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CAPÍTULO 4:

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La lucha había terminado, el único inconveniente era que no sabía el cómo había llegado a una cama suave, podía sentir su espalda sobre un cómodo y suave colchón, sus manos se cerraron en puños sobre lo que vendrían a ser sábanas, unas sábanas que en su vida podía pagar, parecían seda, incluso no tenía la menor idea de cómo se sentía la seda.

La lucha había terminado, quizás hace horas, pero con el gran golpe que se llevó en la cara y la cabeza al caer le hizo perder la noción del tiempo y espacio, y de seguro estaba alucinando, cómo entre esos sueños locos verse en una suite de miles de dólares, incluso se permitió burlarse de sí mismo ante ese sueño.

No tenía ni la remota idea de cómo es que llegó a ese lugar, pero estaba 100 % seguro que todo ello era tan real como el dolor que cubría casi todo su cuerpo. Incluso se permitió pensar que su amigo Rule había hecho un acto de magia al llevarlo a la suite del Four Season de la ciudad, nada comparado con el duro colchón en el que solía dormir, quizás su amigo al verlo sangrando y casi muerto se apiado de su situación dándole aunque sea un sueño de calidad ese día, había conseguido algo para que la dura cama que le acompañaba cada noche fuera reemplazada por una tan suave que podía quedarse allí por algunos días sin temor a levantarme.

Abrió los ojos muy lentamente, intentando adaptarse a la luz de las inmensas arañas de cristal, pero se obligó a entrecerrar los ojos ante el brusco cambio y repentina luz, cayendo entonces en cuentas, no estaba en su cama, no era un sueño y el dolor de su cuerpo era tan real como el estar allí plácidamente en una cama de miles de dólares.

Permitiéndose erguirse de la cama con cuidado, notó que no tenía las zapatillas, más solo estaba recostado en la cama con sus bóxers, levantó el rostro y estudió el techo, estudio las paredes y las decoraciones para nada sencillas, la habitación estaba decorada con muebles caros de caoba importada, las paredes tapizadas con colores perla y dorados, la cama era King Size y las sábanas de seda color café, admiró su cuerpo y pudo visualizar el gran hematoma del tamaño de un gran puño sobre su costado derecho, un golpe que lo incapacitaría algunas temporadas de lucha —¡Carajo! —maldijo en voz baja al sentir su piel tensarse alrededor de la herida, dándose cuenta que ni el hielo podría calmar ese dolor punzante, incluso podía tener algunas costillas fracturadas.

Sin poder soportar más el dolor monumental de cabeza, llevó su mano hacia la frente intentando apretar la zona afectada, sintiéndose pesado y molesto supo que una ducha podría calmar su malestar, y tomarla sin problema alguno si es que esa suite era relativamente suya y no lo culpaban de allanamiento u usurpación.

En un intento de levantarse, soltó un quejido de dolor, el tener que doblar su espalda le obligó a sentir menos dolor comparado con el de la cabeza, mordió el interior de su mejilla para evitar soltar más quejidos, pisó el suelo extrañamente afelpado y caminó a pasos lentos hacia la puerta que supuestamente podría ser el baño, y no estaba equivocado, al abrir la puerta se topó con una gran ducha, toallas blancas por doquier exquisitamente ordenadas, y un espejo que podía mostrarle sin miedo alguno sus hematomas recientemente adquiridos.

Intentado erguirse aulló de dolor, obligando a su cuerpo a tensarse una vez más, se apoyó en el lavado, ya que sus piernas comenzaron a flaquear, levantó el rostro y pudo admirarse en el espejo, su figura desalineada, su rostro ensangrentado, su labio partido, un ojo morado y alguno que otro hematoma en todo el cuerpo, además de los cabellos endurecidos por su propia sangre y sudor, teñidos casi de oscuro ante la mugre del polvo y la suciedad de la pelea.

Se llevó ambas manos al rostro, sentirse relajado no era lo suyo, pero en ese instante sin saber dónde diablos estaba, relajarse no era una opción, se volvió hacia la ducha, intentó no estirar sus músculos, así que llevó una de sus manos hacia su lado derecho, apretándolo para poder así alcanzar la llave de la ducha, abriéndola y dejando que el agua saliera, probó la temperatura del agua con su mano, se despojó de manera lenta de sus bóxer y entró, dejando que sus músculos no se tensaran ante la temperatura del agua, necesitaba esa ducha, necesitaba que el dolor pasara.

Dejando que el agua caliente queme cada parte de su cuerpo, cada músculo adolorido por esa lucha, apegando sus manos al azulejo, dejó caer su cabeza sobre sus hombros, permitiendo que el agua fluya, cerró los ojos y se permitió por una fracción de segundo pensar en ella, tenerla allí con él ya que de alguna forma esa noche era especial, no todos los días podía disfrutar de una paliza monumental, de verla a su lado y tener una suite a su disposición.

Sus cabellos castaños, sus ojos pardos, su boca rosada, era la misma chica sin nombre que martirizaba cada sueño, no importaba a qué hora del día o de la noche, pero esa visión de ella había sido diferente, se estaba convirtiendo en su obsesión, pero lamentablemente no podía salir de esa vida. Amargo con aquella situación desesperante, llevó sus manos hacia su rostro peinando sus cabellos mojados hacia atrás, tomó uno de los jabones de tocador quitándose las manchas de sangre, polvo y sudor de la piel, sintiendo el aroma a menta y madera, de alguna forma pensar en esa chica siempre lograba sacarlo de sus casillas ya que era ilógico pensar y estar enamorado de un fantasma, de una visión de un sueño.

Aquella chica le daba la fuerza en cada pelea, le daba un inició a algo, pero jamás le daba un final completo de su vida, vivía por vivir, respiraba porque simplemente lo necesitaba y tenía corazón pero este dejó de sentir desde hace mucho tiempo.

La herencia maldita

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