Читать книгу Las almas rotas - Patricia Gibney - Страница 9

Оглавление

¿Existe un buen día para morir?

En silencio, el hombre respondió que no a su propia pregunta. El cielo tenía un color azul grisáceo. Tenebroso. Las nubes en el horizonte advertían que se acercaba un chaparrón. Aparte de eso, el día no estaba mal.

Se movió lentamente y avanzó por el bosque que bordeaba la carretera que, a su vez, rodeaba el lago. Quería ver el agua antes de hacer lo que tenía que hacer. Era tarde, casi de noche, y estaba seguro de que los pescadores se habrían marchado. No es que en noviembre hubiera mucho que pescar, pensó con ironía.

El follaje del suelo del bosque era verde, frondoso y oloroso. Sobre su cabeza, las ramas estaban desnudas. Bajo sus pies, crujían ramitas rotas y helechos. ¿Había pasado alguien por ese mismo camino hacía poco? Su cerebro estaba abarrotado de tantas preguntas sin respuesta que parecía una burbuja a la espera de que la pincharan. Además, sabía que no había nadie en el mundo a quien le importase; nadie que de verdad se preocupara por él. Estaba completamente solo; desolado como las ramas, en paz consigo mismo. Casi.

Una rama nudosa se le enredó en el pelo mientras se adentraba aún más en el denso bosque, hacia una zona más oscura y húmeda. Se detuvo y escuchó los sonidos de los animales invisibles que se escabullían entre la hierba alta. «Ya no tengo miedo —pensó—. Ya no tengo miedo a nada».

Se agachó y se abrió paso entre espinas y zarzas, prácticamente a gatas. El ruido del agua llegó a sus oídos. El graznido de los cisnes cortó el aire.

Se detuvo una vez más y prestó atención. Siguió el sonido.

Llegó a un claro y encontró la fuente del agua. No era el lago, sino un montón de piedras de entre las que brotaba agua fresca por una grieta. El hombre se inclinó hacia delante, tomó un trago y se deleitó con el sabor. Tomó una decisión. Iba a luchar.

Fue entonces cuando escuchó otro sonido.

Al girar la cabeza, una mano le tapó la boca y otra le apretó la garganta con fuerza. Su último pensamiento fue: «Es un buen día para morir».

Las almas rotas

Подняться наверх