Читать книгу La gente y los microbios - Pablo Goldschmidt - Страница 17

2.5 ¿Cómo influyeron las decisiones políticas para que se pongan de manifiesto tantos avances científicos en tan pocos años?

Оглавление

Los textos de Grecia y de Roma aludían sin pruebas, a la existencia de entes invisibles que transmitían enfermedades, sin que se hayan formulado hipótesis sobre su origen o comportamiento. Recién con la diseminación masiva de la sífilis en Europa, llegó a sospecharse que una enfermedad dependía de un contacto inter humano. En 1546, Frascatorius intuyó que ciertas enfermedades se debían a seres que pasaban de un individuo a otro, y estas conjeturas plantearon dudas a los dogmas reinantes en la edad media, que atribuían las enfermedades a causas sobrenaturales. Sin embargo, una vez aceptada la idea de la transmisibilidad de las enfermedades –y contra las imposiciones reinantes– se debatió durante años acerca del origen de los seres invisibles, postulándose que se generaban espontáneamente a partir de la materia en la que se encontraban.

En 1621 Huygens en Holanda relató que había visto en el taller de un inglés llamado Drebbel, un instrumento capaz de ampliar imágenes, al que llamaba microscopium. Huygens y Van Leeuwenhoek fabricaron microscopios con vidrios pulidos que llegaron a aumentos de 300 diámetros, permitiendo en 1675 observar en una gota de agua sucia, una gran variedad de pequeños seres, a los que llamaron animáculos.

Posteriormente, se puso de manifiesto el concepto de generación espontánea en los alimentos a la intemperie que acababan plagados con microanimáculos. Aunque la comunidad científica haya evocado en el siglo XVIII la transmisión de enfermedades por seres invisibles, hasta finales del siglo XIX se esparcieron las hipótesis pleomórficas, que sostenían que los microorganismos eran animáculos que adoptaban formas y funciones cambiantes dependiendo de las condiciones ambientales. Sin embargo, en Italia Reddi probó con experimentos simples en el siglo XVII, que las larvas de moscas no aparecían si se tapaba la carne con un paño, sentando la primera base para refutar la teoría del origen espontáneo de la vida.

El Cabildo de Quito, Ecuador, solicitó la preparación de un método para prevenir las viruelas a Eugenio Espejo, quien publicó en 1785 un tratado, considerado uno de los primeros textos de enfermedades transmisibles. En su trabajo, atribuyó la enfermedad sobre todo a causas sociales y culturales, dejando establecido que los responsables de las epidemias contagiosas eran la ignorancia de la higiene, las deficientes condiciones sanitarias de la ciudad y la mala formación médica de los sacerdotes que dirigían el hospital de Quito.

Sin embargo, mientras que la duda fue y sigue siendo un crimen para los partidarios de la certeza dogmática, para los partidarios del cuestionamiento racional, la duda refuerza el pensamiento, interrogándolo en permanencia. Por eso, todas las hipótesis microbiológicas tuvieron que ser desde el principio verificables y rebatibles, haciendo que la absoluta certeza que caracteriza las revelaciones, no hayan podido confrontarse con la absoluta falta de certeza del pensamiento científico.

Con ideas iniciadas en la revolución industrial del siglo XVIII, el fermento de la ilustración social culminó con una revolución francesa, que en parte influyó en las decisiones de la época. Por eso, al separarse la iglesia del estado, se dio lugar al avance de ideas, por lo que no fue fruto del azar, que pocos años después de los edictos igualitarios de los 70 (que emanciparon a las minorías marginadas), se produjera un extraordinario desarrollo intelectual en la región, creando el caldo de cultivo que generó avances remarcables en el siglo XX. Cabe señalar, que en ese espacio, emergieron nuevos abordajes conceptuales que enriquecieron filosofía, psicología, psicoanálisis, matemáticas, física, química, biología básica, medicina y microbiología. En esos pocos años, se nutrió el fermento que hizo posible cambiar doctrinas imperantes por realidades experimentales.

Debe mencionarse que recién a principios del siglo XIX, las Facultades de Medicina de Europa –reputadas por el carácter discriminante de las condiciones de admisión de estudiantes– comenzaron muy de a poco a abrir sus puertas a estudiantes de familias no cristianas, autorizando por primera vez a las mujeres entre sus alumnos. A pesar de ello, los que no profesaban la fe cristiana, tenían restringido el acceso a determinadas actividades como a la cirugía. Las actividades médicas de los nuevos alumnos fueron limitadas a las áreas de las ciencias médicas que tenían menos prestigio, tales como la microbiología, la inmunología y la psiquiatría. Por eso, entre los hitos que marcan el progreso del conocimiento de las vidas invisibles, amerita subrayar la atmósfera pluralista de integración a la sociedad creada en el imperio multinacional austro húngaro y en sus vecinos germanos desde 1867 hasta 1918.

En el imperio austro húngaro, el emperador José II, de tendencia liberal demócrata, (ascendió al trono de Austria en 1780), emitió un edicto de tolerancia, que autorizaba todos los credos a dedicarse a todos los oficios, negocios y artes. El Congreso de Viena otorgó posteriormente la igualdad civil a todas las religiones del imperio, aunque la completa emancipación de todos los habitantes fue conseguida en 1867. En Alemania, la emancipación y la igualdad de todos los habitantes fue promulgada recién en 1871.

En esa región del planeta, con prosperidad, emancipación y libertades individuales, pudo lograrse mantener la paz interna y con los países vecinos, poniéndose en marcha esfuerzos estatales para implementar la educación primaria y secundaria obligatoria para todos los habitantes. Hasta ese momento, las políticas de estado no permitieron el florecimiento de las artes y las ciencias. Sin embargo, la emancipación de todos los civiles limitó los dictámenes etnocentristas, que durante siglos habían excluido grupos religiosos y étnicos de prácticamente todas las Facultades de Medicina de las Universidades de Europa –salvo Padua– de tal suerte que la formación de médicos, se limitaba a la observación o a lecturas autodidactas.

La sinergia de los ópticos, las vidrierías locales y los librepensadores, llegaron a mejorar las lentes y las aplicaciones derivadas, que produjeron un cambio fundamental en las ciencias microbiológicas, ya que al agregar condensadores e incorporar luces, se pudo perfeccionar en 1878 la resolución de los microscopios, llegando a aumentar el tamaño de una imagen con objetivos de inmersión, que son los que hasta hoy se utilizan en los laboratorios para detectar microbios. Cuando las técnicas de pulido de vidrios llegaron a producir una combinatoria de dispositivos con potencias amplificadoras de casi 1.000 aumentos, utilizando luz visible por el ojo humano, se pudo iniciar la labor sistemática de identificación y clasificación de los microbios. Los aparatos con capacidades de amplificar estructuras, no lograron visibilizar virus, los que, a pesar de sospecharse su existencia, siguieron invisibles durante más de un siglo.

Entre los saltos mayores del saber microbiológico, merece citarse que en la ciudad de Jena, confluían naturalistas que interaccionaron con editores científicos y con trabajadores de la industria óptica y química.

En ese entorno, Koch por primera vez, confirmó vez la existencia de las bacterias en la sangre de animales y puso a punto métodos para aislarlas en cultivos. Estableció también postulados que ayudaron a comprender la participación directa de los microbios en la génesis de las enfermedades. Las controversias desatadas por los trabajos de Reddi referidas a la generación espontánea, pudieron ser resueltas por Pasteur y por Tyndall, quienes demostraron que los seres vivos se formaban a partir de seres vivos, y que un líquido con microbios calentado para destruir toda forma de vida, permanecería sin microbios vivos si el frasco calentado, se tapaba con algodón compacto, permitiendo solamente la entrada de aire.

Cohn, Koch y Pasteur pusieron también en evidencia la especificidad de los diferentes animáculos, descubriendo la constancia de cada tipo de microbio (monomorfismo de las especies vivas).

Koch en Alemania y Pasteur en Francia, también demostraron que la enfermedad que mataba al ganado bovino (Carbón o ántrax) era provocada por pequeños seres con forma de bastoncitos que pudieron observar al microscopio en la sangre de animales muertos.

Por otra parte, entre 1876-1884 se establecieron los criterios para atribuir ciertas enfermedades a microbios, demostrando que al inocular el agente sospechoso a un animal sano, el agente se multiplicaba y enfermaba al animal. En el corto período de finales del siglo XIX, se identificaron microbios responsables del cólera (Koch, 1883), la difteria (Loeffler, 1884), el tétanos (Nicolaier, 1885 y Kitasato, 1889), la neumonía (Fraenkel, 1886), la meningitis (Weichselbaun, 1887), la peste (Yersin, 1894) y la sífilis (Schaudinn y Hoffman, 1905) y Wassermann (1906). Además, fue posible descifrar los ciclos del paludismo (Schaudinn, 1901-1903), la peste vacuna (en asociación con Bruce en Inglaterra, 1895-1897) y los mecanismos subyacentes a la enfermedad del sueño (Koch, 1906). Además, Loeffler y Frosch descubrieron en 1898 el agente causante de la fiebre aftosa, pudiendo aislar de los animales enfermos los microbios que transmitían la enfermedad, aunque sin observarlos directamente.

Ehrlich, concibió y desarrolló el concepto –revolucionario y original hasta ese momento– de proyectiles mágicos. En otros términos, inventó la idea de compuestos capaces de destruir microbios (como lo harían los proyectiles mágicos) sin destruir células humanas. Gracias a su inventiva, y siguiendo un programa sistemático de síntesis de moléculas orgánicas, pudo obtenerse en 1909 el agente antibacteriano salvarsán, primer tratamiento eficaz contra la sífilis (durante muchos años fue el único tratamiento capaz de reducir la mortalidad de las personas afectadas), y todos los antimicrobianos que siguieron.

La gente y los microbios

Подняться наверх