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LAS PARADOJAS DE LA PERCEPCIÓN DE LA PALABRA

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Paso ahora a la posición de Lacan relativa a la alucinación. La percepción es una meta. Su punto de partida es el sujeto de la palabra y su meta es ese perceptum que es la palabra.

percepción


La percepción está, pues, representada por un vector que tiene como punto de partida el sujeto de la palabra y por punto de llegada la palabra como «objeto», siempre y cuando la palabra pueda ser considerada como objeto de la percepción.

De hecho, «el acto de oír», como lo expresa Lacan, está puesto en contacto con la relación entre el significante y el significado:

S

s

En primer lugar, indica Lacan (página 514 de los Escritos), la coherencia de la cadena verbal está determinada, en cada momento, por el después de su secuencia:


Lo que constituye la sucesión es la articulación como tal de la cadena significante (S-S’) que se produce en cada instante por el después de la secuencia: a un significante S, otro significante S’. Como subraya Lacan en la página 514 de los Escritos, se trata, en efecto, de la producción de una cadena significante. Lacan pone así el acento sobre la dimensión temporal de la articulación de la cadena significante. El tiempo lógico de la articulación es el después. Lo que produce la secuencia (S-S’), es decir, la ida de S hacia S’, es el retorno de S’ hacia S.

Tratándose de la secuencia (S-S’), el tiempo (2) sostiene al tiempo (1):


Las dos flechas representan la existencia de un punto de articulación.

En segundo lugar, dice Lacan en la página 514 de los Escritos, el valor de la cadena verbal está suspendido, en cada momento, en el advenimiento de un sentido.

El advenimiento de un sentido s es lo que indica el valor de la cadena significante (S-S’):


En otros términos, el valor de la articulación de la cadena significante está suspendida a la significación que ella produce:


El tiempo lógico que aquí se cuestiona no es el después, es el tiempo del suspenso. En cuanto a la relación de un significante con otro significante, lo que es determinante es el tiempo del después. Pero, en lo referente a la relación entre el significante y el significado, lo que prevalece es el tiempo de suspenso. La dimensión temporal de la relación entre el significante y el significado es, para agregar esa nota de dramatización, la tensión de un suspenso.

Por tanto, para captar qué es una alucinación en tanto que concepto es necesario argumentar la tesis que está sostenida por medio del tiempo lógico. La posición de Lacan consiste, en efecto, en sostener la tesis según la cual la alucinación remite a las paradojas de la percepción de la palabra, en la medida en que lo que es percibido por el sujeto —el perceptum— puede ser o bien la palabra del otro o bien su propia palabra.


Las paradojas de la percepción de la palabra del otro

Cuando oye la palabra del otro, el sujeto de la palabra se convierte en el «sujeto» de una voz, en el sentido de que está sujeto a ella. Esa voz es la voz del otro que habla. Cuando el sujeto oye la palabra del otro, lo que es dicho por el otro no necesariamente se dirige a él. Pero, dice Lacan en la página 514 de los Escritos, basta con que entre en la audición de esa palabra, que sea el oyente de ella, para que caiga bajo el golpe de la sugestión que implica la articulación de la cadena significante. La cadena significante se le impone. En este sentido, el sujeto de la percepción es un sujeto forzado. Está expuesto a una suerte de forzamiento.

El sujeto de la palabra cae bajo el golpe, subraya Lacan, de lo que se articula en una secuencia:

S S’

Esta secuencia, él la percibe. Eso está dirigido a él, por el solo hecho de que, como oyente, está forzado a oír la palabra que se dice.

¿Por qué la palabra provoca ese efecto de sugestión? Lacan responde a esta pregunta en la página 515 de los Escritos: «La cadena significante se impone por sí misma al sujeto en su dimensión de voz». El efecto de sugestión, como ha mostrado Jacques-Alain Miller en su seminario del tercer ciclo el 10 de marzo de 1982, está relacionado con lo que él ha llamado «el objeto oculto en la palabra»: la voz. Por lo tanto, la voz, según Jacques-Alain Miller, es el objeto oculto en la articulación de la cadena significante.


El efecto de sugestión que comporta la palabra está en relación con la causa. Como ha señalado Jacques-Alain Miller, «todo significante, una vez percibido, tiene por efecto el provocar, en el percipiens, un consentimiento». El sujeto consiente, entonces, la causa. La secuencia (S-S’) es una secuencia causal —el significante es la causa del significado— a la vez que una secuencia causada por la enunciación. Al respecto, tal como Lacan muestra al comienzo de «El atolondrado...»,4 conviene no olvidar que la articulación de la cadena significante corresponde a la enunciación.

La única manera para el objeto de escapar al efecto de sugestión que provoca la audición de la palabra del otro es, dice Lacan en la página 515 de los Escritos, «reducir al locutor a no ser sino el portavoz, o bien de un discurso que no es de él o de una intención que mantiene en reserva», es decir, que no confiesa. Como señala Jacques-Alain Miller en la sesión del 10 de marzo de 1982 de su seminario del tercer ciclo, «reducir al locutor a ser un portavoz priva a la palabra de su poder de sugestión».


O bien el discurso del otro que habla no es el suyo, es el de Otro que no es él, o bien la intención de significación está escondida, inconfesada, enmascarada.

El sujeto se despega del efecto de sugestión introduciendo activamente, allí donde él es pasivo, una separación, un suspenso entre el significante y el significado. Utiliza para ello el margen que le deja la falla, la brecha, que pone la barra que separa el significante y el significado:

S

s

Cuando oye la palabra del otro, el sujeto puede pensar:

— él dice S, pero S no viene de él, sino de más allá de él;

— él no dice lo que quiere decir. La s que llega no es la s deseada.

Las paradojas de la percepción de su propia palabra

El sujeto no podría hablar sin oír. No puede escucharse sin dividirse.

Cuando la paciente de la que habla Lacan5 se dice a sí misma —y por esa razón se oye decir: «(Yo) Vengo de la charcutería»— la cuestión que se plantea es la de saber quién dice «Yo». ¿Es ella? ¿O bien es el amigo de la vecina con quien ella acaba de cruzarse en ese instante en el corredor? ¿O incluso es la que está ausente durante ese encuentro, precisamente la vecina? La articulación de la cadena significante se efectúa en el campo del significante. El significante viene, pues, del Otro, y no de tal o cual que está o no está allí. El hecho de que, a partir del momento en que la frase «(Yo) Vengo de la charcutería» ha sido dicha no hay que dejar de lado la cuestión de saber quién dice «Yo», indica que, allí también, se introduce un tiempo de suspenso en el momento mismo en que la frase ha sido oída. Como Jacques-Alain Miller ha mostrado en la sesión del 10 de marzo de 1982 en su seminario del tercer ciclo, el fenómeno de la alucinación demuestra que el sujeto psicótico es de alguna manera la víctima de su propensión a cultivar el tiempo de suspenso.

Se articulan cadenas significantes. Éstas son percibidas en el instante en que son articuladas y constituyen, como expresa Merleau-Ponty, otras tantas «cadenas perceptivas». La consecuencia, dice Jacques Lacan en la página 514 de los Escritos, es que el percipiens no es unívoco, es equívoco. Tanto si el que habla es el sujeto como si el que habla es el otro, basta con que la palabra sea percibida para que se plantee la pregunta, en lo que respecta a la percepción, en estos términos: ¿es el sujeto el que habla o es el otro el que habla? El hecho de que sea articulada una secuencia no es suficiente para dar una respuesta inmediata a esa pregunta. La estructura de la palabra, indica Lacan en la página 514 de los Escritos, es, efectivamente, distributiva. El sujeto de la percepción de la palabra se confronta con una distribución de voz, de modo que debe considerarse un tiempo de suspenso relativo a esa distribución de voz. Ese tiempo de suspenso se manifiesta con la forma de una incertidumbre. La paciente de la que habla Lacan está indecisa, no está segura de la respuesta a la pregunta: ¿quién dice «Yo»? El «acto de oír» implica, por consiguiente, un acto de atribución. Se trata, para el sujeto de la percepción, de atribuir una frase que se enuncia a la voz que la enuncia, la voz que en este caso se concibe no como sustancia vocal, sino como puro y simple punto de enunciación. Lacan pone el acento, en la página 515 de los Escritos, sobre el hecho de que «la atribución del significante es, por regla, distributiva». El tiempo de suspenso, que introduce un lapso entre la distribución y la atribución, es el momento propicio para la alucinación.

Esto es lo que dice Lacan, en página 515 de los Escritos, con respecto a la cadena significante:

1.º se impone por sí misma al sujeto en su dimensión de voz;

2.º toma como tal una realidad proporcional al tiempo, perfectamente observable en la experiencia, que implica su atribución subjetiva;

3.º su estructura propia en cuanto significante es determinante en esa, atribución que, por regla, es distributiva, es decir, de varias voces, y que pone, pues, como tal, al percipiens pretendidamente unificador, como equívoco.

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