Читать книгу "Quiero escribir mi historia" - Pablo Francisco Di Leo - Страница 4
Prefacio
ОглавлениеDanilo Martuccelli
Por medio de diez historias de vida, este libro estudia la experiencia de jóvenes en barrios populares en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Se trata de un conjunto de hombres y de mujeres, entre dieciocho y veintiséis años, con estudios interrumpidos o en curso, con experiencias laborales plurales, con trayectorias y eventos familiares disímiles. El interés mayor de esta investigación es adentrarnos en las vivencias de unos y otros, y comprender, desde ellas, los horizontes de la juventud contemporánea.
El trabajo que el lector tiene entre las manos se propone abordar con nuevas herramientas el estudio del fenómeno juvenil. Es desde las trayectorias individuales, y teniéndolas como horizonte, como se comprende a la juventud. La mirada sociológica se organiza alrededor de las significaciones plurales que testimonian los jóvenes de ciertos eventos biográficos. Pero, si es cierto que el relato biográfico es la llave principal de los análisis desarrollados, también lo es que, en este trabajo, es la selección efectuada por los jóvenes mismos entre eventos que son señalados como centrales y otros que, como lo veremos, tienden a ser minimizados, los que constituyen el hilo principal de la investigación.
Es esto último, sin duda, la originalidad del libro. La línea central de lectura no reside ni en la formalización de las trayectorias ni en un proyecto de articulación entre condicionamientos estructurales y el trabajo de los individuos. No es que estos aspectos no sean abordados, pero lo son desde una mirada específica: el objetivo central es comprender a escala de los actores, y desde sus relatos biográficos, lo que es percibido como particularmente difícil y significativo en los retos de las existencias. A diferencia notoria, entonces, de trabajos que centrándose en el estudio de la estandarización de trayectorias privilegian las rupturas o los giros biográficos, la investigación se interesa por los eventos biográficos mayores de una vida y las maneras en que los jóvenes relatan haberlos enfrentados.
Es desde la opción biográfica que los autores han movilizado –y recreado– la noción de prueba. Este operador analítico les sirve así menos para comprender desde las experiencias individuales los grandes desafíos estructurales comunes de una sociedad, que para estudiar, desde las vidas personales, las maneras como los individuos lidian con un conjunto de retos vivenciales. En el primer caso, la aplicación de la noción de prueba conduce a una inteligencia de la sociedad; en la manera en que los autores han recreado –y movilizado– la noción, lo importante es comprender el significado biográfico que los actores otorgan a los eventos. Lo esencial reside en el trabajo de elaboración narrativa que los jóvenes dan de sus experiencias. En breve, sin desconocer lo que le corresponde a las posiciones sociales o las dimensiones identitarias, la mirada sociológica producida se estructura desde las biografías. Éste es un giro importante: las visiones posicionales o identitarias, por justas que sean, aparecen como demasiado simples (en el fondo unilaterales y excesivamente dependientes de consideraciones socioeconómicas o socioculturales) para dar cuenta de lo que testimonian los jóvenes.
El libro nos restituye, así, otra cartografía de la vida social, infinitamente más compleja, incluso subterránea, donde, sin desconocer la importancia de factores sociales, lo esencial parece jugarse a ojos de los jóvenes a otro nivel: en las familias, en las emociones, en las relaciones, en los amores y en el abismo de los desamores. La vida, descripta y percibida a través de las narrativas biográficas de los jóvenes, se presenta bajo la forma de una sucesión de escollos que cada una de las personas entrevistadas, a través de recursos personales, está obligada a enfrentar. Lo que impacta, por sobre todo, es la naturaleza de estos obstáculos y el hecho de que el proceso que se vivencia es, en el momento mismo en el que se narra, una aventura abierta. Una instantánea en medio de una historia en curso, en la cual muy pocos avizoran un final estable. Para decirlo simplemente: la narrativa tradicional de la Bildungsroman, aquella de la formación paulatina a través de pruebas estandarizadas y con un término claramente establecido propio del tránsito de la juventud hacia el mundo adulto, aparece como muy alejada de las experiencias de estos jóvenes. Ni el final o el abandono de los estudios ni el ingreso, más o menos precario, al mundo del trabajo como tampoco la constitución de una familia o la parentalidad parecen ser hitos suficientes para marcar el ingreso a otro período: la vida adulta. Los tiempos y las experiencias se superponen sin solución de continuidad.
A mi juicio, es en este nivel donde se ubica el resultado más sugerente de esta investigación: la manera en que los problemas sociales e institucionales, sin desaparecer, pasan, no obstante, a un segundo plano, detrás, a veces muy detrás, de problemas personales y familiares. Ciertamente, el resultado –como en toda investigación sociológica– es en parte dependiente del método biográfico empleado; sin embargo, los testimonios son tan masivos en la voluntad de hacer de la propia vida personal el epicentro de la comprensión del mundo en que se vive que una lectura que reduce el resultado obtenido a una cuestión metodológica no hace justicia a lo que dicen los jóvenes.
Lo que caracteriza los relatos es la tensión entre un número, en apariencia, muy amplio de “problemas” personales y las formas, en apariencia, muy contingentes de respuesta que los jóvenes les dan. Doble espejismo. Una segunda mirada permite distinguir un conjunto relativamente reducido de retos y un abanico de respuestas profundamente similares en sus recursos y apoyos. En los dos casos, la vida personal es el epicentro del relato: sea porque los problemas se leen en clave biográfica, sea porque los factores de la respuesta se organizan mayoritariamente desde individuos que intentan dar, por sí mismos, en medio de soledades más o menos activas, y de solidaridades más o menos contingentes, “su” propia respuesta.
En consonancia con lo que otros trabajos indican, aquí también los jóvenes deben enfrentar y resolver por sí mismos problemas sociales que en otras latitudes son procesados por las instituciones. Por supuesto, éstas están presentes en los relatos (en la evocación de un profesor que “cree” en un joven, en el rol de ciertas asociaciones religiosas, en el maltrato de la institución policial…) pero, globalmente, lo que prima es la experiencia de la relativa soledad institucional de los individuos. Los problemas evocados y señalados como los más significativos por los jóvenes mismos son, en su gran mayoría, de índole “personal” e intrafamiliar. Por supuesto, estas dificultades se explican en parte –pero sólo en parte– por la posición social de los jóvenes estudiados, miembros de sectores populares, cuyas biografías han sido marcadas, muchas veces, por las consecuencias de la crisis de 2001 y los cambios sobrevenidos a nivel de los barrios, de la sociabilidad, de la inseguridad. Sin embargo, y a pesar de su presencia, ésta no es la línea de interpretación privilegiada por los jóvenes.
Resulta difícil no destacar, en este sentido, el desequilibrio narrativo observable entre la centralidad indiscutida acordada a los retos personales y familiares, por un lado, y la relativa ausencia –y en algunos casos incluso la ausencia radical– de toda referencia a desafíos de índole laboral, escolar o político. Por supuesto, estas temáticas aparecen en los relatos pero, por lo general, de manera sesgada, más como un contexto que como un desafío en el sentido fuerte del término; más como una posibilidad de producción de recursos que como un lugar significativo de la existencia. El resultado es sorprendente y, en parte, incluso, enigmático. Todo acontece como si lo verdaderamente importante en la vida se jugase en otra escena: más existencial y más cotidiana. Como si la vida estuviera en otro lado: en la dialéctica entre el barrio, las calles y la ciudad. Tras ella, la cuestión de la vida abierta y del mundo cerrado; en los amigos y las traiciones, en la familia y sus usuras y sus apoyos; pero también en las drogas, claro, en la pluralidad de sus sentidos y sus usos, desde el agujero negro hasta el recurso festivo y episódico, pasando por el consumo problemático; en los amores, por cierto y, tal vez, por sobre todo. Al escuchar las voces de estos jóvenes, resulta imposible no tener el sentimiento de que intentan forjar la brújula de sus biografías más desde dimensiones existenciales que desde una interpretación socialmente contextualizada de sus trayectorias.
Digámoslo con la mayor fuerza posible: cuando hablan de ellos, cuando relatan sus vidas, los jóvenes entrevistados no hablan de “la” sociedad aunque evoquen sus barrios, a veces sus escuelas o sus experiencias laborales, incluso los abusos de ciertas instituciones. Lo que ellos testimonian por sobre todo y profusamente son sus dilemas y dificultades existenciales. Por supuesto, repitámoslo, el relato biográfico induce a este tipo de interpretación, adjudicándoles, por razones de legitimidad cultural, a las experiencias personales y familiares (y muchas veces a los primeros años de la vida) un mayor peso a la hora de diseñar el perfil de los individuos. Pero, más allá de ello, la investigación da cuenta de otra realidad: una en la cual “la” sociedad está lejos y “la” existencia es central; una en la cual, de manera incluso inquietante, los aspectos experienciales e incluso existenciales tienden, al menos a nivel de los relatos, a separarse por momentos de los contextos estructurales que los producen; una interpretación en la que los jóvenes tienden a sobredimensionar las capacidades cognitivas, reflexivas o pragmáticas como herramientas exclusivas para enfrentar la vida.
Sin embargo, y esto es un elemento relevante aportado por esta investigación, el peso de lo existencial no implica que nos encontremos frente a una producción unificada de sentidos. En los relatos de vida, tal vez con más intensidad que en otros métodos sociológicos, el narrador no es un mero informador, él es, también, un productor activo de sentido a través de la producción de una historia, la suya. La puesta en intriga y en palabras de sí mismo da lugar así, por lo general, a la voluntad de recrear retrospectivamente un proyecto de coherencia personal. Es una crítica recurrente al método biográfico: que éste propone justamente que es posible asir la totalidad de una vida desde un código central. Convengamos que no es esto lo que se observa en las entrevistas efectuadas. Por el contrario, lo que resalta es la dificultad que testimonian los jóvenes para presentar sus biografías a través de una línea central de sentido.
En verdad, el sentido central de la vida es la lucha misma. El combate cotidiano contra los embates de la existencia. El mundo es asombrosamente representado como un mar de peligros, de acechos y de tentaciones, de abusos y de atropellos. Lo importante es buscar lugares de contención, e incluso de refugio –como el barrio y a veces la familia–, pero es central, sobre todo, encontrar elementos y personas capaces de transmitir un anclaje existencial. Se trata de hallar soportes desde los cuales dar consistencia a proyectos personales en medio de una sociedad percibida como particularmente hostil e indiferente.
El diagnóstico de época que se desprende de los testimonios se encuentra precisamente en este ámbito: en el sentimiento de inexistencia de claras trayectorias institucionales que aseguren el tránsito entre los diferentes períodos etarios; en la imagen de una trama institucional globalmente abusiva en sus estructuras y que sólo algunos individuos –y encuentros– logran matizar; en la fuerza de las aspiraciones y de los sueños personales que, contra viento y marea, y gracias a las energías vitales de la juventud, no se abdican. Y, al mismo tiempo, todo ello animado por una distancia, una desconfianza, un abismo, tal vez, simplemente, un universo de experiencias vivenciado como paralelo a las instituciones, lo que se ve bien reflejado en la radical ausencia de referencias políticas en los testimonios recabados. Es probable que esto explique la debilidad de los lenguajes y de los sentimientos de rebeldía y de injusticia, y el vigor de los vocabularios del infortunio y del abuso.
La investigación dirigida por Pablo Francisco Di Leo y Ana Clara Camarotti debe suscitar la polémica. El retrato que el libro da de la juventud popular del Área Metropolitana de Buenos Aires será, sin lugar a dudas, inquietante para algunos, esperanzador para otros. Algunos, al poner el énfasis en la experiencia de una juventud que, inserta en una sociedad, y en su tráfago económico, social y cultural, se percibe a sí misma desde un horizonte de interpretación que hace de la vida personal el principal universo de comprensión, concluirán que la sociedad argentina está en tren de perder el lazo con su juventud y el arco de la alianza entre las generaciones. Otros, al contrario, serán conmovidos por la fuerza de los relatos, las voluntades que se expresan en ellos, la capacidad para afrontar retos múltiples sin desfallecer, contando antes que nada y, a veces, exclusivamente con ellos mismos, pero también con los vínculos interpersonales que han podido establecer y podrán tejer más tarde; una juventud que, por sobre todo, no se resigna al descorazonamiento.
Pero unos y otros deberán coincidir en que se trata de una juventud que, tal vez como pocas otras antes de ella, está condenada a inventar mañana, sin grandes ilusiones ni personales ni colectivas, el futuro.