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ANALÍZAME OTRA VEZ
ОглавлениеUna de las lecciones que más útiles nos resultó durante el desarrollo de nuestro primer estudio de cáncer de mama y pesticidas tuvo que ver con un cambio de perspectiva respecto a cómo se produce la exposición humana a contaminantes ambientales y qué podemos encontrar en el tejido mamario de las pacientes incluidas en el estudio.
Aunque, antes de llegar a este punto, quizá lo mejor sea comenzar este epígrafe explicando cómo obtenemos las muestras y cuál es nuestra relación con las valientes pacientes que participan en nuestros estudios.
A lo largo de estos últimos años, hemos tenido ocasión de analizar y reanalizar los residuos de decenas de compuestos químicos localizados en el tejido mamario de las enfermas reclutadas en nuestro trabajo, cuyas muestras biológicas se han guardado cuidadosamente en los repositorios que conocemos como «biobancos».
Es interesante reseñar que las pacientes sufrieron extirpaciones mamarias amplias —muy comunes a principio de los años noventa—, por lo que el tejido recogido y conservado en el biobanco ha sido más que suficiente para repetir una y otra vez nuevos análisis destinados a identificar los distintos residuos químicos. Hoy en día, después de más de diez años publicando en revistas científicas estos resultados, podemos afirmar que en la grasa y en el tejido mamario de nuestras pacientes se han hallado diversos niveles de:
17 pesticidas organoclorados.
37 bifenilos policlorados.
10 bifenilos policlorados hidroxilados y dioxin-like.
15 dioxinas y furanos.
8 bifenilos polibromados.
11 esteres de bifenilos polibromados.
2 alquilfenoles.
6 derivados fenólicos.
4 parabenos.
y, por último, un sinfín de metales pesados.
El estudio de cáncer de mama y otros similares de nuestro grupo se realiza empleando muestras de tejido mamario de pacientes que deben someterse a una intervención quirúrgica programada y que, generosamente, nos lo donan, en la mayor parte de las ocasiones a los pocos días de saberse portadoras de un cáncer de mama. Nunca podré agradecer lo suficiente a estas mujeres su generosidad y su valentía, así como al personal de enfermería que obtiene su consentimiento. La verdad es que debería de estar acostumbrado, porque, he de decirlo, que accedan a la donación es lo más habitual. De hecho, no podría relatar un solo caso en más de cuarenta años de ejercicio de la medicina en que una paciente (o sus padres y madres) hayan puesto algún impedimento para ceder un poco de su orina, su sangre, su placenta o su mama para nuestras investigaciones. «Como usted diga, si esto va a beneficiar a alguien con más suerte que yo, hágalo» es una de las respuestas más comunes. Constituye una prueba contundente de por qué nuestro país ocupa la primera posición mundial en donaciones de órganos.
Pues bien, gracias a estas muestras, nuestro esfuerzo por descubrir todo lo relacionado con la impregnación humana por contaminantes ambientales nos ha conducido a formular una tesis que defendemos en todos los foros en que tenemos voz: en la mayoría de las ocasiones, no es una sustancia química en particular la responsable de la enfermedad, sino el efecto combinado de todas ellas.
¿En qué nos basamos para afirmar esto?
En que todas las enfermas incluidas en nuestro estudio del cáncer de mama presentan en su tejido graso mamario un surtido de unas cuantas decenas de residuos químicos entre los que se encuentran pesticidas, retardadores de la llama, contaminantes industriales y de incineradoras, además de otros solventes y compuestos de difícil origen y filiación.
Hoy en día, con estos datos, a aquellos que pomposamente concluyeron años atrás, después de arduos y costosos estudios, que el residuo del pesticida DDT no era causa de cáncer de mama, le respondemos que su aproximación ingenua y reduccionista «un compuesto químico → una enfermedad» es insostenible, tendenciosa y abiertamente malintencionada.
Por nuestra parte, hemos continuado tozudamente compartiendo nuestro almacén de grasa mamaria con todo aquel que dispone de la tecnología necesaria para rastrear nuevos residuos de distintos compuestos químicos. De esta manera, hemos construido una base de datos extensísima en la que cada paciente es identificada por un cóctel de los más variopintos contaminantes químicos. Con estas listas nos hemos paseado por infinidad de foros científicos tratando de convencer a nuestros colegas de que, en el caso particular de los disruptores endocrinos, ocurre como en la obra de Lope de Vega, cuando el poeta dice que los vecinos de Fuenteovejuna, «todos a una», fueron los que causaron el daño, aunque no seamos capaces de señalar quién de entre ellos es más culpable.