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La sociedad a escala de los individuos 3

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En el contexto de las transformaciones recientes de la denominada “segunda modernidad”, se profundizan las tensiones en los procesos de constitución de las subjetividades juveniles. A diferencia de la relativa previsibilidad que otorgaban a las biografías sus vinculaciones con las instituciones en las sociedades salariales, en las actuales sociedades de riesgo los sujetos se encuentran, como nunca antes, “obligados a individualizarse”. Los jóvenes, hijos de la libertad, practican una moral de búsqueda, de experimentación, que une cosas que parecen excluirse mutuamente: el egoísmo y el altruismo, las experiencias personales y los sentidos colectivos. Ya no creen en los proyectos institucionales que giraban en torno a la socialización de ciudadanos para un espacio público abstracto, totalmente ajeno a sus vidas privadas. Permanentemente demandan, desde sus prácticas y sus reflexividades, que las instituciones socializadoras den razones acerca de sus normas y sentidos, incorporando a las mismas sus experiencias individuales y colectivas de construcción identitaria (Beck y Beck-Gernsheim, 2003; Reguillo, 2000; 2004).

A partir de la crisis de integración social que vivió la Argentina durante las últimas décadas del siglo XX como consecuencia de las políticas neoliberales, se multiplicaron y acentuaron las distancias entre las diversas experiencias vitales de los jóvenes, atravesadas por profundas desigualdades e inequidades socieconómicas, étnicas, de género y territoriales (Kessler, 2006; Urresti, 2008; Chaves, 2010; Hopenhayn, 2011). Como sintetiza Juan Carlos Tedesco (2008), la paradoja de la situación actual reside en que, por un lado, la segunda modernidad amplía efectivamente la capacidad de elección de los individuos, que pueden construir mucho más libremente sus identidades, pero, simultáneamente, como este proceso va acompañado de enormes desigualdades, exclusión y fragmentación, si todo queda librado a la capacidad de demanda de los sujetos, éstos obtienen sólo aquello que están en condiciones de pedir y no lo que necesitan. Así, para muchos jóvenes que viven en barrios ubicados en los márgenes de nuestras sociedades existen necesidades que no logran ser expresadas como demandas, ya que el salto de las primeras a las segundas requiere una fuerte capacidad de expresión y de organización.

Por otra parte, muchos de los jóvenes en contextos de gran vulnerabilidad social también pueden resolver sus problemas cotidianos de trabajo, educación, salud y, a pesar de todo, logran “salir adelante”, “soñar”, “planificar un futuro”. Es en esta tensión en la que buscamos centrar nuestra investigación, otorgándoles un papel preferencial a los jóvenes, a sus experiencias y a sus reflexividades, lo que nos permitirá encontrar las heterogeneidades, sus distintos modos de actuar y sus múltiples posibilidades de individuación, producto del encuentro entre la agencia y la estructura. En las experiencias de estos jóvenes hay estructuras que se encarnan en los cuerpos, así como también sujetos que seleccionan, con diversos grados de libertad y autonomía, sus modos de realización.

Estas transformaciones estructurales y tensiones en las experiencias subjetivas exigen a las ciencias sociales de nuestra región un cambio en su mirada. Si bien las representaciones clásicas de lo social siguen teniendo un lugar importante, cada vez más investigaciones en ese campo se centran en los individuos, sus experiencias, reflexividades y construcciones identitarias. En esta línea, Danilo Martuccelli (2006; 2007a; 2007b; Araujo y Martuccelli, 2012) viene desarrollando durante los últimos años diversos trabajos de investigación teórica y empírica en torno a una sociología de la individuación, cuyo objetivo central es “describir y analizar, a partir de la consideración de algunos grandes cambios históricos, la producción de los individuos. La cuestión no es entonces saber cómo el individuo se integra a la sociedad por la socialización o se libera por medio de la subjetivación, sino de dar cuenta de los procesos históricos y sociales que lo fabrican en función de las diversidades societales” (Martuccelli, 2007b: 30).

En la modernidad tardía el modelo según el cual la posición social del actor se erige como principal factor explicativo de sus prácticas y experiencias ha perdido buena parte de su pertinencia. La estrecha homología entre los procesos estructurales, la trayectoria colectiva (de clase, género o generación) y la experiencia personal de los individuos se revela menos efectiva que antaño en virtud del creciente número de anomalías registradas en sociedades marcadas por la incertidumbre y la contingencia. Con la singularización de las trayectorias individuales como corolario, el mentado proceso pone en jaque las herramientas con que tradicionalmente la sociología ha intentado –y sigue intentando– hacer inteligibles las acciones y experiencias de los sujetos en función de su posición social: “Los individuos se rebelan contra los casilleros sociológicos” (Araujo y Martuccelli, 2010: 80).

Aquí es donde el autor plantea la necesidad de un cambio de rumbo para la sociología del siglo XXI, teniendo como horizonte el estudio de las capacidades existenciales y sociales del individuo de sostenerse en el mundo. No hay individuo sin un conjunto muy importante de soportes,4 afectivos, materiales y simbólicos, que se despliegan en su experiencia biográfica, a través de un entramado de vínculos con sus entornos sociales e institucionales:

Lo importante es la manera como los individuos se constituyen un entorno existencial combinando relaciones u objetos, experiencias o actividades diversas, próximas o lejanas, que, en la ecología así constituida, van o no a dotarse de significaciones absolutamente singulares. Este entramado heterogéneo y proteiforme crea alrededor de cada uno de nosotros un tejido existencial y social elástico que es, en el sentido a la vez más estricto y restringido del término, “nuestro” verdadero mundo. (Martuccelli, 2007b: 81)

Para la identificación y el análisis sociológico de los soportes, evitando caer tanto en una tipificación o cuantificación de personajes sociales como en una galería de historias individuales, es preciso tener en cuenta ciertas características comunes y articuladas en sus modos de funcionamiento. Pueden presentarse, alternativamente, bajo una forma activa –movilizados conscientemente por el sujeto–, o como un efecto indirecto, no consciente –consecuencia colateral de su entramado social y existencial–. El grado de conciencia de los mismos es muy variable, y está condicionado por las desigualdades sociales más que por las capacidades de reflexividad de los individuos (en general, no son controlados por los sujetos). Muchas veces funcionan de un modo indirecto u oblicuo, siendo vivenciados como un beneficio secundario o colateral de otras actividades o relaciones. Algunos, especialmente los simbólicos, se presentan en la intersección entre los mundos interior –como autosostén individual– y externo –como un apoyo exterior al sujeto– (Martuccelli, 2007a; 2007b).

Coincidimos con la concepción elástica de lo social que emerge de esta perspectiva sociológica, en tanto entendemos que si bien la estructura condiciona la acción, esta propuesta analítica permite aproximarnos a los diversos grados de elasticidad que tiene la primera, dejando a los sujetos márgenes variables de autonomía y libertad. Este enfoque muestra que nada es tan rígido ni determinante, pero también nos recuerda que el campo de movilidad no es ilimitado. Esta mirada nos permite aproximarnos analíticamente a la experiencia social de los individuos a partir de un doble movimiento: por un lado, es una manera de percibir el mundo social, de significarlo, de definirlo a partir de un conjunto de condicionamientos y situaciones preexistentes; simultáneamente, como lo social no tiene unidad ni coherencia a priori, es una manera de construirlo y de construirse a sí mismo (Dubet y Martuccelli, 2001):

La experiencia es el proceso por el cual se construye una subjetividad para todos los seres sociales. A través de este proceso uno se ubica o es ubicado en la realidad social y de ese modo percibe y comprende como subjetivas (referidas a y originadas en uno mismo) esas relaciones –materiales, económicas e interpersonales– que de hecho son sociales y, en una perspectiva más amplia, históricas. (De Laurentis, 1984, citado por Scott, 2001: 53)

La experiencia no es ni totalmente determinada ni totalmente libre. Es una construcción nunca acabada que realizan permanentemente los sujetos para articular tres grandes lógicas de acción social: 1) integración –la interiorización de lo social–; 2) estrategia –conjunto de recursos movilizados en situaciones de intercambios sociales particulares–, y 3) subjetivación –todo lo que se presenta como no social, más allá o más acá de toda determinación (Dubet y Martuccelli, 2001)–. Desde este marco, retomamos de Mariana Chaves una definición de los jóvenes que permite dar cuenta de las tensiones entre estructuras y agencias presentes en sus experiencias individuales y colectivas:

Actores sociales completos, inmersos en relaciones de clase, de edad, de género, étnicas, cuyo análisis corresponde ser encarado desde una triple complejidad: contextual –espacial e históricamente situado–; relacional –conflictos y consensos–; heterogénea –diversidad y desigualdad–. (Chaves, 2010: 37)

Para estudiar empíricamente las complejas y heterogéneas vinculaciones entre lo individual y lo social en los procesos de individuación, Martuccelli (2006) utiliza la noción de prueba:

Las pruebas se declinan en forma diferente según las trayectorias y los lugares sociales, y asumen significaciones plurales según los actores considerados. […] Conservando en primer plano los cambios históricos y los inevitables efectos del diferencial de posicionamiento social entre actores, las pruebas permiten justamente dar cuenta de la manera en que los individuos son producidos y se producen. (Martuccelli, 2007b: 111-112)

Esta categoría se construye articulando dos niveles analíticos: 1) el examen de las formas efectivas a través de las cuales los individuos dan cuenta de sí mismos, con los discursos con los que disponen sobre sus vidas, y 2) una representación analítica, a distancia de las historias concretas, pero animada por la escrupulosa voluntad de construir herramientas que permitan poner en relación los fenómenos sociales y las experiencias individuales. La prueba permite, en efecto, poner en relación los cambios sociales o históricos y la vida de los actores. Describir el sistema estandarizado de pruebas equivale a describir una sociedad histórica en su unidad (Martuccelli, 2006). Por ende, el análisis de los procesos de individuación y de construcción de las experiencias sociales tiene en el estudio de las pruebas presentes en las biografías individuales una vía metodológica privilegiada.

Estableciendo una ruptura con las concepciones homogeneizantes y estigmatizantes actualmente dominantes en torno a los jóvenes en barrios populares, nuestro trabajo parte de una perspectiva que tiene en cuenta la diversidad de situaciones y las interconexiones complejas y hasta contradictorias en que constituyen sus identidades individuales y sus experiencias sociales. Tal como indicamos en la próxima sección, a partir de los relatos biográficos de los jóvenes buscaremos ir deshaciendo la madeja de los acontecimientos que ponen en acto los momentos donde sus existencias son efectivamente –sea de manera implícita e indirecta o de manera explícita y directa– atravesadas por lo social.



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