Читать книгу Cuando te enamores del viento - Patricia A. Miller - Страница 6
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ОглавлениеLydia
—¿Hoy no ha venido tu galán? —me preguntó Melinda el lunes a la hora del descanso de media mañana.
—Se habrá cansado ya —dijo Jess.
No les había contado lo que ocurrió el sábado por la noche al salir de la cafetería ni tampoco que me sentía un poco mal por haber sido tan descortés.
Si Austin no volvía, lo entendería. Pero debía reconocer que la mañana no había sido lo mismo sin él sentado en la mesa siete, comiéndose un plato de tortitas con sirope de fresa y regalándome su sonrisa canalla.
El martes y el miércoles tampoco vino a desayunar, y me convencí de que su insistencia se había agotado. No me importaba, era lógico, pero por mucho que me lo repitiera, no podía evitar levantar la vista cada vez que sonaba la campanilla de la puerta.
Pero el jueves todo cambió.
No fue un buen día en la cafetería, no para mí. Sophia había pasado una mala noche, no había dormido más que un par de horas y perdí el autobús para ir a trabajar. Cuando llegué, Jess me puso al tanto de la situación: Melinda había pillado a la cocinera echando mano al dinero de las propinas y la había despedido. La cafetera hacía un ruido raro y varios clientes, los más madrugadores, se habían quejado de que el café sabía a rayos.
—Mal día para llegar tarde —susurré mientras me ataba el delantal y metía en el bolsillo la libreta de pedidos.
—Deja eso —me ordenó Melinda—. Te necesito en la cocina.
—Pero…
—No, Lydia, sin peros. Sé que no es justo, pero eres la única que puede cocinar algo parecido a lo que hacía esa miserable de Rachel. Hoy mismo contrataré a alguien, te lo prometo.
Cuando dieron las siete de la tarde, mi cabeza estaba muy cerca de estallar como una calabaza. Había perdido la cuenta de los menús que había preparado. Me dolían las manos y los pies, me había cortado en un dedo y las mejillas me ardían, el calor de la cocina era un infierno. En más de una ocasión había ayudado a Rachel a preparar comidas y repostería, pero nunca yo sola, y estaba agotada.
—Saco la basura, recojo y me voy a casa —anuncié a nadie en particular.
Jess me enseñó el pulgar como signo de aprobación y Melinda me abrazó con fuerza.
—Eres un sol, cariño.
«Este sol necesita una ducha y un sueño reparador», pensé mientras arrastraba las dos grandes bolsas de basura por la puerta de atrás hasta los contenedores de Garvey Ct. Levanté la primera con gran esfuerzo, pero la segunda me costó más.
—Espera, deja que te ayude —dijo una voz a mi espalda.
Contuve la respiración al ver a Austin levantar el saco de basura como si no pesara nada. Iba impecable, como siempre, pero varios mechones de pelo le tapaban parte de los ojos y, al retirárselos, vi que estaba un poco ojeroso.
—Gracias —musité, avergonzada.
¿Qué más podía decir? ¿Te he echado de menos estos cinco días sin verte? Era absurdo.
—No hay de qué.
Nos miramos unos incómodos segundos en los que ninguno de los dos encontró las palabras adecuadas. Me mordí el labio y creo que le sonreí, pero no estoy segura.
—¿Llegaste bien el sábado? ¿Sin contratiempos?
—Sin contratiempos. Un poco tarde, pero nada importante.
—Bien.
—Bien —repetí.
Pero ¿qué me pasaba? ¿Por qué seguía allí plantada como una idiota?
—Oye, tengo que…
—¿Te apetece entrar a tomar un café? —solté de repente.
Me ruboricé con violencia y, al llevarme las manos a las mejillas, recordé que llevaba la redecilla de la cocina en el pelo y me la quité de un tirón. No quería ni pensar en el aspecto que tendría. Tampoco quería pensar en por qué me importaba tanto que él me viera… bonita.
—Tengo que irme —dijo con suavidad y, a continuación, me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Oh, claro…
—Otro día, ¿vale?
—Vale, sí, cuando quieras…
Se despidió con una sonrisa y lo acompañé con la mirada hasta que desapareció. Me sentí como una tonta allí de pie, junto a los contenedores de basura. No sé qué esperaba que pasara, pero el encuentro me dejó un regusto a decepción que puso la guinda a un día para olvidar.
Austin
Toda la semana evitando pasar por la cafetería para vencer la tentación de entrar; toda la jodida semana yendo del despacho al aparcamiento por Garvey Ct. para no encontrármela, y justo ahí estaba ella.
Joder, era preciosa. Incluso con esa redecilla que le envolvía el pelo.
Me hubiera tomado ese café encantado, pero tenía un asunto urgente y eso era lo primero. Sin embargo, después de una visita rápida a casa de mi hermano Tyler y de descubrir que él y Alice habían avanzado en su relación más rápido de lo que me esperaba, volví a pensar en Lydia y en su forma de ruborizarse. Se me ocurrían algunas formas muy originales de sacarle los colores a esa rubia tan cabezota y estaba dispuesto a insistir un poco más hasta conseguirlo.
Eran ya las once de la noche cuando salí de la ducha y me tumbé desnudo en la cama. Hacía un calor insoportable y lo de los pijamas no iba conmigo.
Estaba terminando de revisar algunos correos electrónicos cuando me entró una llamada de MC.
—Nick quiere saber si podrías ocuparte de los temas legales de la fundación mientras su abogada está de baja por maternidad.
—¿Y por qué no me llama Nick?
—Porque está de guardia. ¿Lo harás o no? —insistió sin paciencia alguna—. Si no puedes, dime a qué pringado de tu bufete le interesaría. Por cierto, ¿has hablado con Thomas? Ha renovado con la universidad por otro semestre. ¿No es increíble?
El pequeño de mis hermanos era periodista de investigación y le había cogido el gusto a hacer reportajes sobre el Amazonas.
—Sí, lo sé. Tyler y yo hablamos con él el lunes por la noche por Skype.
—¿Habláis sin mí? ¡Qué cabrones!
—Estabas de turno.
—¿Y qué? Podrías haberme avisado, joder —se quejó y se me escapó una risilla que la enfadó más—. Siempre soy la última en enterarse de todo.
—No me llores, drama queen. ¿Quieres que te cuente algo que he descubierto esta noche? —le dije en tono conspirador. Me gustaba compartir secretos con MC.
—Dispara.
—Tyler y Alice… están juntos.
—Pero ¿qué dices? ¿Estás loco? ¿De dónde has sacado una gilipollez así? —Se rio mientras yo esperaba a que asimilara la información. Estaba seguro de que si se paraba a pensarlo un momento no le costaría tanto entenderlo—. ¡Oh, joder! ¿Va en serio?
—En serio.
—Pero ¿cuándo ha…? ¡No me lo creo! No puede ser.
—¿Quieres apostar? —le propuse.
La manera más fácil de ganar pasta era apostando contra MC.
—Diez dólares a que es mentira.
—Que sean veinte —aumenté—. Y dile a Nick que seré su abogado, pero quiero entradas para los Sox. No trabajo gratis.