Читать книгу ¿Psicólogo o no psicólogo? Cuándo y a quién consultar - Patrick Delaroche - Страница 20
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¿Cuándo consultar?
Malas razones para no consultar
♦ Hay que desconfiar de los psiquiatras
Оглавление«De todas maneras, tampoco se ponen de acuerdo entre ellos», piensan algunos, porque los psiquiatras, debido a que no todos tienen la misma visión de las cosas, también tienen prejuicios, aunque su profesión (idealmente) consista en no tenerlos.
En efecto, existen dos escuelas de pensamiento: la denominada organicista piensa que los trastornos psíquicos tienen un origen orgánico; la otra, psicogenética, los considera de origen psíquico. Esta oposición provoca en los padres mal informados una sospecha legítima y en ocasiones refuerza su resistencia a consultar. Esta dicotomía existe tanto en el sector privado como en el público, es decir, en los servicios hospitalarios o en las consultas de los psiquiatras infantiles instalados por su cuenta, pero curiosamente es menos habitual en los centros medicopsicológicos, los cuales, en su inmensa mayoría, tienen una visión basada en el psicoanálisis.
¿De qué se trata exactamente? Caricaturicémoslos un poco para ver más claramente las diferencias, por ejemplo, relativas a los TOC ya citados. Aquellos que, en diferentes grados, no quieren «hurgar en el inconsciente», como dicen ellos mismos, tienden a banalizar estos trastornos impresionantes y angustiantes en ocasiones. Para estos, médicos organicistas y padres generalmente de buena fe agrupados en asociaciones, su origen solo puede ser orgánico, es decir, neurológico y hereditario. Como ciertos estudios han demostrado el interés de los medicamentos antidepresivos, mandemos al niño a tal hospital que practica estos tratamientos, y como tiene un «componente» psicológico, le indicaremos una terapia del comportamiento sin actuar en el inconsciente, con la idea de no condicionar al niño y de ayudarlo a actuar por voluntad propia. Este tipo de tratamiento codificado, lo que en términos médicos se conoce como protocolo, puede hacer estragos, pero también puede «resultar cómodo» a todo el mundo: al médico, que trabaja con datos simples y respuestas codificadas; a los padres, a los que se les evita el dolor de ser puestos en tela de juicio, y también al niño o al adolescente, que no tiene muchas ganas de participar activamente en su tratamiento, sobre todo para descubrir unos deseos que le incomodan. «De todos modos, si es psicoanalista, no abrirá la boca», también piensan.
En el lado opuesto, los jóvenes émulos de ciertas escuelas psicoanalíticas para los cuales todo tiene que ver con la psicología no concebirían recurrir a una «atención» psicoanalítica desde la primera visita, compuesta por silencios acompañados de «hum, hum», priorizando ciertas palabras en detrimento de los verdaderos interrogantes sobre el paciente y su familia. Esta actitud, sin embargo, está muy desfasada actualmente, porque la verdadera atención psicoanalítica, sobre todo en una primera cita, no está reñida con el sentido común. Este equilibrio, de todas maneras, depende de lo que pide la familia y del modo en que presenta las cosas: el profesional no tendrá la misma actitud si los padres vienen obligados por la escuela, que no puede más, o si vienen a hablar en confianza con alguien que les han recomendado.
Si bien los prejuicios pueden afectar a todos los protagonistas, no se pueden hacer desaparecer del todo (ni los de los padres ni los de los psiquiatras). Así se entiende que algunos psiquiatras infantiles, especializados en tal o tal forma de tratamiento, tiendan a indicar uno más que otro. Por mi parte, quizás tiendo a indicar con facilidad el psicodrama individual, porque puede ser muy eficaz, pero para mi descarga también debo decir que en ocasiones lo he olvidado… para mal.