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UNA ALUCINACIÓN PARADÓJICA

En una entrevista con una paciente psicótica, la señora E., estuve atento a un hecho de la psicopatología de la vida cotidiana. Con respecto a esto, en el abordaje psicoanalítico de la psicosis, el acento está puesto más en las alucinaciones que en los lapsus, los actos fallidos o los sueños. Durante esa entrevista, la señora E. me hace partícipe de una alucinación paradójica. Ella estaba sentada en el autobús al lado de un hombre. Oyó una voz que le dijo: «Yo las llamo y ellas vienen». Ella precisó que se trataba de voces y agregó que eran voces a las que ese hombre llamaba. Así, ella atribuyó la voz que oyó al hombre que estaba sentado a su lado en el autobús. De hecho, el hombre-que-estaba-sentado-al-ladode-ella-en-el-autobús representaba a su vecino y al mismo tiempo el hombre que una mujer puede encontrar.

La voz hace oír al sujeto una frase que viene del Otro:

«Yo las llamo y ellas vienen.»


La alucinación se apoya en la relación del sujeto con el decir. La señora E. está segura de que no es ella, sino el otro, quien ha dicho esa frase, pero que esa frase está dirigida a ella. Es a ella a quien se le dice eso. Por lo tanto, es algo que concierne a ella y no a cualquier otro.

Como indica Lacan en la página 196 del seminario III, Las psicosis,1 no puede decirse, en el caso de una alucinación de este tipo, que el sujeto recibe su mensaje del otro con una forma invertida. La frase que ella oyó como si viniera del otro es su propio mensaje. Es su propia palabra lo que ella ha percibido en ese otro, que al mismo tiempo era ella misma: el hombre sentado al lado de ella en el autobús. Esta frase «Yo las llamo (sobreentendido: las voces) y ellas vienen», hubiera podido decirla ella misma, si eso hubiera sido posible. De hecho, ella oyó lo que hubiera podido decir ella misma con la forma de lo que el otro dijo. Ahora bien, lo que el otro dijo es lo que ella misma no podía decir. La frase en cuestión era indecible. ¿Por qué?

LO IMPOSIBLE

La alucinación a la que nos referimos es una alucinación paradójica porque es una alucinación que dice algo al sujeto de la alucinación. En esta alucinación se trata, efectivamente, de la llamada a las voces. La intención que orienta el enunciado de la frase: «Yo las llamo y ellas vienen» es una intención de llamada. Si la señora E. hace decir a otro lo que ella no puede decir por sí misma es porque, si ella se endosara la responsabilidad de la enunciación de esta frase, si ella tomara por cuenta propia el pensamiento que tal enunciado revela, traicionado, implicaría por una parte que ella reconoce oír voces, y, por otra, que ella confiesa que es ella quien las llama. Y si ella confesara que es ella quien las llama, ¿no se podría llegar a la conclusión de que ella tendría temor de no oírlas más, de que las voces la dejen sola, de que la dejen caer?

Por eso se trata de una suerte de astucia. Es imposible referirse a una voz, en el sentido de que el sujeto querría ser alucinado. Él le pediría, suplicaría, se pondría de rodillas: «Dios mío, haz que oiga voces». Eso es imposible, sin embargo, ésa es exactamente la intención del sujeto: apela a las voces, las voces lo apelan.

Tal alucinación plantea un problema apasionante porque se trata de un problema lógico complejo. La voz en cuestión, en la alucinación, es una voz otra. Esa voz, para el sujeto, necesariamente no es la suya, sino que es esa voz otra la que quiere oír. Su llamada se dirige a la voz que, forzando el paso hacia ella, haciendo intrusión, tiene al mismo tiempo un valor de goce. El goce está en el forzamiento. La frase: «Yo las llamo y ellas vienen» es una frase cuya enunciación es imposible —digo bien, la enunciación, y no el enunciado— porque ella deja oír una llamada al goce, un «empuje a gozar». Si esta articulación significante, que es desechada de lo simbólico, retorna en lo real con la forma de una voz otra, de una voz que no es la suya, es porque la señora E. se siente culpable de ese llamamiento al goce.

En la frase: «Yo las llamo y ellas vienen», el yo del sujeto del enunciado no es reconocido como el Yo del sujeto de la enunciación. El enunciado de su propia palabra es oído, no como si lo hubiera dicho ella, sino como si lo hubiera dicho otro. El Yo del sujeto de la enunciación es rechazado por el lado del Otro. Se apela al vecino para ser utilizado como soporte del Yo:

«Yo...»


El sujeto psicótico no puede decir «Yo». Es el paso que no puede dar. Hay en ello una responsabilidad que él se niega a endosar. Lo dicho es oído como si viniera del Otro, cuando el sujeto se niega a sostener el decir de eso. La voz surge, pues, a partir de esa separación que marca la falla entre lo dicho y el decir.

EL EQUÍVOCO

¿Podemos avanzar todavía más?

Ustedes estarán de acuerdo conmigo en considerar la frase «Yo las llamo y ellas vienen» como una frase equívoca. He dicho anteriormente que el hombre que estaba sentado al lado de ella en el autobús era no sólo el significante del vecino, del prójimo, del Nebenmensch, sino también el significante del hombre que una mujer puede conocer.

Para la señora E., la voz tiene su médium. El médium de la voz es lo que ella llama «un alma». Cuando ella oyó esa voz que atribuye al hombre sentado a su lado, ella tuvo la impresión, dijo, de que «ese hombre ponía un alma en su cuerpo». Es a ella a quien se le dijo esa frase. La frase que ella oyó le ha dejado una marca. Ha sido designada por esa marca. Ella era la mujer elegida por ese hombre, en la medida en que, por haberle dicho algo a ella, él habría manifestado, por ese mismo hecho, signos de atención para con ella. Tal vez podría establecerse un vínculo entre las voces, las almas y las mujeres.

El rechazo ¿no estaría dirigido a esta mujer que sería llamada por un hombre, a esta mujer que sería la vecina sentada al lado de este hombre en el autobús y que sería susceptible, por consiguiente, de ser llamada por él por el solo hecho de estar sentada al lado de él? De ese modo la frase dicha por la voz estaría dirigida a ella, por ser ella el sujeto de la escena en el autobús. Cuando ella se sentó en ese sitio, esa otra mujer, la que podría entonces responder a la llamada del hombre, se volvió objeto de rechazo.

Cuando la señora E. oyó la voz, por la cual fue sorprendida, ella tuvo «un miedo escénico», me dijo, como una actriz en el momento de entrar a escena.

La voz de la alucinación porta el equívoco que comporta la articulación significante,2 aquí reducida a un significante unívoco. La frase «Yo las llamo y ellas vienen» se convirtió en una holofrase, una frase de un solo tenor, una frase cuyo recorte ha sido extraído. Eso demuestra, me parece, que la voz de la alucinación es, como dice Lacan en la página 514 de los Escritos, la misma articulación significante, en tanto fuerza el pasaje, en tanto se impone al sujeto. Considerar la voz desde el punto de vista de su sustancia sonora es un contrasentido. La voz como objeto —ésta es la definición que propongo— es el equívoco reducido, por un forzamiento, al unívoco:

S1 = (a)

Cuando la diferencia que caracteriza al significante es negada, cuando el otro de la diferenciación sexual es excluido, el significante se vuelve objeto. La voz no es otra cosa que el tiempo lógico de la irrupción del significante.

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