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3.5 ¿Qué significa antimicrobiano?

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Las enfermedades infecciosas requieren tratamientos antimicrobianos, que se diferencian de otros fármacos, porque actúan contra los agentes que producen la enfermedad, afectando poco o nada a las células del individuo a quien le es administrado el tratamiento. El objetivo de los tratamientos con antimicrobianos es la erradicación del microorganismo responsable de la enfermedad, y para ello se requiere que en el foco de la infección se alcance una cantidad del medicamento activo contra el microbio y durante un tiempo suficiente.

Sin embargo, cuando una persona es tratada con antimicrobianos (antibiótico, anti fúngico, antiviral, antiparasitario), la mejoría no dependerá exclusivamente de la actividad intrínseca que pueda ejercer el medicamento sobre los microbios, sino también de otros factores, entre los que puede mencionarse la predisposición de cada individuo para desarrollar formas severas de una enfermedad cuando es infectado por ciertos microorganismos, la predisposición individual para responder al tratamiento y para desencadenar respuestas inmunológicas innatas o adquiridas.

Los resultados de las terapéuticas antimicrobianas dependen entonces de numerosos factores genéticos, entre los que someramente pueden mencionarse las capacidades que tienen algunos individuos para inactivar rápidamente ciertos fármacos, la disposición individual para absorber o no medicamentos administrados por vía oral, la eliminación rápida de la circulación de medicamentos, y en algunos casos, hasta la peculiaridad intrínseca de transformar medicamentos en productos tóxicos.

Actualmente, una gran parte de las enfermedades provocadas por bacterias pueden remitir con antibióticos adaptados a la patología y al entorno geográfico, pero no todos los antibióticos son activos contra todas las bacterias. Los ensayos que se realizan en los laboratorios para estudiar la susceptibilidad de las cepas aisladas (antibiogramas, antifungigramas, antivirogramas), muestran cotidianamente que cepas aisladas de una misma familia pueden ser sensibles o no a un mismo tratamiento. Por otra parte, sabiendo que los espectros de actividad antimicrobiana son diferentes para cada antibiótico, el uso de productos prescriptos para otros individuos o para enfermedades previas de un mismo sujeto, es ineficaz y hasta peligroso.

Con respecto a los antibacterianos, merece mencionarse que, en 1941, el optimismo reinante predecía que las enfermedades infecciosas serían combatidas gracias a la penicilina y a sus derivados. Sin embargo, el azar hizo que los Staphylococcus incorporen material genético de cepas diferentes, e incluso de bacterias de otros géneros, y poco tiempo después (1945) se detectaron Staphylococcus aureus insensibles a la penicilina (el antibiótico era destruido por sustancias producidas por las bacterias).

En 1959, año en que aparecieron las penicilinas semi-sintéticas (meticilina), el 60% de los Staphylococcus aislados eran ya insensibles a la penicilina. Por lo tanto, considerando que en la actualidad casi todos los aislados de Staphylococcus de personas hospitalizadas, y más de 75% de las cepas de personas no hospitalizadas, son insensibles a las penicilinas, los exámenes que determinen de sensibilidad de las cepas a los antibióticos (antibiogramas), son uno de los criterios fundamentales para el éxito del tratamiento de una infección bacteriana.

En humanos, el uso indiscriminado de antibióticos participó en la diseminaron, por ejemplo, de cepas de Staphylococcus aureus insensibles a todas las penicilinas naturales, semisintéticas y sintéticas (meticilina, amoxicilina, etc.), y dependiendo de la región, los niveles de cepas insensibles llegan al 80%. Se ha podido determinar que los riesgos mortales en personas infectadas por Staphylococcus aureus insensibles a la meticilina son superiores a los de las personas infectadas con variantes del mismo microbio pero sensibles a esa misma meticilina.

Por otra parte, para tratar infecciones urinarias por Escherichia coli, el abuso de antibióticos de la familia de las fluoroquinolonas desde principios de los 80, provocó que ya casi la mitad de las cepas aisladas no respondan a esta familia de antibióticos relativamente recientes. Además, el abuso de fluoroquinolonas y cefalosporinas de tercera generación, ha llevado a numerosos fracasos de tratamientos de gonorrea en Sudáfrica, Australia, Austria, Canadá, Francia, Japón, Noruega, Inglaterra, Eslovenia, y Suecia.

Pudo también documentarse, que el uso inadecuado de antibióticos ha originado complicaciones graves (neumonías, infecciones de la sangre e infecciones de recién nacidos, sobre todo en terapia intensiva) por cepas insensibles a la familia de carbapenems, que son uno de los últimos recursos terapéuticos para tratar Klebsiella pneumoniae.

Un grave problema adicional de salud pública se puso de manifiesto al ponerse en evidencia, que para para aumentar el rendimiento para la cría de bovinos, gallinas y pescados, se decidió utilizar antimicrobianos de forma indiscriminada y descontrolada. La repercusión de antibióticos descontrolados en el agro se puso de manifiesto por ejemplo analizando aguas servidas de criaderos de animales de las que se aíslan permanentemente bacterias insensibles a una serie de antibióticos útiles para el tratamiento de infecciones humanas. Desde hace ya varios años, las autoridades de la Unión Europea informan que los antibióticos no son factores de crecimiento para el ganado. Sin embargo, en las explotaciones agrícolas se siguen detectando abusos, que además del riesgo de dispersar desde los criaderos microbios insensibles al medio ambiente, hacen que los contactos de los trabajadores con animales multi tratados o la manipulación de alimentos en los que puedan estar presentes microorganismos insensibles, se hayan convertido en una de las mayores fuentes de dispersión de microbios multirresistentes.

Según informes de la Agencia Europea del Medicamento, por ejemplo en España, se consumieron más de 3.000 toneladas de antibióticos en el 2015, de los cuales el 99% se administró a vacas, cerdos, ovejas, cabras, pollos y a otros animales destinados a la producción de alimentos. El 0,1% restante se utilizó para mascotas. Los informes indican que en la península se administraron 402 miligramos de antibióticos por cada kilo de carne producida (4 veces más que Alemania y casi 6 veces más que Francia). Sólo Chipre registró para uso agropecuario, un consumo de antibióticos más elevado que España.

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