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Márgenes y espacios de sociabilidad: locus de los refugios afectivos

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En los relatos de los jóvenes el afuera y el adentro barrial no sólo se constituyen en fronteras efectivas, sino también en guías de sentido que permiten dar cuenta de valores asociados a cada espacio y a sus formas de ser habitado. El afuera se valora por sus formas de sociabilidad y por ciertos estereotipos de género asociados a ese escenario. Al respecto Dora relata cómo conoció a su novio y qué rasgos le parecieron a él valorables en ella: “Las chicas de tu edad andaban de joda, o se quedaban embarazadas. Vos no sos como las chicas de acá, vos pensás otra cosa, eso es lo que me gusta de vos”. El padre de Dora también le señalaba su preferencia por amistades que estén por fuera del barrio, y el hecho de que su novio fuera del barrio era algo que constituía una fuente de discusión entre padre e hija. Si el horizonte de pareja no traspasa los límites barriales de forma efectiva, sí lo hacen los ideales deseados.

Las relaciones conyugales, como una de las formas de vínculos que estuvimos analizando, configuran aspectos cotidianos de la vida de los entrevistados, incluso aspectos que remiten a la espacialidad, es decir, a los ámbitos sociales donde las personas interactúan. Esta conexión entre las relaciones afectivas y la espacialidad puede ser analizada desde dos perspectivas íntimamente implicadas: por un lado, las formas de vincularse entre las parejas configuran ámbitos específicos o privilegiados para cada miembro; por otro, los espacios de sociabilidad donde las personas interactúan en función de géneros distintos poseen características con evidente predominio y exclusividad para cada uno de ellos (De Barbieri, 1993). En efecto, síntesis de estas posturas son los análisis que parten de una perspectiva de género. Las diferencias de género, las construcciones socioculturales que establecen normatividades dicotómicas entre los sexos, disponen una división de esferas entre lo público y lo privado donde estas instancias espaciales y relacionales se corresponden con conductas y disposiciones esperadas según lo masculino y lo femenino (Lamas, 1996). Desde esta posición, la naturalización de las desigualdades entre los sexos conlleva la delimitación de lo público y lo privado y los valores asociados a dicha división de esferas. En contextos socioculturales donde prima la regla heteronormativa,8 lo privado es el lugar de los afectos y de la intimidad, lugar privilegiado de lo femenino, mientras que en lo público, vinculado a lo social como contraposición a lo íntimo, habitan valores relacionados a la eficacia y la productividad, asociados a lo masculino (Lamas, 1996; Fernández, 1994; Jones, Figari y Barrón López, 2012). De tal forma, quedan instituidos escenarios contrapuestos en una lógica dicotómica, que en ocasiones alimenta debates en torno a lo tradicional o lo moderno de las formas vinculares y de los supuestos morales que las sustentan.

Nuestros hallazgos nos muestran una complejidad de situaciones que desbordan los planteos que parten de supuestos anclados en la díada tradicional/modernidad. Con relación a la configuración de lo masculino y lo femenino, retomamos dos aspectos de un mismo fenómeno que ya hemos analizado previamente: en contextos de privatización de los cuidados se produce una expansión de la intimidad donde se observan desplazamientos de incumbencias entre lo tradicionalmente entendido como íntimo/social o privado/público. En escenarios como los descriptos, estas distinciones conceptuales pierden algo de su poder explicativo, ya que parte del andamiaje institucional que sostenía las distinciones entre aspectos privados y públicos se ha desarticulado, dando lugar a otras formas de intervención institucional por fuera de esta lógica.

Al analizar las variantes de cuidado y protección mostramos cómo las figuras de protector/protectora emergían como variantes de cuidado sostenidas en el ideal protector. En el caso del hombre protector, se conjugan determinados aspectos que tienen como centro la garantía de seguridad, de estabilidad y de presencia estoica. Señalamos al respecto algunos ejemplos en nuestras entrevistas de cómo esta figura del hombre protector se manifiesta en los relatos de los jóvenes varones; dimos el ejemplo del “buen partido”. En este sentido, el ideal del cónyuge protector es un verdadero imperativo normativo que se expone en las biografías de los jóvenes. sobre todo por las imposibilidades de asumir los mandatos que el rol/figura conlleva. Por su parte, la figura de la mujer protectora la describimos en su rol de madre y cuidadora, aquella que por amor se rescata y permite el rescate. Su protección se encuentra primordialmente dada por ser un ancla existencial para el otro, un refugio, al mismo tiempo que el otro permite la construcción de ese soporte. Sin embargo, y a pesar de que las figuras del protector/protectora encuentran sustento en el mismo ideal conyugal, su contribución a dar forma y base a la división social de géneros es diferente. En los relatos biográficos el protector se expone como figura en la imposibilidad de llevar adelante sus mandatos de seguridad y sustento, aspectos que referencian a lo tradicionalmente social, público y masculino. La desvinculación de los jóvenes con experiencias laborales, sobre todo en los barrios populares, es parte de una realidad consciente para cada uno de ellos. Al contrario, el rol de la protectora parece ampliar su margen de acción e incumbencia, y su emergencia parece manifestarse por su capacidad exitosa, aunque no duradera ni estable, de protección. Aspectos y problemáticas de índole pública, y sus expectativas de resolución, son incorporados por la vida íntima, escenario asociado a lo femenino. Estas transformaciones en las formas de vincularse modifican y difuminan las fronteras alguna vez más precisas entre las esferas de lo público y lo privado, lo íntimo y lo social. La continuación sobre nuevas bases de la habitual y tradicional separación en esferas espaciales y relacionales de lo masculino y lo femenino puede ser una indagación que dé paso a una pregunta sobre aquellas configuraciones conyugales y de pareja que intentan armonizar, de manera contradictoria, los supuestos e ideales de pareja a que los individuos recurren.

En los relatos biográficos de los jóvenes varones entrevistados es posible observar determinadas posiciones y relatos de sentido que se ajustan al lugar usualmente definido como masculino hegemónico (Connel, 1997), entre ellos: el hombre como proveedor de los recursos del hogar, roles de paternidad tradicional o características masculinas que denotan adultez y madurez por sobre rasgos juveniles. Estos sentidos conforman las respuestas corrientemente aceptadas que legitiman el sistema de relaciones entre los sexos que garantiza la dominación del hombre por sobre las mujeres: la masculinidad hegemónica. Sin embargo, de los relatos de los jóvenes emergen sentidos subordinados, masculinidades que no se ajustan a la regla heterodoxa de forma exitosa, o que la refieren de forma tangencial. En algunos casos, la coexistencia de posiciones discursivas, donde cohabitan diversas masculinidades, son percibidas con relación a los escenarios de sociabilidad donde ellas se corporizan. El carácter performativo de los discursos acerca del género,9 la afección sobre los sujetos y la posibilidad de la coexistencia de posiciones discursivas se hacen notorios en los relatos de Purly, quien distingue dos actitudes marcadamente diferentes de acuerdo con el escenario: la “cancha de fútbol” y “la esquina” o el “barrio”.

En la cancha igual soy otro, no podés ser un pibito, así, como soy con los pibes, ¿entendés? Tenés que tener otra actitud […] la actitud de que por más que no te tengás que pelear, te vas a pelear.

La actitud particular asumida en la cancha permite la acumulación de respeto que soporta y rige la cultura del honor y el aguante (Garriga Zucal, 2007). En correspondencia con la masculinidad hegemónica y sus valores asociados (fuerza, poder, agresividad, toma de riesgo, valentía, belicosidad, decisión, violencia), las posiciones subalternas se intuyen como lo no dicho, es decir como las significaciones culturales que no exponen esos ideales homéricos de lo masculino, y que se encuentran afines a lo lúdicojuvenil de estar y ser como “los pibes”. En este sentido, la esquina cumple una función de socialización para los jóvenes, especialmente los varones, porque se configura como un espacio que otorga identidad y referencia barrial, refuerza la idea de un territorio con códigos propios, distinto de cualquier otro lugar del barrio. Allí los más jovenes comienzan a ganarse espacio entre los más grandes compartiendo tiempos, afectos, consumos. En los barrios, la esquina era considerada lugar de tránsito, un espacio de pasaje de la adolescencia a la adultez, de la escuela al trabajo. En la actualidad, en estos contextos, la esquina aparece como un lugar de anclaje ante la pérdida de protagonismo de estas instituciones, pero no sin cierto cuestionamiento:10

Ella [su novia] me dice: “Ya […] no sos un pibito de trece, catorce años para estar en la esquina, qué sé yo, tomándote una cerveza o una Coca”. Cuando tenés doce, trece años, bueno, la gente lo ve como que, bueno, está yendo a la escuela, sos un pibito que va ahí porque, qué sé yo, porque es tu edad, estás en la edad de la boludez, todo eso, pero vos ya tenés casi diecinueve años, la gente te ve desde siempre te vio ahí, ya va a pensar que sos un vago, que no hacés nada. Vos no trabajás, no vas a la escuela, trabajás de vez en cuando pero la gente debe pensar, los de tu barrio, por más que te quieran, todo, ya deben pensar que sos un vago, que no vas a ser nada, porque te ven en la esquina, siempre en la esquina, desde chico ya. (Purly)

De este modo, en estos relatos sentidos subordinados encontramos masculinidades desajustadas en referencia al ideal masculino moderno que dejan traslucir, por un lado, la incomodidad que ello genera, la dificultad para adaptarse a estos modelos y, en consecuencia, la necesidad de ir generando espacios más dinámicos y flexibles que se ofrezcan como soportes más amables para la vida.



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