo, los humanos tienden a mostrarse fuertes pero son débiles por algo o alguien en su caso.

¿Quién es usted? vio como Piora no intentaba hacer esfuerzo alguno por levantarse.

El hombre que te salvó de la ruina y de la cárcel, y con ello deberás servirme… Nunca es fácil conseguir lacayos humanos y menos cuando se les trae de la muerte.

No fue un sueño, fue real, el disparo que me di —estaba totalmente paranoico Fue real… Fue real —repetía una y otra vez.

Tú te diste el disparo, pero yo te devolví la vida, no desperdicies tu nueva oportunidad, la única que tendrás.

¿Qué es lo que buscas? preguntó con la garganta a punto de cerrarse ante el pánico.

Busca al último de su especie, al último ser que tiene la fuerza para destruir al poder más fuerte del universo.

No sé qué me pides.

Te pido a un Ángel y demonio, te pido al último en su especie, al último cruce entre mundos.

¿Cómo saber que esto no es un mal sueño? inquirió intentando retroceder, pero el poco espacio que tenía no le permitía dar un paso más.

Por la única razón que en la otra habitación encontraras a tu esposa Rose.

Cristiano en un momento no pudo dar crédito a lo que sus ojos veían o lo que sus oídos escuchaban pero la connotación oscura de ese hombre le daba la certeza que no era de un mundo conocido por humanos.

Encuentra a este joven para mí y tu futuro estará asegurado, no lo repetiré dos veces, encuéntralo, su nombre es Oriholp.

Pero… ¿Dónde lo encontraré?

Será tu tarea, sino no te hubiese buscado, a un estúpido humano, quiero al chico, dale una vida de humano, enséñale modales, todo lo que implique en tu sociedad, pero por favor no le enseñes cosas cursis sobre el amor recalcó —Él no debe aprender sus cursis sentimentalismos mortales.

Pero… ¿Cómo voy a hacerlo? No sé quién es o más bien ¿Qué es? —preguntó temeroso.

—Tienes una semana, una semana antes que todo lo que viste hoy desaparezca y vuelvas a darte una vez más el disparo en la sien —le recalcó el maligno para luego desaparecer.

Cristiano no tenía ni idea de lo que ese ente buscaba, pero no importó en su momento, corrió por los pasillos, escaleras arriba abrió la puerta de la única habitación en donde su esposa podría estar en esas horas. Por un instante titubeo, el tener que sostener a perilla para poder abrir la puerta fue lo único que le impedía ver la verdad, apretándola contra su mano, giró la perilla y abrió la puerta, encontrando a la mujer que más amo con vida.

Los rayos del sol iluminaron su mirada, mostrando el brillante rastro de sus lágrimas.

Estaba viva y con ello el precio para mantenerla viva ya estaba dado.

La herencia maldita

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