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Para seguir pensando

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En los relatos biográficos de los jóvenes entrevistados fueron señalados como acontecimientos significativos muchas instancias que hacían expresa referencia a relaciones cercanas e íntimas, rupturas e inicios de pareja, relaciones familiares, etc. Los relatos construidos en el momento de narrar esos puntos de inflexión nos permiten observar las tensiones que sostienen los entramados existenciales y materiales de los jóvenes, esas redes que les permiten habitar su mundo. Los refugios afectivos se constituyen como soportes que brindan guías de sentido en un mundo que se presenta como riesgoso e inseguro y falto de oportunidades, características que se acentúan en los barrios donde moran estos jóvenes. Así, estos refugios afectivos cobran una función de amortiguación de las privaciones cotidianas, no sólo materiales sino también existenciales. Estos refugios afectivos permiten (sobre)vivir a los jóvenes en escenarios poco amables. Sin embargo, como hemos intentado describir, la fragilidad de los vínculos que soportan los acechos de la realidad expresa la inestabilidad a la cual se enfrentan los jóvenes cotidianamente. Estas condiciones ponen en juego el desarrollo de soportes afectivos más que la de cualquier otro tipo de soportes, lo que implica, por un lado, una dependencia muy grande a los ideales planteados y por otro la puesta en juego de la reflexividad para sobreponerse desde su perspectiva a los posibles fracasos. En contextos donde los soportes materiales han quedado más replegados, la red de los soportes afectivos resulta un recurso imprescindible.

A pesar de la corta edad de los jóvenes, su experiencia de vida en lo que refiere a las relaciones de pareja es vasta e intensa. La mayor parte de ellos ha tenido al menos una relación de pareja lo suficientemente importante como para pensar en la constitución de una familia a partir de ella, de modo que la conformación de estas parejas ha sido mencionada entre los acontecimientos significativos. En la constitución de las parejas puede observarse alguna premura por alcanzar el estado de madurez, asociado a cierta estabilidad y a la conformación de un espacio propio, por fuera del espacio familiar de origen. Esta situación, además de la huida de situaciones penosas, aparece como la posibilidad de consolidar un proyecto propio, la construcción de algo duradero y estable. En el tiempo de lo efímero, de lo inestable y riesgoso que se ha convertido el mundo, la construcción de estos refugios se muestra como una posibilidad de desarrollo propio y la proyección de una vida posible. Sin embargo, como hemos plasmado, las expectativas sobre esta concreción son, en ciertas ocasiones, tan grandes y tensionan a su vez con los ideales individuales y las limitaciones materiales, que las situaciones conflictivas no tardan en aparecer prolongando en el tiempo la sensación de frustración y fragilidad ante el mundo. La dificultad para el sostenimiento de las parejas a lo largo del tiempo aparece entonces como una instancia de reflexión que permite hacer evaluaciones acerca de los ajustes que deben ir haciendo para lograr refugiarse.

1. Por imaginarios socialmente legitimados entendemos a aquellas significaciones, normas y valores que se comparten en una sociedad dada y que son aceptados por la mayoría de los integrantes de la misma. Al respecto puede consultarse el concepto de imaginario social de Cornelius Castoriadis (1988).

2. Para profundizar en estos temas puede consultarse el capítulo 6.

3. La reflexividad puede ser entendida como un rasgo tanto institucional como un recurso de los agentes. Maristella Svampa (2002), retomando a Anthony Giddens, señala que la reflexividad –como contracara de la globalización– es un proceso que se dirige hacia la transformación de la tradición. En este sentido, la autora dice que, “desde el punto de vista de la experiencia individual, este proceso de destradicionalización lleva a poner el acento en las nuevas dimensiones que cobran las relaciones íntimas y en la multiplicación de medios que dispone el individuo para construir reflexivamente su yo, [es decir], en la posibilidad (y necesidad) que tiene de elegir y recrear diferentes estilos de vida” (4).

4. Volveremos sobre esta categoría, para ampliarla y desarrollarla, más adelante.

5. Entendemos por modelos normativos formas idealizadas de organizar las expresiones de erotismo, deseo y amor. Estos modelos normativos permiten clasificar y jerarquizar conductas de acuerdo con un deber ser, que si por un lado se asienta en la universalización de una moral particular, genera también por otro, la construcción de estereotipos de los que transgreden esas conductas y prácticas deseables (Amuchástegui, 1996; Jones, 2010).

6. El proceso de universalización de la moral moderna conyugal implica un proceso de legitimación de la institución del matrimonio y la ecuación taxativa de la matriz heterosexual que esta institución posee desde su génesis (Hiller, 2012). Asimismo, determinadas disposiciones y roles son asignados a cada uno de los sexos, constituyendo así posiciones eróticas particulares, por ejemplo, mujer-pasiva, hombre-activo (Fernández, 1994).

7. Para más detalle sobre este tema véase el siguiente capítulo.

8. Por regla heteronormativa entendemos aquellas significaciones y prácticas que resultan acordes a los modelos de género que priman las relaciones de pareja heterosexuales, pero también todas sus significaciones y prácticas en el estilo de vida que suponen ciertas características propias de los varones y otras propias de las mujeres donde la diversidad tiene poco lugar. Para profundizar sobre el tema puede consultarse Ana María Fernández (1994).

9. Respecto de la construcción de identidades de género, desde posiciones teóricas constructivistas Judith Butler (2002) sostiene que el género no consiste en una posición esencialista, sino que las identidades de género son posiciones identitarias producidas desde las prácticas sociales; es ahí donde reside el carácter performativo de éstas.

10. Esta temática también es abordada en los capítulos 3 y 4.



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