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LA IMPOSTURA DE LA ALUCINACIÓN: LA ALUCINACIÓN NO ES UNA PERCEPCIÓN

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Merleau-Ponty no sostiene la tesis según la cual la alucinación es un perceptum sin objeto, sino la tesis según la cual la alucinación no es una percepción.

La alucinación es sin percepción. Él se propone probarlo, en la página 347 de la Fenomenología de la percepción, con este ejemplo: «Una enferma que nunca ha dudado de sus voces, cuando se le hace escuchar en el gramófono voces análogas a las suyas, interrumpe su trabajo, levanta la cabeza sin volverse, ve aparecer un ángel blanco, como ocurre cada vez que ella oye esas voces, pero ella no cuenta esta experiencia en el número de “voces” del día: esta vez, no es lo mismo, es una voz “directa”, tal vez la del médico».

Esta enferma de la que habla Merleau-Ponty establece la diferencia entre las voces que oye cuando tiene alucinaciones y las voces que oye cuando éstas se emiten por un gramófono. La alucinación no es, pues, un perceptum que afectaría a uno de los sensoriums en el percipiens.

Pero si la alucinación no es una percepción, ¿entonces qué es? Merleau-Ponty se pregunta: ¿es un juicio, una interpretación o una creencia? Él distingue al sujeto normal del sujeto enfermo y escenifica una suerte de relación de intersubjetividad. El sujeto enfermo oye una voz que el sujeto normal no oye. Ése es el punto esencial sobre el cual se apoya la tesis de Merleau-Ponty. Respecto a eso, se refiere a Eugène Minkowski.3

Minkowski indica que el sujeto enfermo sabe que él es el único que oye una voz cuando habla de la voz que oye a ese sujeto normal que es el médico. En consecuencia, para Merleau-Ponty, la alucinación no pertenece al mundo de la percepción, al mundo de lo percibido. Es un fenómeno que, podríamos decir, no es de este mundo y que, por ese motivo, precisa, resulta «inaccesible».

¿Para quién es inaccesible este fenómeno? Con el fin de responder a esta pregunta, retomo el punto de partida de la tesis de Merleau-Ponty. El sujeto enfermo oye una voz que el sujeto normal no oye. Ello implica, dice Merleau-Ponty, que la alucinación no tiene lugar en esa relación intersubjetiva, puesto que el sujeto enfermo es el único que oye una voz y que esa voz es inaccesible al sujeto normal. Él no la oye. La alucinación es, pues, una cosa rechazada fuera del mundo de la percepción, cuyos límites están definidos a partir del sujeto normal. MerleauPonty opone de esa manera «la cosa verdadera», que pertenece al mundo de la percepción, a «la cosa alucinatoria», que no forma parte de él. Evoca el problema de la alucinación en el capítulo de La fenomenología de la percepción que tiene por título: «La cosa y el mundo natural». La alucinación es, según Merleau-Ponty, una cosa a la que le falta una articulación interna y a la que le falta también el tiempo que da a la cosa verdadera «un espesor de duración». El instante de la percepción, para decirlo de este modo, es el tiempo del objeto. Esa temporalidad, puntual e instantánea, de la percepción crea la articulación que es interna a la cosa verdadera. A la cosa alucinatoria le hace falta el tiempo del objeto. El sujeto enfermo se fabrica un mundo propio que es distinto al mundo de la percepción. Merleau-Ponty no introduce una diferencia entre un mundo real y un mundo imaginario. Él opone al mundo de la percepción un mundo facticio.

¿Qué entiende por esa palabra, «facticidad»? El mundo de la cosa falsa, que es alucinada, es opuesto al mundo de la cosa verdadera, que es percibida. Si no hay objeto que responda al perceptum, si es un perceptum sin objeto, entonces ese perceptum no existe. No se trata de una percepción. El loco, según Merleau-Ponty, se construye un mundo privado, con la relación de intersubjetividad que hace del mundo de la percepción un mundo público. Lo normal puede así definirse por oposición a lo patológico de la siguiente manera: «Tú no estás loco si lo que oyes yo lo oigo también».

La paradoja que sostiene Merleau-Ponty es que el mundo de la percepción es un mundo de la objetividad sin subjetividad, aunque sea la relación de intersubjetividad la que decide sobre lo verdadero y lo falso. El objeto está o no está: eso es lo que cuenta.

En la alucinación, se trata, según Merleau-Ponty, ya no de la percepción de un objeto, sino de lo que él llama «un encuentro». La alucinación coloca en el lugar de una cosa de la realidad —por ejemplo, la voz del vecino o del médico— una cosa que sólo tiene valor de realidad para él. Él cree que la voz que oye es la del vecino, pero no lo es. De ese modo, el sujeto enfermo rompe con la relación de intersubjetividad, como indica Merleau-Ponty en la página 355 de la Fenomenología de la percepción: «La existencia del enfermo está descentrada, no se realiza ya en el comercio con un mundo áspero, resistente e indócil, que nos ignora, sino que se agota en la constitución solitaria de un medio ficticio».

El alucinado está solo con su alucinación. La locura es un impasse porque conduce a la soledad absoluta.

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