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EL EFECTO DE LA ALUCINACIÓN VERBAL

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Tomaré ahora el ejemplo de un paciente paranoico con quien tuve una docena de entrevistas a lo largo de su hospitalización. Este hombre de treinta y seis años vive con sus padres. Ha estado hospitalizado varias veces. Esta vez ha venido al hospital porque, encontrándose solo una noche en su cuarto, de golpe se levantó de la cama donde estaba acostado y, a puñetazos, rompió los vidrios de las ventanas.

En la sexta entrevista dirá claramente que él ha roto los vidrios de su cuarto porque oyó voces. Mi hipótesis es que el gesto de romper los vidrios constituye un pasaje al acto.

La cuestión no es saber si él oyó una voz que le ordenó: «¡Rompe los vidrios!». En este caso no se trata de eso. Y aunque la hubiese oído no sería ésa la razón por la cual habría roto los vidrios. Me gustaría mostrar, efectivamente, que el pasaje al acto está ligado al efecto que producen en el sujeto las alucinaciones verbales.

El paciente mismo da tres tipos de explicaciones que, a mi entender, deben tomarse en consideración:

1) En el transcurso de la primera entrevista, él pone de manifiesto que, en la víspera del día que rompió los vidrios de su cuarto, su madre le dijo que él perdía el tiempo yendo de bar en bar y que era un fracasado. El hecho de decir en otra entrevista que su madre le mete en la cabeza pensamientos que le son ajenos me hizo pensar que debía de haber oído una voz que le decía: «¡Eres un fracasado!». A eso que él oyó le otorga el estatuto de una injuria. La particularidad de la alucinación verbal está en el hecho que resulta, para el sujeto, en lo que Lacan llama «una incertidumbre en cuanto a su atribución subjetiva». Parece admisible que él haya atribuido lo que oyó a su madre, quien en ese momento estaba en la misma pieza que él.

2) Durante la segunda entrevista, dice que, justo antes de romper los vidrios, pensó en un percance que le sucedió cuando tenía veintidós años. Había ido a ver a una prostituta en la calle Saint Denis. La única precisión que dio sobre el asunto es que ella era fea, bajita y gorda. De modo que no tenía nada para agradar, ningún atractivo.

La primera vez que habla de lo que llamaré «la escena con la prostituta», hace una suerte de confesión. Dice: «No supe cómo hacerlo». Le pregunto qué quiere decir con eso. Él me responde: «No tuve erección». Entonces, ella hizo algo que él no soportó: le masturbó. Sintió entonces como una intrusión por parte de ella, por el hecho de haberle masturbado. El rasgo que conviene retener de «la escena con la prostituta» es el efecto de denigración que tuvo en él esta desventura sexual.

3) Fue durante la sexta entrevista, como mencioné anteriormente, cuando me dijo que él había roto los vidrios de su cuarto porque había oído voces. Le pregunto qué ha oído. Dice haber oído: «¡Fóllate a tu madre!», e incluso precisa: «¡Folla onanísticamente a tu madre!».

El mandato que se le impone en ese momento es exactamente opuesto al mandato que corresponde a la Ley por excelencia, es decir, a lo prohibido del incesto. Lo que él oyó no es: «¡No goces de tu madre!», sino por el contrario: «¡Goza de tu madre!». Lo que retengo, por mi parte, es que en esta paradójica conminación hay una dimensión sardónica. En sí, lo que oye no es una broma, pero la broma está sobreentendida. En cierto modo, le toman el pelo.

Lo que le dijo la voz aísla, cierne, lo que sería, si fuera posible, el goce de la madre. El empleo del adverbio «onanísticamente» señala que, a sus ojos, la masturbación por parte del hombre, es el medio, el instrumento de la realización de la relación sexual y, más precisamente, de la relación sexual incestuosa.

Conviene tener en cuenta, como he dicho de entrada, las tres explicaciones que él mismo dio:

1) la injuria hecha al sujeto: «¡Eres un fracasado!»;

2) el efecto de denigración evocado en «la escena con la prostituta»;

3) la alucinación verbal «¡Folla a tu madre!», que es recibida por el sujeto a modo de burla.

La alusión a la injuria del día anterior indica muy bien que el efecto de alucinación verbal en el sujeto es el de rebajarlo al rango de un puro y simple objeto. La injuria «¡Eres un fracasado!» toca al sujeto justamente en el punto en el que él se identifica con el objeto, justamente en el punto en el que él desaparece como sujeto. Una palabra se hace oír —la palabra fracasado, en esta ocasión— en el lugar mismo del sujeto reducido al estado de objeto desecho, que se tira a la basura.

Mi tesis, como mostraré más adelante, es que toda alucinación verbal, en el instante mismo en que se percibe, produce en el sujeto un efecto de exclusión. Sin embargo, el matiz que hay que agregar a esta generalización es que el efecto en cuestión es más o menos intenso, toca al sujeto en lo esencial, si puedo decirlo así, de una manera más o menos aguda, más o menos incisiva. De esa degradación del sujeto al rango de objeto, de objeto de desecho, el paciente dio cuenta al evocar el efecto de denigración que sintió con la escena de la prostituta. La desvalorización estuvo acentuada por el hecho que la prostituta —el alma caritativa— haya intentado paliar su falla, repararla, compensarla. Me parece que, al hacer eso, ella le puso en un aprieto, quizás, sin darse cuenta. Al pretender de él una erección, porque de eso se trata, tuvo como resultado el embarazo que él sintió, por un instante, de su órgano, reacio al principio a la naturaleza que le es propia, es decir, a la erección.

¿Por qué he adelantado que toda alucinación verbal produce un efecto de exclusión en el sujeto? Ésa es la pregunta a la que yo querría responder ahora, en la medida en que pienso que ese efecto de exclusión es, como tal, una llamada al pasaje al acto o, precisamente, un empuje al pasaje al acto. El pasaje al acto ejerce, en efecto, la intención de rechazo que comporta toda alucinación verbal. En el momento en que se cumple el pasaje al acto, sea cual sea su modalidad, el sujeto se convierte en un objeto puro y simple. No se presta suficiente atención, me parece, al hecho de que la psicosis es una tragedia, en cuanto a que tiene como consecuencia inevitable una «degradación» del sujeto. Digo bien, «del sujeto», y no de la persona misma.

Diré entonces en qué considero que, en el momento en que el psicótico oye voces, el sujeto se ubica de golpe en el estatuto de desecho.

Cuando el psicótico habla de las voces que oye, insiste en el hecho de que es como si «algún otro» hablara. Lo importante es que él se siente excluido por el solo hecho de tener la impresión de que no es él quien habla. El punto de enunciación del sujeto no está del lado del sujeto, sino del lado de un Otro caprichoso, que emite mensajes cuya significación es enigmática. En el momento en que una voz se hace oír para el sujeto como si viniera del exterior, es como si él estuviese privado de la capacidad de enunciación. Desde el punto de vista de esa capacidad de enunciación, le dejan colgado a la manera de un objeto que no es más que un desecho, un detrito, en relación con lo que se está diciendo. En ese momento, el sujeto no tiene acceso a la capacidad de enunciación. Él, por el impacto, queda sin voz. La responsabilidad de lo que se está diciendo le es, pues, retirada al sujeto. Él no se reconoce en lo que oye, se encuentra en la imposibilidad de responder. Es como si no tuviera ninguna parte en eso que se está diciendo, es como si él no tuviera nada que decir, es como si no tuviera ni voz ni voto.

En un texto de 1972, que lleva por título «El atolondrado...», Lacan indica que, cuando las voces se hacen oír, algo irrumpe, dice, «como sin razón», es decir, como si el enunciado del que se trata no viniera de ninguna parte. En ese sentido, habla de lo que él llama, en la página 52 de ese texto, «la precipitación de un efecto de forzamiento».2 Es precisamente en «la precipitación de un efecto de forzamiento» donde Lacan sitúa la dimensión sardónica. El hecho de que algo le sea impuesto le basta al sujeto para que él crea que se burlan de él. El sujeto se convierte entonces, como suele decirse, en «el juguete de sus alucinaciones».

Con el fin de resumir mi tesis en pocas palabras, diré lo siguiente: Ocurre que el psicótico calla cuando oye una voz que le dice: «¡Cállate!». Pero si él se calla, no es para obedecer a la voz, es porque no soporta que ella lo tutee.

Las psicosis y el vínculo social

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