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EL ENIGMA DE LA VOZ
ОглавлениеLa señora E. está hospitalizada desde hace unos doce años. Yo la trato desde hace siete años. Ella va y viene de su casa al hospital. Cuando no puede más, cuando las voces acosadoras empiezan a atormentarla, vuelve al hospital. En el momento de su hospitalización estaba embarazada. Desde entonces, ha estado separada de su hijo, que fue dado a una familia de acogida. La última vez que tuve una entrevista con ella, su hijo debía visitarla al día siguiente. Ahora bien, durante esa entrevista, me hace saber que acababa de llamar por teléfono a los padres adoptivos para decirles que no quería que su hijo viniera a verla.
¿Qué ocurrió?
El día anterior, mientras cenaba, oyó una voz que le dijo: «¡Nunca más comerás queso!». El queso no estaba sobre la mesa. Lo que le dijo la voz y que ella oyó estaba desplazado, al mismo tiempo que era incongruente y enigmático. Entonces, se puso furiosa. Recordó que había un resto de queso en la nevera. Se levantó de la mesa. Fue a la cocina. Abrió la puerta de la nevera. Cogió el trozo de queso que quedaba. Cerró la puerta de la nevera. Tiró el trozo de queso a la basura. Y volvió a sentarse a la mesa. Al día siguiente por la mañana, cogió el autobús para venir a verme al hospital. El conductor del autobús frenó bruscamente. Ella casi se cae. Cuando bajó del autobús, estaba preocupada. El hecho de que el conductor haya tenido que frenar bruscamente quería decir que habría podido producirse un accidente. Y, si un accidente puede ocurrir cuando se conduce un coche, entonces su hijo no debe venir a verla mañana. Del hecho de que el conductor haya tenido que frenar bruscamente, ella dedujo que las rutas no son seguras. Su hijo, en efecto, vendría acompañado por su padre adoptivo en auto.
Para la señora E. hay aquí una suerte de silogismo. En primer lugar, «Oí una voz». En segundo lugar, conductor del autobús frenó bruscamente. Conclusión: «Yo no quiero que mi hijo venga». Bastó que se preguntara: «¿Por qué ha ocurrido eso?» para que tome posición en relación con lo que ocurrió, para que tome una decisión. Si su hijo no vino a buscar su regalo de navidad, es porque de lo que oyó —perdón por arriesgar esta observación— hizo realmente un problema. Colocó la frenada en el mismo plano que la vociferación.
Es de la señora E. de quien yo he aprendido lo que es una alucinación verbal. La alucinación verbal es una alucinación del verbo, es decir, una alucinación propia de la palabra, de la función de la palabra.
Hablamos mucho, ella y yo, sobre las voces que oye y las preguntas que se hace a propósito de lo que oye que le dicen las voces.
A primera vista, las cosas son simples. La señora E. parece someterse a la voluntad del Otro. ¿Qué es lo que ella oye en eso que es dicho por la voz? La voluntad del Otro. Ella hace lo que le dicen que haga. Es el sujeto de la voluntad del Otro. Pero, de hecho, las cosas son más complicadas. Cuando le hago notar que parece que ella se somete a la voluntad del Otro, por un lado está de acuerdo, reconoce que obedece a las voces, pero, por el otro, no está de acuerdo. El resto de queso no tiene el mismo estatuto, para ella, que el que tiene el resto de salmón ahumado para la carnicera. Ella sostiene que, cuando tiró a la basura el resto de queso, fue, para ella, no un acto de sumisión, sino un acto de rebeldía. De esta manera, pone en evidencia una paradoja. Ella se somete, pero, a fin de cuentas, se rebela. Hay ahí una suerte de cálculo de su parte. En cierta forma, ella simula someterse. Pero, en su acto, se trata más bien de un desafío. Es con la voz que se las toma. Quiere que ésta calle. Fingir que hace lo que le dicen que haga es una manera de mandarla a paseo. Es la voz lo que ella tira a la basura. Porque, a lo que es sensible, por lo tanto lo que le angustia, no es al enunciado, es a la dimensión de la enunciación. El enunciado en sí no lo comprende y, al mismo tiempo, tampoco intenta comprenderlo. La pregunta que se hace es ésta: «¿Por qué?». La pregunta está referida a la causa. Es por eso por lo que la señora E. hace de la enunciación un enigma. Ella, a quien le horrorizan las sorpresas, es sorprendida por lo que oye. Es tan inesperado como incongruente. Hay que insistir aquí en el hecho de que la enunciación viene del Otro. Ella misma dice que eso viene del exterior, que eso no viene de ella. El punto importante es que el Otro parece ser el sujeto de la enunciación. Desde ese punto de vista, para retomar una expresión que utiliza Lacan en la página 761 los Escritos, la señora E. es el blanco de «la libertad del Otro». Ella se encuentra con el enigma: si el Otro lo quiere, cuando el Otro lo quiere y como el Otro lo quiere, podríamos decir. Es un enigma impuesto. Ella está forzada a oírlo. Ella es querida por el Otro.
Ahora bien, ¿qué es una alucinación verbal?
Si nos remitimos a la página 12 del seminario III3 y a la página 514 de los Escritos,4 ¿no podemos hacernos una idea más precisa, a saber, que el sujeto oye voces cuando, hablándose a sí mismo, él se oye hablar, como si fuera el Otro que le habla? Él tiene entonces la sensación de que es el Otro el que lo fuerza a oír lo que él se dice a sí mismo. Lo que el sujeto se dice a sí mismo, es como si fuera el Otro que se lo dice. No es un trastorno del pensamiento, como lo es la obsesión; es un trastorno de la palabra. El enigma de la voz, para retomar en ese punto una forma de decir de Lacan, «debe situarse en la relación de la enunciación con del enunciado». En mi opinión, sería provechoso abordar la cuestión del enigma de la enunciación a partir de «Kant con Sade», más precisamente a partir de la oposición sobre la que Lacan arroja luz entre «la voz de dentro», que exalta Kant, y lo que podría llamarse «la voz de fuera», que es la de la libertad del Otro, tal como la concibe Sade. Lacan considera esta oposición un problema ético.
Desde luego, la señora E. se siente afectada por lo que oye. Hay una certeza de su parte. Pero el punto de certeza debe relacionarse, en este caso, como en la experiencia del cogito, con el punto de la enunciación. La señora E. se queja de la voz del Otro que se hace oír a partir del más allá del Otro. Ella está segura de haber oído una voz; y esta voz no es la suya, afirma. El problema que se le plantea a la señora E. es un problema de derecho. La señora E. protesta contra el golpe de fuerza que, sin ella esperarlo, la priva de un derecho. En el momento en que oye una voz que le dice algo, ella se siente privada del derecho a la palabra. Se vuelve, por fuerza, irresponsable, es decir, desprovista de todo derecho, respecto a la enunciación. Es eso lo que se le hace insoportable.